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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento trigésimo segundo: "Granos de arena"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 30 octubre 2010



Loona miró por la ventana hacia la inmensidad blanca de las llanuras heladas de Lorimar. Un desierto de nieve y frío, vestigio de otras épocas enterradas por el tiempo. Perdió la mirada a través de las ruinas de los edificios que emergían de tanto en tanto, como animales de vidrio y cristal luchando por salir a la superficie. Estuvo así durante horas hasta que uno de los ayudantes del templo la vino a llamar. Fregha la estaba esperando.

Era una noticia inesperada. Loona hace mucho tiempo que no veía a la diosa porque, si bien su templo estaba ubicado en el mismo lugar que la academia en la que Loona entrenaba a los aspirantes a “Negociador”, a la propia Fregha no se la veía más que una vez: el día en que como Negociador ya licenciado visitabas a la diosa y ella te hablaba de tu futuro y te contaba un secreto. Aparte de eso no había más posibilidades de verla.

Solo que Loona la había visto ya cuatro veces en su vida. La primera, cuando fue a su encuentro siendo una negociadora y la diosa le reveló su futuro. No debería haberla visto más, pero hubo una segunda vez, en el bosque de Malparte, a los pocos años. Y una tercera, cuando le hizo llegar una petición de los dioses que se convirtió en misión y martirio: la caza de los cuatro de Gulf. Se habían visto una última vez hacia ya muchos años, cuando Fregha la castigó por su fracaso con los “malditos” de Gulf.

Ese día, Fregha le arrebató su juventud y la convirtió en la anciana que era, pero también fue justa y le entrego una bendición: convertiste en guardiana de Lorimar y entrenadora de las siguientes generaciones de Negociadores. La responsabilidad en la que había depositado todas las horas de vida desde entonces, en ese lugar donde no había vida para nada más que la nieve y el recuerdo. Allí, vieja y ajena al mundo, entrenaba a los suyos. Les enseñaba a luchar, les enseñaba cómo atraer a los dioses, cómo negociar con ellos para servir a los hombres. Les explicaba la historia tal y como a ella se la enseñaron. Callaba, sin embargo, algunos secretos.

Bajó al patio principal del templo de Fregha y le sorprendió ver, no solo que la diosa parecía estarla esperando ya, sino que, por las ropas que llevaba, lo más probable es que acabara de llegar de algún viaje. ¿A qué tanta prisa? El corazón le dio un vuelco, la angustia se le agarró a los huesos. Malas noticias, seguro.

A pesar del tiempo transcurrido sin verse, las viejas sensaciones que Loona asociaba a Fregha volvieron a adueñarse de su espíritu como si nunca se hubieran ido. A la angustia le siguió una sensación inexplicable de culpabilidad. Ella había obedecido el único mandato que Fregha le había encomendado. Había ido a buscar a Brutha, la niña que Fregha le entregó, y le había dicho a sus padres (que en realidad no eran sus padres) que esa niña era una elegida. Así había hecho con la propia Brutha. Sin hacer ninguna pregunta, confiando y llegando a creer que aquello era verdad.

Brutha había abandonado el templo hacía ya tiempo, Loona no sabía si aquella profecía era cierta o un capricho de los dioses, pero era el único vínculo que le unía con Fregha y, al verla, sintió que quizás había vuelto a fallar.

Al verla corriendo por el Patio del templo, Fregha no espero más y se internó en el templo. Loona la siguió por los inmensos pasillos llenos de espejos (desde los que decían que Fregha espiaba las vidas de los hombres y las mujeres de Whomba) hasta una de las salas principales. Allí la propia Fregha se detuvo y miró a la vieja cazadora directamente. Loona se detuvo. La pose altanera y distante de Fregha se deshizo.

—Descansa, guardiana de Lorimar, vengo a pedirte un favor —dijo Fregha.

Loona no entendía nada, ¿a qué podría referirse?

