Pequeño LdN


El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento vigésimo cuarto: "Nur"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 24 julio 2010



Nur estaba metido hasta los tobillos en la corriente del río Gladen, rodeado de un terreno montañoso al sur de Whomba. Le gustaba la sensación fresca del agua recorriendo sus pies. Le gustaba respirar el aire de la cordillera de Uttica. En general, le habría gustado cualquier sensación en cualquier lugar del Whomba: Había vuelto a casa.

El agua le devolvía un reflejo extraño, avejentado. El viaje desde el olvido había sido muy largo y las cicatrices del tiempo se le cruzaban en la cara. El pelo gris le crecía alborotado hasta los hombros, tenía una barba tupida y solo los ojos conservaban la tranquilidad y la paciencia de antaño. Sin embargo, se sentía vivo y a gusto por primera vez en muchos años. El olvido empezaba a ser para el un recuerdo, pero a la vez era consciente del motivo por el que había vuelto. Había vuelto conmocionado por las decisiones de los dioses, la misma conmoción que le había llevado al olvido años atrás. Lo mismo con signo contrario, el exilio de quién asume sus errores y el regreso de quién no acepta más imposiciones. Sentía su poder más vivo, nunca había dejado de sentirlo, pero allí era otra cosa. Se sentía más… conectado.

Celis volvería con ayuda y el les contaría el secreto que debía haber contado hace tanto, y con esa verdad crecería una indignación y una rabia que elevaría de nuevo a los hombres y mujeres de Whomba.

Se sentó en el río y dejó que el frío le erizara la piel de los brazos y las piernas y le mojara las ropas. Cogió aire, miró al cielo. El sol resplandecía vida. Un poco más atrás escuchó un ruido, como si alguien moviera unas ramas. Debía ser Celis, que ya había vuelto. Se puso en pie y sonrió para recibir a los recién llegados.

Pero de entre los árboles no apareció Celis.

Brutha y Morg subían por un camino abrupto y lleno de piedras. Delante de ellos iba Celis, que parecía dirigir la marcha, aunque en ocasiones se detenía, vacilaba o incluso parecía hablar sola.

—¿Ella nos va a llevar hasta ese díos? —dijo Morg.

—Por supuesto que lo haré —respondió Celis a una decena de metros—. Y sí, también tengo un oído finísimo. No se vive lo que he vivido yo sin aprender un par de cosas.

Lo cierto es que Celis parecía tan solo un poco mayor que Brutha, pero como les había explicado, se debía que había estado la mayor parte de su vida en “El Olvido” o intentando salir de el o en algo que llamaba “En Transito”. Morg opinaba que era su mente lo que estaba en transito, algo con lo que Celis no podía estar más deacuerdo. “No se vive lo que yo he vivido sin dejar algo por el camino”. Celis parecía haber dejado la cordura, o al menos una parte.

—¿Sabes? —dijo Brutha—, me gusta que vuelvas a ser mi montura. Voy más rápido, es más cómodo…

—Te beneficias de mi porte señorial y mi figura —contestó Morg, animado—. Aunque he pensado que después de haberte salvado… espiritualmente hablando y, de una manera indirecta, pero muy concreta, haber despertado la magia en ti, creo que deberías ascenderme.

—Yo no lo veo así —Brutha sonreía—. Creo que si fueras a mi lado la gente se preguntaría, aquí hay algo que falla.

—Quizás podría ir yo encima tuyo.

Celis levantó la mano en señal de alarma.

—¡Silencio! —dijo—. Algo está pasando.

Brutha lo notó también. La magía burbujeó en su interior.

—¿Quién eres? —dijo Nur—. Hay algo en ti que me es familiar.

La criatura que se encontraba delante de el sonrió y se acercó lentamente.

—Llevas la marca de Merher —dijo Nur—. ¿Eres acaso su enviado? ¿Traes algún mensaje?
—Si —dijo la criatura.

Sacó un cuchillo de aspecto ceremonial.

—Soy el mensajero de la vida y la muerte. Soy el filo que separa lo vivo de lo muerto. Soy la espada de los dioses. Puedes llamarme Nansi.

Celis había acelerado el paso marcada por una creciente preocupación. Morg y Brutha la seguían.

—No lo entiendo —dijo Morg—. Ese dios y tú estuvisteis juntos en ese lugar que llamas El Olvido.

—No es un lugar. No es como Gulf o Garm o Lorimar. Es el olvido, solo que está en alguna parte.

Morg miró a Brutha y sus ojos gritaron «¡Loca!».

—Bien, lo que digo es que ese dios amigo tuyo…

—Nur, el desterrado por los dioses.

—¿Te explicó lo que había sucedido?, quiero decir, ¿te contó la verdad?

Celis asintió.

