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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento trigesimo tercero: "A los ojos de Whomba"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 6 noviembre 2010



Brutha iba al frente, a su derecha, Morg, sin armadura ni protecciones de ningún tipo. Detrás de ellos, a unos quinientos metros, la guardia de Gulf, apenas doscientos jóvenes, la mayor parte sin experiencia militar previa. Apelotonados en las inmediaciones de la empalizada. Armados con espadas, lanzas, arcos, alguna pistola. Firmes en su convicción, pero llenos de miedo.

Loona se adelantó también. A su espalda, la milicia creada para defender Whomba. La mayor parte de ellos formados por la propia Loona en Lorimar: Negociadores. Otros venidos de los lugares más diversos del continente. Enviados como soldados de fortuna, como muestra de respeto a los dioses o por convicción, contra los rebeldes de Gulf. Pertrechados tras sus armaduras, sus uniformes, armados y perfectamente organizados.

Brutha le indicó a Morg que se quedara un poco atrasado. Esa conversación quería tenerla sola. Morg aceptó con un gemido serio. No apartó los ojos de Loona. No miró atrás. Brutha avanzó en solitario. Hacía calor. La armadura blanca de Loona absorbia los rayos del sol. Llevaba una escopeta similar a la de la propia Brutha, regalo de los dioses. Y era más alta que ella. Orgullosa mirando al frente, con el pelo blanco cayéndole a los lados del casco. Brutha no reconoció en ella a la anciana que le había enseñado todo lo que sabía. Era otra persona, más fría, más firme, más peligrosa.

Brutha tragó saliva: Empezaba el baile.

—Estás tierras —dijo Loona— pertenecen al dios Merher y la magia que prácticais va contra el pacto.

Brutha se la quedó mirando, torciendo un poco la cabeza.

—Hola Loona— dijo Brutha.
—No me hables como a una igual. Tú y yo ya no tenemos relación alguna.

Loona habló de forma pausada, sin apasionarse. Las palabras casi salían muertas de su boca.

—Las tierras que vienes a defender no pertenecen a dios alguno, los hombres y mujeres de Whomba son libres de asentarse dónde quieran. En cuanto al pacto al que haces referencia, tendrás que recordármelo, porque yo no conozco ninguno.

Brutha intentó parecer relajada. La espalda, mientras tanto, se le poblaba de un sudor intenso, fruto de los nervios.

—El Intercambio —dijo Loona—. La magia es asunto de los dioses. Ha sido así siempre. Y así debe ser.
—¿Por qué? —dijo Brutha.

Se hizo el silencio. Las dos se miraron.

—Podemos resolver esto ahora —dijo Loona—, tú y yo. Sin que haya más derramamiento de sangre que ese. Si me vences, los míos se irán. Si yo te venzo a tí, los tuyos tendrán que irse.

Brutha bajó la cabeza un segundo… era un precio que estaba dispuesta a pagar. Terminar allí las dos, una contra la otra. Un tajo, dos. El futuro decidido sin drama. Pero ella no era quién para decidir nada, tampoco era ese el plan.

—Las dos sabemos que eso es imposible. Tú no has venido aquí por tu propia voluntad, sino como enviada de los dioses. ¿Iban a aceptar ellos el resultado del combate? Y en cuanto a mi, yo no soy su líder, Loona, si yo caigo en combate, otra persona tomará mi lugar.

Se volvió a hacer el silencio. Loona no podía evitar ver las constantes muestras de desprecio y orgullo que le lanzaba su antigua alumna. No se daba cuenta de que estaba intentando evitar una masacre.

—Abandonar este lugar y cesar la práctica de la magia.
—Un pez no puede dejar de nadar y nosotros no podemos dejar de respirar.

La impaciencia de Loona era mala señal… Brutha giró su cabeza un segundo en dirección a Morg. Loona percibió el movimiento.

—¿Estas intentando ganar tiempo? ¿Tiempo para qué? —dijo Loona.

Dió un paso al frente, desafiante. Brutha, institivamente, se llevó la mano a la espada. Morg avanzo. La milicia tras Loona se puso en guardia. La joven guardia de Gulf se apiñó un poco más… Pero Brutha apartó en seguida la mano de la espada.

—No… —dijo.

Loona frenó en seco.