—¿Un favor, mi señora? —dijo Loona. Una vieja voluntad indomable, ya casi destruida, se abrió paso hasta su boca y dijo—. No es así como funciona. Los Negociadores no sirven a los dioses, sino a Whomba.
—No es un favor para mí —continuó Fregha—. Es un favor para todos nosotros.

Loona dejó que Fregha hablara. Silenció su terquedad esperando que después no volviera a aparecerle, otra vez en sueños, como las noches en las que se despertaba sudando en medio de la cama, con la hiel helada y las sábanas pegadas al cuerpo como si fuera un fantasma.

—Loona, los malditos vuelven a asolar Whomba. No aquellos malditos que enviamos con tu ayuda al olvido y la muerte, sino descendientes de éstos.

Un escalofrío recorrió a la negociadora como un calambre.

—¿Y qué quieren esta vez?—dijo Loona algo inquieta.
—Han tomado Gulf y amenazan con destruirnos. Usan magia prohibida contra nosotros.

Fregha no tenía que hacer énfasis en palabra alguna, para Loona todo era la segunda vuelta de la primera parte de su vida. Como las ondas que hace el agua cuando alguien tira una piedra a un río, extendiéndose como ecos imparables. Malditos de nuevo, otra vez en Gulf. Se había mantenido ajena a todo aquello muchos años.

—¿Y qué puedo hacer yo? Tuve esa tarea en una ocasión y… fallé.

Fregha se quedó en silencio durante un rato, que a Loona se le hizo eterno.

—Brutha está con ellos.

Era la palabra que faltaba. Loona intentó repasar su entrenamiento una y otra vez, intentando identificar en qué había fallado, cuándo pudo escapársele el detalle que había convertido a Brutha en una traidora a los suyos. Se odió a si misma por errores que no era capaz de identificar y, en seguida, casi sin tener tiempo para pasar de una sensación a otra, notó cómo el rencor crecía en su ser.

—No te tortures, no ha sido culpa tuya. Tú la entrenaste bien. Tan bien, que ahora es la líder militar de un ejército rebelde que pronto se va a extender por todo Whomba. ¿Sabes quién la acompaña?
—Supongo que Morg —dijo Loona sin mucha convicción—. Eran inseparables.
—Celis.

La había visto una vez en su vida, la siguió los pasos durante mucho tiempo, a ella y a los otros cuatro. Pero solo la había visto una vez. Asustada, mirando al suelo, al cadáver de Xebra que la propia Loona acababa de ejecutar. Fueron tan solo unos segundos… Era una niña.

—¿Cuántos años tiene? —dijo Loona sin pensar demasiado.

Fregha caminó por la sala, mirando a la nada, deleitándose con la situación. Loona casi podía verla sonriendo detrás de la máscara de tela que siempre llevaba.

—Es curioso que me preguntes eso —dijo Fregha—. ¿Quieres saber un secreto?

Loona se maldijo por su curiosidad, por enredarse en los juegos de los dioses. Tocó una cadenita que llevaba al cuello, una cadena con una llave. Hacía mucho tiempo que no tocaba esa cadena. Sintió cómo la lengua se le secaba. Asintió.

—Es solo un poco mayor de lo que tú eras la última vez que hablamos. Un poco mayor que Brutha. Creemos que ha viajado al Olvido, a buscar a los suyos. El tiempo ha pasado más despacio por ella…

Casi había cantado las palabras. Loona sintió cómo se le aceleraba el ritmo cardíaco.

—¿Qué es lo que quieres que haga yo? —dijo.
—Queremos que juntes una milicia. Los mejores de los tuyos más aquellos que solicites de otros lugares. Queremos que seas la guardiana de todo Whomba, no solo de Lorimar. Queremos que acabes con ellos.

Una vez más la sangre, una vez más mirar a los ojos de aquellos a quien quieres y cerrárselos. Una vez más traición y… ¿Otra derrota?

