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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento trigesimo cuarto: "El último consejo de los dioses"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 20 noviembre 2010



La torre de Trahms era el templo conocido más al sur de Whomba. Tras un larguísimo puente de madera que discurría por encima de las corrientes marítimas del mar de Gnes, se alzaba la torre. Era un antiguo observatorio celestial, con forma circular, compuesto por piedras de mármol blanco y un enorme telescopio de bronce, inútil y estropeado desde hacía demasiado tiempo. No era casualidad que la torre fuera el templo en el que el dios Frehn desplegaba su poder. Al dios del cambio le gustaba la zona por sus constantes tormentas, por la energía eléctrica de los rayos y las olas, impredecibles, batiendo contra la roca.

Pero esa noche no estaba contento. Nunca se había celebrado un consejo en el templo de un Dios. Nunca se había celebrado un consejo tan cercano en el tiempo al anterior. Y nunca un congreso había sido convocado por un dios joven como Barlhar. Eran malas noticias, fruto de una situación desesperada.

En la mesa que los sirvientes de Frehn habían preparado solo estaban sentados Barlhar, su madre Fregha, Parhem, Gish, y por último Mighos. Los ausentes estaban desaparecidos, como la diosa Marh (que parecía haber abandonado sus obligaciones exactamente igual que su hermano Merher) O muertos, como el dios Rhom, o el dios Zenihd, padre de las mentiras, al que habían encontrado en su templo-teatro con una mueca de horror y el brazo extendido, señalando ala nada. Seis dioses mayores era todo lo que quedaba de sus consejo. Seis dioses reunidos en una torre al azote de las tormentas.

—Hemos comido, hemos bebido y… hemos fingido disfrutar de nuestra mutua compañía —dijo Parhem—. Ahora vayamos al grano. ¿Por qué has convocado el consejo? ¿Dónde están los que faltan? Y, con todos respeto por el dios Frehn… ¿Por qué nos hemos reunido en su templo? Es bastante inusual.
—No había pasado nunca —dijo Frehn—. Y quiero que quede claro que no ha sido idea mía.

Barlhar estaba al fondo de la mesa, recostado con su habitual actitud de contable, ajustándose sus gafitas y mirando alrededo con una mezcla de curiosidad y lo que Frehn siempre había identificado como terror.

—No sé dónde está Marh, pero sé porque se ha ido. Rhom está muerto, yo mismo pude ver su cadáver… Por lo que sabemos Zenihd también ha muerto. Caballeros, solo quedamos nosotros. Marh ha desaparecido porque tiene miedo de su propia creación y vosotros seguís sentados en vuestros templos, bebiendo vino y jugueteando mientras vuestro poder mengüa y vuestra existencia misma pende de un hilo. Miráis hacia otro lado como niños escapando de un monstruo que ellos mismos han creado. Hablemos claro de una vez: Mandamos a Marh y a Merher a matar a Nur. Bajo nuestro mandato crearon una criatura capaz de matar a un dios. Rompimos el pacto ancestral que firmamos… Que firmasteis. Y ahora, esa criatura sigue cumpliendo las órdenes: Asesinar dioses y quedarse con su poder. Mientras que esta amenaza nos elimina sistemáticamente seguís jugando a las guerras con humanos que, por otro lado, siguen intactos.
—La situación en Gulf está controlada —dijo Fregha—, han establecido un cerco que ninguno de esos brujos puede sobrepasar. El cáncer no se extenderá y pronto será exterminado. No debemos preocuparnos.

Barlhar se puso en pie. Caminó por la sala y se dirigió a una de las ventanas. Fuera, el agua azotaba las ventanas con violencia.

—He hablado con la criatura —dijo.

Ninguno dijo nada. Frehn notó como se aceleraba su pulso. Comprendió el sentido de la reunión y el motivo por el que debía celebrarse allí. Supo antes que nadie que se avecinaban cambios.

—Se llama Nansi y es, fuera de todas duda, mucho más poderosa que nosotros. Mucho más poderosa incluso que todo nuestro poder combinado.
—Tonterías —dijo Parhem poniéndose en pie- quién habla es el miedo. ¡Somos dioses de Whomba!

Barlhar se acercó a dónde estaba Parhem sin perder los nervios.

—Dile eso a Rom o a Zenihd.
—Ellos estaban solos. Nosotros estamos juntos, acabaremos con esa criatura.

Fregha se puso en pie también, llena de una impaciencia nueva y desconocida. ¿Tenía miedo?

