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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento quinto: "El Tercer Consejo de los Dioses"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 13 marzo 2010



Los dioses habían comido y bebido a su gusto. La mesa, enorme, estaba llena de los restos de los manjares. Alguien había puesto una música suave, como un hilo musical relajante, pero en la sala no había tranquilidad, sino tensión. Evidentemente, no habían venido los cientos de dioses de Whomba, sino sus delegados principales. Los llamados Dioses mayores. Estaba Fregha, por supuesto, acompañada de su hijo Barlhar que tomaba las actas de la reunión. Estaba Marh, pero no su hermano Merher que desde hacía un tiempo intentaba no cruzarse nunca con ella. Mighos asistía con su habitual aire distraído y a su derecha estaba Frenh, el Dios del cambio, nervioso. También había venido el viejo Rhom, dios de la guerra, vestido con su traje de estadista metódico. Acorde —decía— a los nuevos tiempos.

Y había más. Una veintena de Dioses.

— ¿Quién ha convocado esta reunión? —dijo Frenh—. Estaba a la mitad de algo importante…

— Tú siempre estás a medias con algo —dijo Marh despectiva. A la diosa de la vida no le caía bien el dios del cambio.

— He sido yo —dijo Fregha—, a instancias de mi hijo.

La sala se giró para mirar a Barlhar, el joven con aspecto de bibliotecario les miró con timidez. Barlhar nunca hablaba en las reuniones. La sola idea de que pudiera haber llamado a un consejo general era inaudita.

— Pues bien, ¡que hable! —dijo con burla Ghish, el dios de la risa, el payaso, el dios mas peligroso de cuantos han existido—. Que hable y nos cuente qué es lo que sabe, y luego veremos si ha merecido la pena venir hasta aquí.

El resto asintió. Fregha le hizo una señal a su hijo. El chico se levantó y se ajustó la montura de las gafas.

— Dioses de Whomba… Algo está sucediendo.

Frehn suspiró con ansiedad. Para Frenh siempre estaba sucediendo algo.

— La negociadora llamada Brutha ha encontrado el pergamino de Lorimar.

Murmullos. Tensión.

— No es una noticia inesperada —dijo Marh—. Ya tomamos precauciones cuando la niña nació. ¿No es cierto, Fregha?

— Las tomamos —dijo Fregha.

— Entonces, ¿cual es el problema? Además, el pergamino por si solo no es suficiente, bien lo sabemos todos.

Fregha le hizo una señal a su hijo, que continuó con su relato.

— Ese no es el problema principal. El pergamino por si solo no tiene importancia alguna, pero hace seis lunas llegó hasta mí un cuento, ni siquiera un cuento, una anécdota. Menos que eso… un suspiro de conocimiento que se traslada bajo la superficie de un chiste. Nada.

— Si no era nada ¿a qué tanta preocupación? —dijo Rhom a punto de perder su limitada paciencia.

— Investigué, pregunté… hice mi trabajo —dijo Barlhar con un toque de soberbia.

Él era un dios joven, los dioses como Rhom, aunque se dieran aires de modernidad, tenían en su ADN una estructura de dolor y muerte vieja como el tiempo, igual que la tenía su madre.

— De momento sólo es un rumor… pero es posible que Nur haya vuelto —dijo Barlhar.

La sala se llenó con murmullos de desafío, furia y venganza. Se escucharon las palabras “traidor”, “cobarde”, “padre de las mentiras”, “mortal”… Fregha silenció el clamor con su palabra.

— Aunque puede que mi hijo se equivoque, aunque no tengamos pruebas de que lo que dice es cierto, si Brutha ha encontrado el manuscrito de Lorimar y Nur ha desobedecido nuestro mandato podemos tener problemas. Problemas más graves de los que pensábamos. Es necesario neutralizarlos a ambos, para siempre.

— Eso plantea dos problemas de difícil solución —dijo Zenihd, el dios de las mentiras, con su lengua bífida—. La negociadora Brutha es muy respetada, bien sabéis que los dioses menores le tienen miedo y consigue de ellos lo que gusta. Los humanos la respetan y no podemos hacerla desaparecer así como así. Además tiene poder, aún no es tan poderosa como lo fue Loona, pero tiene poder y debemos arrebatárselo. Y no lo conseguiremos matándola. El otro problema es Nur… Cuando firmamos el manuscrito de Lorimar tomamos una decisión, ¿vamos a violarla?

Se hizo el silencio.

— Debemos hacerlo —dijo Marh—. Si no queréis mancharos las manos sé de alguien que no tendrá inconveniente.

“¿Quién?” Preguntaron los Dioses

— Mi hermano Merher. Hace tiempo que cometió una ofensa contra mí, como sin duda algunos ya sabéis. Es el momento de pagarla. Dejadlo de mi cuenta. En cuanto a Brutha…

— Yo me encargaré de eso —dijo una voz al final de la mesa. No había hablado en toda la reunión. Era un hombre de unos treinta y cinco años, fornido, bien afeitado, de mirada firme y penetrante, vestía de cazador, con una enorme ballesta a su espalda—. Si Fregha hizo su trabajo, todo está dispuesto. No hará falta que la destruyamos, lo hará ella sola.

Todos respetaban la palabra de Parhem, el dios del amor.

No hizo falta mucha más conversación, Parhem y Marh serían los encargados de abordar el problema. Los Dioses firmaron el acta uno a uno y fueron abandonando la sala. Los últimos en salir fueron Ghish y Mighos.

— No has dicho nada en toda la reunión —dijo Ghish—. ¿Acaso no te preocupa lo que pueda suceder?

Mighos miró al payaso y sonrió con cierta ironía.

— Gish, soy el dios del tiempo, yo ya se lo que va a suceder.

Quizás algún otro dios se habría enfadado con Mighos por su actitud, pero Ghish era el dios de la risa, no podía tomarse nada en serio, así que se limitó a reír con todas sus fuerzas mientras salían del edificio.


Dios mío, que intrigante (y extensa) historia de conspiración y muerte. No se nos ocurre excusa mejor para seguir leyendo. La semana que viene sabremos del nacimiento de una organización secreta y maldita a los ojos de los dioses… Joven, prepárate para conocer a los cuatro de Gulf


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