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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento cuarto: "Las palabras de Fregha"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 6 marzo 2010



El templo de Lórimar estaba construido sobre las ruinas de una antigua ciudad de vidrio y cristal, una ciudad sepultada por la nieve y el tiempo a la que se llega tras muchos días de viaje solitario. En el templo estudiaban y se preparaban los Negociadores, aquellos que llevaban la palabra de los hombres a los dioses, los encargados de velar por el intercambio celestial de Whomba: devoción y tributos a cambio de magia.

En la puerta del templo había un hombre-lobo de color pardo. Estaba apoyado sobre sus patas traseras, mientras con las delanteras enrollaba un poco de tabaco en un papelillo confeccionando un cigarro. Justo cuando estaba a punto de terminarlo, las enormes puertas del templo se abrieron. Por ellas salió una joven con el pelo negro enmarañado: Era Brutha.

— Si vas a ser mi montura no deberías fumar eso. Luego te cansas.

Morg, el hombre lobo pardo, miró a Brutha mientras se guardaba el cigarro para después. Hizo un gesto irónico.

— ¿Qué yo voy a ser tu montura? ¿Tu montura? Estoy ofendido a nivel cósmico. ¿Crees que si me rascas detrás de las orejas empezaré a babear?

— Sé que si te rasco tras las orejas el rastro de baba durará kilómetros —Dijo Brutha, distraída.

— No soy un perro, ¿sabes? Soy Morg, del clan de los Dientes Afilados.

Brutha le miró con seriedad y Morg se tumbó para que Brutha pudiera subir sobre él. El hombre-lobo había crecido mucho en los últimos años, era casi tres veces la muchacha.

— Lo hago porque si no te tocaría ir andando y yo tendría que ir a tu ritmo. Solo por eso.

Brutha se subió en el hombre lobo. Morg dio la vuelta y se quedó mirando el templo.

— ¿Qué te pasa Brutha? —dijo—. Estás preocupada.

Brutha no dijo nada.

— ¿Es por nuestra marcha? Vamos, sabes que cuando acaba el entrenamiento tenemos que irnos. Los otros se han ido ya. Somos los últimos. Tenemos trabajo que hacer.

— Loona… Nunca volveremos a verla.

Morg se quedó un segundo en silencio.

—Deja de pensar en el pasado, no es propio de ti. Hace una semana estabas deseando salir. ¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha dicho Fregha?

— No te lo puedo decir- dijo Brutha automáticamente, casi demasiado rápido.

Los Negociadores tenían una última prueba que cumplir antes de salir, una prueba aparentemente poco importante, una nadería comparada con los años de entrenamiento. Tenían que verse con la diosa Fregha, ella les contaba un secreto importante sobre sus vidas. A veces era cómo iban a morir, otras de quién se enamorarían o de quién no debían fiarse. No era fácil vivir con el secreto de Fregha y era algo que nadie más podía saber. Quedaba entre la diosa y los negociadores. Ese secreto, aunque a veces suponía una carga, permitía al negociador enfrentarse a su vida con un conocimiento superior que le permitía tomar algunas decisiones que de otra manera no habría tomado, y desempeñar correctamente su trabajo.

Sin embargo, cuando Brutha fue a ver a Fregha, la diosa le dijo algo que la joven no estaba preparada para oír. Algo que no entendía cómo podría ayudarla en su vida u orientarla en su camino.

La diosa Fregha le había dicho a Brutha que un día mataría con sus manos a Morg, a su mejor amigo, a su hermano, con el que se había criado. Morg el hombre-lobo, su protección, su defensa. Brutha no podía entenderlo.

— Sea lo que sea lo que te haya dicho, no puede ser tan malo —dijo Morg—. Vamos, Brutha. Hace años que no salimos del templo. Cabalguemos contra el viento, desafiemos a los dioses.

Brutha sonrió a su amigo. No lo mataría, no lo mataría nunca. Fregha debía equivocarse. La pregunta quedó flotando en su mente: ¿Pueden equivocarse los dioses?

Morg aulló contra la llanura nevada y salió a toda velocidad. Brutha se agarró a su pelo de color pardo.


¿Matará Brutha a su hombre-lobo Morg? ¿Pueden realmente equivocarse los dioses? Mantén la atención, porque la semana que viene asistiremos al concilio de los dioses y sabremos más del desaparecido Dios Mur… Hasta la semana que viene.


Comentarios

  1. Santi Viteri [mar 7, 23:21]

    ¡Pobre Brutha! Es muy dificil luchar contra el destino… ¿O no?

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