En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.
Cuento tercero: "Un problema entre hermanos"
Guillermo Zapata y Mario Trigo
| 27 febrero 2010
Loona separó las piernas y apuntó con su escopeta a uno de los pequeños acólitos del dios Merher. Merher estaba frente a ella, con su túnica raída y su aspecto enfermizo.
— ¡Deja de hacer eso pequeña mujer o te aplastaré! —dijo.
Loona disparó sin pensar un segundo y uno de los acólitos cayó con un grito de dolor. Loona sonrío desafiante.
— No estás en condiciones de hacer amenazas —dijo mientras cargaba otras dos balas en la escopeta.
— Escucha, escucha un segundo, maldita sea —dijo Merher—. No puedo hacer lo que me pides. Mi hermana no me lo permitirá, sabes que no la puedo desobedecer.
Loona lo sabía. La diosa Marh era la diosa de la vida, madre de todas las criaturas de Whomba. Su hermano pequeño, Merher, dios de la muerte dependía de ella para existir. “No hay muerte sin vida”. En teoría, no podía desobedecerla. En teoría.
— Tu hermana hizo un pacto con el pueblo de Gulf hace hoy cien años. Les concedió vida dónde no había más que un yermo muerto. Durante cien años los habitantes de Gulf han servido ese pacto con honor y devoción. Han sido tan devotos de Marh que ella les ha recompensado asegurándose su fidelidad eterna. Las gentes de Gulf no pueden morir. Sus ancianos se marchitan, su piel se arruga, las enfermedades les acosan y el dolor es constante. Merher, tú eres piadoso…
El Dios Merher apareció junto al rostro de Loona, la miró con sus ojos oscuros y profundos. Loona notó su aliento de muerte. Permaneció firme.
— Hablas con la lengua de una serpiente, Loona. Tarde o temprano vendrás a mi seno y te amamantaré como una madre amamanta a sus crías. Por toda la eternidad.
Merher sonrío durante un segundo. Loona no bajó la mirada.
— Sé lo que será de mi cuando llegue mi momento, Dios Merher. La diosa Fregha me lo dijo cuando me convertí en negociadora. Todos nosotros sabemos un secreto y gracias a ese secreto, cumplimos nuestra labor. Y tú no disfrutaras de mi aliento en toda la eternidad. Si no estás de acuerdo, discútelo con Fregha.
Loona volvió a levantar la escopeta. Los acólitos estaban demasiado cerca. Les hizo un gesto para que se apartaran. Las criaturas, asustadas, se escondieron tras su señor.
— Como decía, Merher. Tu eres piadoso. Traes descanso a quién lo necesita. Desafía a tu hermana por una vez en la vida.
— ¡No voy a discutir con Marh para conseguir el aliento de un puñado de viejos!
— Los ancianos son el conocimiento.
— Habla entonces con Barlhar, hijo de Fregha. No conmigo. Yo tengo hambre de aliento vital. No de conocimiento.
Loona dio un paso atrás. Entre las ruinas del templo de Merher aparecieron un grupo de veinte jóvenes, 10 chicos y diez chicas. Todos ellos de las montañas de Gulf.
— Aquí los tienes, Meher. Puro aliento vital. Hijos e hijas de las montañas de Gulf que dan su vida para liberar a sus mayores y a los suyos. Ellos están dispuestos a desafiar a tu hermana… ¿Acaso tu no?
Loona notó el aliento vital de los veinte jóvenes cuando Merher se abalanzó sobre ellos. Su capa se abrió y lo llenó todo de noche. Merher los abrazó y los jóvenes se extinguieron lentamente. Loona intento contener una lágrima, sin éxito.
— ¿Era esto lo que querías? —dijo Merher—. Ve y dile a las gentes de Gulf que Merher se cierne sobre sus montañas. Que me llevaré a sus ancianos y que conocerán de nuevo la muerte.
Loona salió del templo. Sabía que Marh se iba a enfadar mucho con su hermano. Pero ese no era asunto suyo. Era asunto de los Dioses de Whomba. Escupió en el suelo, cargó la escopeta a su espalda y salió del templo.
Magnífico. Me parece poético y revelador.