—¿Aún no lo has entendido, verdad? —dijo Brutha. Morg estaba detrás de ella como una montaña—. Tú crees que estamos aquí peleando por unos kilómetros de tierra. Crees que tu milicia puede aplastarnos. Crees que tienes poder… Pero no tienes nada.

Brutha se llevó la mano a los labios confiando en que todo hubiera ido bien. En que el plan estuviera en marcha. En que nada hubiera fallado. Silbó con toda la potencia de la que fueron capaces sus pulmones. Silbó mientras se iba echando hacia atrás.

—¿Queréis matarnos? —dijo Morg—. Venid a por nosotros.

La guardia de Gulf se abrió a ambos lados del valle, dejando un enorme hueco en el centro. La empalizada, de pronto, empezó a desdibujarse, como si perdiera materia, como si, de hecho, nunca hubiera estado allí. A los pocos segundos había desaparecido. Detrás de ella, una multitud de hombres y mujeres, de niños y ancianos, esperaba.

Loona vio a toda la población de Gulf situada tras la empalizada desaparecida y sintió que algo estaba yendo especialmente mal. ¿Que pretendían?

La gente de Gulf avanzó lentamente, en silencio, compacta. Los guardias de Gulf se colocaron en sus flancos primero y, posteriormente, detrás. Loona dió la señal de avance y la milicia se acercó al grupo con lentitud marcial. Loona no entendía la maniobra de su discípula. ¿Esa era su ejercito? Los pasos de la milicia retumbaban en el valle.

Brutha y Morg estaban situados detrás. Con los otros guerreros.

—¿Sabemos algo de Celis? —dijo.
—Todavía nada —quien hablaba era un joven de pelo pajizo, casi un niño.

Brutha miró a Morg. Estaban mandando a los suyos al matadero.

—Saldrá bien —dijo Morg.

A unos metros de la primera fila del grupo de Gulf que protegía el valle, Loona detuvo a los suyos.

—¡Rebeldes de Gulf! —dijo—. ¡Retiraros!

Se hizo el silencio.

—¡Soy la enviada de los poderes de Whomba! ¡No tienes potestad sobre éste territorio! Preparaos para…

En ese momento, de una montaña situada en la zona sur del Valle surgió un destello. Un brillo azul que se extendía hacia el cielo. Loona lo vio y sintió un miedo irracional. Los milicianos sacaron las armas. Las gentes de Gulf, mirando al cielo, contuvieron la respiración.

—Son Celis y Thoros —dijo Brutha—. Lo han conseguido.

El rayo inicial se fue extendiendo por el valle, como una película de seda azul transparente. Loona dio la voz de alarma. Sus soldados se prepararon. Desde las filas de atrás de Gulf empezaron a pasar hacia delante escudos y máscaras. Las primeras filas los agarraron. Brutha se subió al lado derecho de la colina.

—¡Loona! —dijo—. Detén la milicia. Detenla por tu propio bien. Lo que ves en el cielo no es un arma.

Loona se concentró en dirigir a los suyos. En no escuchar la voz de Brutha, pero algunos de sus hombres ya lo estaban haciendo.

—Esa luz que vez es magia. Magia proyectada desde aquí a distintos puntos de Whomba.

En ese momento, Loona comprendió lo que estaba sucediendo y levantó la mano. Todos se detuvieron. Inmediatamente, las primeras filas pasaron hacia atrás los escudos y

—¡Podéis venir y matarnos a todos! ¡Podéis destruir Gulf! Pero tendréis que hacerlo a los ojos de Whomba. No en silencio. No en la oscuridad en la que los dioses del mundo arman el mundo. Podemos morir, pero no seremos cómplices de una mentira.

Les estaban viendo: En Ghizah, en las llanuras de Garm, en el archipiélago de Kraal. En todas partes. Verían a los negociadores masacrar a una multitud desarmada y hacerlo en nombre de los dioses. Los que escaparan de allí encontrarían afines por todas partes. Loona miró a Brutha, que la miraba sonriente. Sintió la furia y la rabia crecer en su interior y hacerse fuertes. Sintio el odio.

Miró a la izquierda y vió a Gerlem, uno de sus lugartenientes.

—Nos retiramos hasta nueva orden.
—¿Mi señora?
—Nos retiramos… Pero Gerlem, rodea Gulf por los cuatro costados. Que no entre ni salga nadie. Esta partida no ha terminado todavía.


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