Pequeño LdN


Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón

Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.

La duda del cazador de vampiros

John Tones y Guillermo Mogorrón | 5 febrero 2011



El hijo de Lord Arthur, Adrian, volvió a mirar desde la cripta por el ventanuco cercano al techo que le informaba de cuánto quedaba para que finalizara el crepúsculo y cayera la noche. Tenía aproximadamente unos veinte minutos de tiempo. Algunos pájaros se habían decidido a ponerse a cantar, y le resultó reconfortante: salvo su padre y él mismo, era la primera señal de vida que percibía en los alrededores desde el día anterior.

Se giró y volvió a mirar el ataúd abierto del Conde Drácula. Tenía el aspecto que esperaba, tal y como lo había visto en ilustraciones y grabados en los libros de su padre: anciano, ajado, desagradable, como muerto desde hacía días. Su piel estaba cuarteada y reseca, y desde luego, tenía un aspecto mucho más acorde con su naturaleza vampírica que la noche anterior, cuando les había recibido en su castillo bajo su engañosa imagen de amable y cansado señor de aquellas tierras. Ahora reposaba en el ataúd, sin respirar. Adrian volvió a mirar nerviosamente al cielo. Se le acababa el tiempo.

Con un escalofrío, Adrian corroboró que su padre estaba tan inmóvil como Drácula. Lo había traído a la cripta del Conde arrastrándolo durante un par de horas a través de la nieve, sabiendo que si lo dejaba en ese estado a la intemperie, los lobos darían buena cuenta de él. Lo colocó tumbado en el suelo, junto a la escalera que descendía desde la superficie, mirando al techo.

En realidad, Adrian no necesitaba tener cerca a su padre para cumplir su misión. Desde el momento en el que el Conde había mordido a Lord Arthur, Adrian sabía que no podía hacer nada por recuperar su cuerpo y evitar que se convirtiera en un vampiro. En el peor de los casos, Lord Arthur se transformaría en una renqueante alimaña vagamente parecida a un hombre, como todos los criados de Drácula. Durante varias décadas sería un sirviente fiel del Conde y se alimentaría de insectos y pequeñas aves. Hasta que en algún momento del futuro, si le servía correctamente, Drácula le concedería la posibilidad de transformarse en un vampiro como él, como tantos otros nobles de la zona que se alimentaban furtivamente de la sangre de los campesinos. Pero Adrian había encontrado el cadáver de su padre a tiempo, antes del amanecer. Había cargado con el cuerpo, que Drácula había ocultado en un granero para que nadie pudiera evitar el proceso diurno de vampirización, y ahora tenía, ante sí, al responsable de todo aquel dolor.

Adrian sabía qué iba a suceder cuando atravesara con una estaca el pecho del Conde Drácula. Todos sus discípulos morirían en una terrible agonía. Se derretirían en un charco de limo y azufre y sus almas descansarían en paz. Pero su padre lo hubiera querido así: al fin y al cabo, él le había enseñado todo lo que sabía sobre vampiros. Con él había estudiado las estrategias y tácticas de Drácula. Él le había explicado qué pasa con los discípulos del conde vampiro y cómo tratar con ellos. Él le había hecho jurar que, si alguna vez caía en su cruzada contra el Conde, se aseguraría de hacer lo correcto. Por eso, desde el mismo momento en el que la tapadera de los cazadores de vampiros fue descubierta y el Conde pasó de anfitrión a enemigo, Adrian se repitió una y otra vez que si su padre era mordido, se encargaría de zanjar la situación. Porque Lord Arthur tanbién lo habría hecho por él.

Adrian respiró hondo una última vez, se restregó las manos en los pantalones intentando que dejaran de temblar y colocó la punta de la estaca de madera en el pecho del Conde, a la altura del corazón. Con el rabillo del ojo, miró al ventanuco: quedaban escasos minutos para que amaneciera. Sujetó con energía la maza con la que hundiría la estaca en el anciano cuerpo del vampiro.

Y en el último momento, antes de golpear la estaca, miró a su padre, inmóvil, para asegurarse de que estaba haciendo todo correctamente.


Comentarios

  1. Eldan [feb 5, 17:10]

    AAArgghss y qué pasó después?? Qué pasó?????

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