—Soy vieja, Fregha. Tú me hiciste así —lo dijo sin reproches—. He sido quien ha formado a los Negociadores desde hace años.
—Y la paz se ha mantenido hasta ahora gracias a ti. Los humanos pedían, nosotros dábamos. Pero ahora se ha roto el equilibrio, Loona. Hay que defender la paz.

Una guerra para una paz… Otra guerra, para la misma paz.

—No quiero enfrentarme a Brutha. No es buena idea, llévate a alguno de mis negociadores. Yo misma elegiré quién y le indicaré cómo andar a la batalla, pero no me hagas ir allí. No me hagas enfrentarme a ella…
—Sé por qué no quieres luchar con tu discípula, pero es por ese motivo por el que te necesito allí.

Loona suspiró angustiada.

—Si voy, venceré. Yo sé cómo voy a morir, tú me lo dijiste —Loona se acercó a la diosa—. Sé que mi muerte está muy lejos de Gulf. No quiero matar a Brutha, la he criado desde que era una niña.
—¡¿Y dónde está ahora esa niña?! ¡¿Dónde está el respeto que te debe?! ¿Qué ha sido de eso? ¿Qué hay de tu nombre? ¿Qué hay de tu recuerdo?

Loona guardó silencio. La mujer a la que Fregha estaba apelando había muerto hace mucho tiempo, aquella capaz de mirar a los ojos de un niño y apretar el gatillo de un arma estaba enterrada bajo los restos de pellejo de su viejo cuerpo. Como los granos de arena de un reloj entierran el tiempo, como la nieve de Lorimar sobre los edificios. Esa mujer ya no existía.

—Si lo haces —dijo Fregha—. Te devolveré tu juventud. Tendrás de vuelta todos los años que has perdido. Vivirás de nuevo.

Loona notó que los ojos se le humedecían y se llevó la mano a la cara, se secó tapándose a la vez el rostro, en un gesto de vergüenza. Despojo humano de piel y huesos, traído de nuevo desde la tumba.

—Está bien —dijo Loona—. Jura por el pacto y los secretos que si termino con los malditos en Gulf volveré a tener mi vida y mi tiempo. Sin trucos.
—Sin trucos —dijo Fregha—, lo juro por los pactos, lo juro por el orden y por la palabra.
—Necesitaré un arma. Un arma como la que me disteis en Malparte. Un arma como la que yo misma le entregué a Brutha cuando se marchó.
—Tu rifle te está esperando en tu habitación —dijo Fregha.

Loona se dio cuenta entonces de que, como tantas otras veces con los dioses, la conversación, la decisión y la libertad no eran más que un teatro de sombras para quienes ya saben lo que va a suceder y lo determinan. La acción avanza siempre conforme a un plan. Lejos de enfadarse se sintió en calma. Las decisiones son más fáciles de tomar cuando a uno no le pertenecen por completo.

Efectivamente, al llegar a la habitación un fusil de nácar, como aquel que ella misma había empuñado en tiempos, estaba sobre la mesa. Lo cogió con sus manos ya ancianas y apuntó. Sintió el poder de los dioses a través de su cuerpo, como un vehículo para su expresión. Rifle y soldado, ejecutor y muerte. Ese rifle no fallaría jamás un disparo. Ella no moriría en Gulf. Los malditos serían derrotados.

Se llevó la mano al cuello y cogió la cadenita. Al final de la misma había una llave. Cogió la llave y, con ansiedad poco disimulada, se acercó a una vieja caja de madera y la abrió con cuidado. En el interior había una botella de licor. Una botella corriente. Loona quitó la tapa de corcho y dejó que el olor impregnara sus fosas nasales. Se llevó la botella a la boca y se emborrachó por primera vez en mucho tiempo.

Fuera los edificios de vidrio y cristal eran sepultados por la nieve, como los granos de arena sepultan el tiempo en el interior de los relojes.


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