—Parhem, tu pasión es admirable, pero dejemos que mi hijo termine. Si ha hablado con ese… Nansi y ha sobrevido es porque se puede dialogar con el. ¿No es cierto? Quizás establecer algún pacto. ¿Es así?
—¿Un pacto? —Parhem insistía en su obsesión, deambulando como un animal encerrado por la sala- Ahora los dioses hacemos pactos…

Barlhar perdió los nervios. Golpeó la mesa con la mano.

—¡Escúchame maldita sea! Le he visto. Le he mirado a los ojos. No tenemos ninguna posibilidad de vencer. Parhem, las opciones son solo dos. La supervivencia o la destrucción. Servir a un único Dios o desaparecer.

“Servir a un único Dios”. Las palabras habían salido de la boca de Barlhar en medio del enfado y la confusión. Frehn levantó la mano.

—¿Servir? ¿Servir como? No pienso servir a nadie.
—Seremos los dioses menores de un único dios mayor —dijo Barlhar.
—¿Que pasara entonces con los dioses menores? —dijo Mighos, que no se había movido del sitio.
—¡No pienso ser un dios menor! ¡No pienso servir a nadie! —Parhem estaba tomando un tono rojizo, como un aura fruto de su pasión desatada.

Fregha se acercó a Parhem y le abofeteó con el dorso de la mano. Parhem se tropezó y cayó de espaldas, con los ojos muy abiertos. Miró a la diosa con pánico.

—No quiero morir —murmuró el dios del amor con los ojos llenos de miedo.

Fregha miró a su hijo y le indicó con la mano que continuara.

—Nansi está dispuesto a permitir a un grupo de dioses que serían sus intermediarios en diferentes lugares de Whomba. Nos dejaría vivir a cambio de que le entreguemos cierto poder.
—¿Cuanto poder? —dijo Fregha.
—Los menores. Todos ellos.

Se volvió a hacer el silencio. Pasaron los segundos. El primero en hablar fue Parhem, que se puso en pie. Tenía sangre en los labios de la bofetada de Fregha.

—¡No finjáis solemnidad! —dijo—. Estoy harto de todos estos rituales absurdos, muestras de respeto finjidas. Ya habéis decidido todos vosotros que lo vais a hacer. Os importan una mierda los dioses menores.

De pronto, un sonido inundo la sala. Era Fregha, se estaba riendo. Despacio, con las manos apoyadas en la cintura y el cuerpo semiencogido.

—Perdón —dijo—. Es que… me gusta la idea de sobrevivir.

Los dioses se sintieron reconfortados. Frehn se sorprendió de lo rápido que pasaban de un estado a otro. Se dejó llevar por las partículas elementales del cambio, por los ríos de la transformación. Supervivencia, nuevo paradigma, transformación de estrategias.

—Yo no voy a participar.

Quién hablaba era Mighos, que ya tenía puesto su abrigo y se dirigía a la puerta.

—¿Cómo que no vas a participar? —dijo Barlhar—. Te encontrará y te matará. Mighos, se que crees que ves el futuro, pero sabes que no eres infalible.
—Si que lo soy —dijo Mighos.
—Nansi no funciona según nuestros parametros. Crees que vas a sobrevivir, pero no es así.
—Ese es problema mío.

Fregha se le quedó mirando.

—Mighos… Vas a avisar a los menores, ¿verdad? Siempre has sido un sentimental.
—Volveremos a vernos, Fregha. En un cruce de caminos. Me pedirás ayuda y yo te la daré.

Mighos desapareció en el aire. Fregha se volvió hacia su hijo.

—Intentará avisar a los menores. Algunos le creerán y otros no. Cuanto antes nos pongamos en marcha, mejor nos irá. ¿Que plan tienes?

Barlhar miró a su madre y sonrió con una sensación generalizada de orgullo.

—Debe ser algo público, algo grande. Avisaremos a los menores de todo Whomba de la amenaza de Nansi, de que debemos reagruparnos. Lo haremos en…
—Lo haremos en el templo de Glarj —dijo Gish, que había estado callado toda la velada y creía adeacuerdo demostrar que estaba deacuerdo con el plan—. Es lo apropiado. Allí nacimos nosotros y allí nacieron ellos. Que sea allí dónde caigan.

A todos les pareció bien. Decidieron firmar el acta simbólicamente. El último acuerdo de los dioses mayores: Frehn, Fregha, Barlhar, Parhem y Gish.

Los dioses de Whomba, por última vez.


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