Pequeño LdN


Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón

Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.

Infinitos

John Tones y Guillermo Mogorrón | 22 enero 2011



Sugoth se aburría flotando en el infinito. El tiempo pasa despacio cuando eres inmortal, pero esto era ridículo: llevaba una eternidad sumido en el sopor más absoluto, casi vegetando. Se rascó con parsimonia su calva y escamosa cabeza, del tamaño de la Vía Láctea, y suspiró.

Comenzaba a echar de menos a Yommox, el Tentacular Horror del Abismo, y los bromazos que gastaban juntos a comunidades de seres inferiores. Era divertidísimo cuando abrían una brecha dimensional que les permitía asomarse a algún planeta menor, como la Tierra, dando un susto a sus habitantes que afectaba a varias generaciones, volviendo loca a la gente, ocasionando el caos en estado puro, haciendo que la leche se agriara, el ganado enloqueciera, los cultivos se echaran a perder, el tiempo anduviera hacia atrás y las mujeres de las aldeas se quedaran embarazadas de pequeños monstruos caníbales sin piel. Pero la Tierra, ese caldo de cultivo de microbios inanes y decididamente molestos había acabado con Yommox, convocándolo, atrayéndolo y encantándolo para que cupiera dentro de una vasija que ahora reposaba en el fondo del océano Ártico. Yommox esperaría en silencio a que algún humano imprudente (siempre pasaba) rescatara la vasija y desatara su ira. Cada diez mil años estaban con la misma tontería.

Sugoth había creado a la Tierra y a los humanos que poblaban el planeta hacía ya… ¿cuánto? Era complicado calcular el tiempo cuando un solo movimiento suyo equivalía a siglos terrestres y su vida podía ser medida en eones. El universo en el que se apoyaba con delicadeza para no desgarrarlo había sido concebido mientras se aburría en una conversación con sus padres, cuyo tamaño, edad e intenciones no podían ser comprendidas ni siquiera por el propio Sugoth. Sugoth bostezó y, con el ruido y la energía de su gesto, desplazó de su órbita a unos cuantos planetas, apagó un sol y generó un cinturón de asteroides.

Finalmente, se incorporó, recogiendo lentamente sus tentáculos del tamaño del sistema solar y se asomó al planeta Tierra. No le había quedado mal, con sus climas, su propio sistema de rotación alrededor de una estrella que daba calor, con habitantes que habían desarrollado sus propias costumbres y cultura… Por supuesto, sus diminutos cerebros no les permitían comprender la magnitud de la raza de los Infinitos a los que él y Yommox pertenecían (sus padres no, sus padres eran… otra cosa), y eso daba pie a conflictos como el de Yommox y la vasija, pero quién podía culparles. Cuando la sola visión de una mínima parte de su ser hacía enloquecer a los humanos, agriaba la leche, secaba las cosechas, etcétera, es normal que no fueran capaces ni de comenzar a entender a los Infinitos. Por eso, Sugoth pensó en aparecer en el cielo, oscurecer por completo el planeta con un eclipse infinito, ocasionar un desastre climático que acabara con todo rastro de vida, y luego empezar de cero. Dar vida a un nuevo cuerpo celeste y crear una raza de seres inferiores, quizás una que pudiera entender y creer en los Infinitos, tal y como hacían los humanos en el albor de los tiempos. Lo pensó. Lo pensó, posiblemente, durante un tiempo que a nosotros nos habrían parecido miles de años, observándonos, pero con un nuevo suspiro pensó que no valía la pena molestarse.

Y así, desentendiéndose de nosotros, Sugoth se retiró a los confines de la galaxia, arrastrándose como hacía siempre, deslizándose por las leves pendientes que tejían las conexiones interdimensionales, y que solo pueden percibir quienes, como él, han creado universos completos. Monstruos que se aburren durante millones de años. Monstruos que en algún momento nos pedirán explicaciones. Aunque, por ahora, podemos esperar sentados.


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