—¿Y por qué no nos la cuentas? —dijo Morg—. Los dioses y yo no nos llevamos muy bien últimamente. Si pudiéramos evitar un encuentro con ellos yo lo agradecería.

Celis levantó la cabeza y miró hacia el camino, en la distancia se escuchaba el rumor del río. Avanzó aún más rápido.

—Porque no lo recuerdo. Olvidé muchas cosas de mi viaje.

—¿Y Nur lo recordará…?

Celis ya iba prácticamente corriendo. Brutha sintió una punzada en las costillas. A Celis le pasó algo parecido. Las dos chillaron con dolor. Se miraron a los ojos. Algo muy malo estaba pasando.

Nur bajó la mirada y sintió un frío intenso. Ya no notaba el agua bajo sus pies. A un palmo y medio de su cabeza podía ver el acero del puñal clavado en su corazón, la sangre manando sin parar. Pestañeó un par de veces, incrédulo. Lo veía todo desde fuera, como si no le estuviera pasando a él. Notó algo en su cara y movió la mano para ver que era. Escuchó un zumbido. “Solo son moscas”- se dijo. Volvió a levantar la cabeza. La figura de la criatura de ébano le sonreía. Sus ojos estaban llenos de vida y goce. Sintió que le gustaba hacer así de feliz a alguien. Oyo un “chop” y se dio cuenta de que el agua le llegaba por las rodillas. ¿Había crecido el río? No, era el, que estaba de rodillas. Notó como el filo del puñal salía de su cuerpo. El vacío se fue apoderando de él, vió su cara de nuevo reflejada en el agua. Vio su propio rostro acercarse. Estaba tumbado boca abajo. Pensó que si no se daba la vuelta se iba a ahogar, pero no le importó.

«Los dioses no pueden morir», se dijo.

Celis atravesó los árboles a toda velocidad, las ramas le golpeaban en la cara y le hacían sangre, pero no la detenían. Brutha y Morg iban paralelos a ella. El ruido del agua se escuchaba cada vez con mayor intensidad. En un claro, pudo ver el río, saltó sin pensar hasta el agua y miró hacia arriba. Lo que vio le heló la sangre. Morg y Brutha estaban detrás de ella, flanqueándola.

Un poco más arriba por el cauce del río había un hombre de color negro mate, con el torso desnudo y la marca del dios Merher en la frente. Llevaba un puñal ensangrentado en la mano y juntó a el había moscas. A sus pies estaba Nur, boca abajo, dejando una mancha de sangre roja que iba tintando el cauce del río y que prácticamente llegaba hasta los pies de Celis. Nur estaba muerto.

El ser de ébano los miró con un gesto extrañado, una especie de indiferencia. Luego pareció entender algo y empuñó su arma. Se lanzó contra ellos corriendo entre las aguas, sin vacilar, sin miedo.

Brutha le vió venir y una sensación de miedo primitivo le recorrió el cuerpo. Contra eso no iban a poder hacer nada. No tuvo ni que pensar, sintió que la magia que formaba parte de ella respondía como un acto reflejo. Gritó «¡Morg!», y saltó sobre él. En el salto agarró a Celis, que cayó hacia atrás.

La criatura de Ebano se detuvo en mitad de su carrera, las dos humanas mágicas y la bestia habían desaparecido. Pensó que era una reacción interesante, el miedo. Le gustaba el miedo de los otros.

Había sido creado para su misión. Había ejecutado la misión con precisión. Había sido incluso más sencillo de lo que pensaba. Todo el poder de ese guiñapo celestial había sucumbido a su fuerza. La sangre del dios le había dado poder. ¿Qué debía hacer ahora? Su misión terminada. Su servicio acabado.

Su pleitesía terminada. Su obediencia acabada.

Era Nansi, la espada que separa, el camino que guía a los vivos hacia los muertos.

Ese dios había estado bien, pero había otros. ¿Por qué detenerse?

En otro lugar de Whomba, muy lejos de allí, Merher miró hacia la luz del sol una última vez. Se dio la vuelta y se sumergió en las profundidades de la cueva que el y su hermano Marh habían visitado tiempo atrás.

«Ya ha empezado», se dijo.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE


Comentarios

¡Sé el primero en opinar!

Deja un comentario

Recordar

Sobre Pequeño LdN



Archivo:

  • Listado de números
  • Mostrar columna

Créditos:

Un proyecto de Libro de notas

Dirección: Óscar Alarcia

Licencia Creative Commons.

Diseño del sitio: Óscar Villán

Programación: Juanjo Navarro

Mascota e ilustraciones de portada: Antonio G. de Santiago

Desarrollado con Textpattern


Contacto     Suscripción     Aviso legal


Suscripción por email:

Tu dirección de email: