En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.
Empecemos por el final.
Los padres de Whorde le despertaron casi al amanecer y le dijeron que tenía que lavarse y vestirse porque iban a ir a ver el fin del mundo y tenían que despedirse de los dioses. Whorde preguntó si iba a ir toda la familia y sus padres le dijeron que no, que todos no. Sólo su hermana y él, pero tenían que salir pronto porque habría caravana.
La playas del sur de Whomba estaban llenas de todo tipo de barcos en los que los dioses iban dejando sus cosas antes de marcharse definitivamente. En las dunas esperaban pacientes miles y miles de personas. Decenas de habitantes de Whomba guardando silencio mientras sus dioses hacían el equipaje y guardaban sus cosas. Estaban la bella Fregha y Mur, el carnero. Estaban Acros y Helfna cargando maletas y maletas con los objetos que habían ido recopilando a lo largo de los años.
Whorde estaba allí con sus padres, pero se estaba aburriendo de lo lindo. Para empezar tenía sueño; además había muchísima gente y casi no podía ver nada. Tampoco entendía todo ese silencio, pensaba que iba a ser una despedida más alegre. Su madre no paraba de regañarle por hablar, así que al rato decidió que no quería seguir con aquello y dijo que se volvía al coche. Sus padres le dieron permiso.
Whorde, sin embargo, no fue al coche, sino que se lanzó a explorar las calas cercanas de las playas del sur. Eran preciosas, llenas de un agua de color verdoso producido por el coral de las profundidades. En una de esas calas fue dónde Whorde encontró a Mighos, el Dios del tiempo.
Mighos estaba sentado en la arena de la playa. A su lado tenía una embarcación de madera hecha pedazos. Mighos parecía triste. Whorde le preguntó por lo que le pasaba y Mighos le explicó que él era en el encargado de organizar el viaje de los dioses, ya que era el que más control tenía sobre las horas, los minutos y los días. Tanto tiempo había dedicado al tiempo de los demás, que se había quedado sin tiempo propio para terminar su barco y ahora no tendría forma de cruzar el mar hasta el fin del mundo.
Whorde no entendía por qué eso era un problema. Se podría quedar en Whomba, incluso si quería podría ir a su casa, con su familia. Eran un montón de hermanos y seguro que encontraban hueco para uno más, aunque fuera tan grande como Mighos. Mighos sonrió complacido, pero le dijo a Whorde que eso que le proponía era totalmente imposible. Los dioses viejos debían abandonar Whomba, era lo que se había decidido tras el tratado de Karshash. Ellos, más que nadie, sabían la importancia de cumplir los acuerdos y eso debían hacer… Desaparecerían.
Whorde no tenía muy claro que eso de desaparecer fuera una buena idea, así que llegó a un acuerdo con Mighos… De entre todos los dioses de Whomba, el Dios del Tiempo no atravesaría el mar y desaparecería, usaría todo su tiempo en convertirse en un recuerdo y viviría en la memoria de Whorde. Whorde se encargaría de que sus hermanos pequeños supieran de los dioses de Whomba después de que estos se hubieran ido.
Mighos aceptó el trato de Whorde y se convirtió en un recuerdo y Mighos se encontró con que era el único que podía recordar absolutamente todo lo que había sucedido en Whomba. En seguida se dio cuenta de que tarde o temprano el también tendría que morir y el recuerdo perecería con él. Por eso, se convirtió en Whorde, el primer cronista de Whomba. El primer Narrador. Para que otros supieran de Mighos y los dioses. Y así es como los dioses se volvieron recuerdos y como los recuerdos se volvieron cuentos… Y gracias a al pacto de Whorde con Mighos podemos estar nosotros aquí hoy, contando y leyendo la historia de Whomba.
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Buen cuento y buen dibujo!
Es estupendo.
Mucha suerte.
Esta chulísimo, yo también me iría a explorar en vez de ir al coche.
Pues no me gusta nada, es como los millones de cuentos que cualquiera puede escribir y existen por ahí. No le veo calidad ninguna, a mis hijos ni les interesó, antes de la mitad de leerlo ya me pidieron que pasase a otra cosa. A ver si mejoras
Pedro,eres mazo de cruel. Tampoco está mal.
ers un señor