Pequeño LdN


Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón

Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.

Huele que alimenta

John Tones y Guillermo Mogorrón | 16 octubre 2010



En realidad, y digan lo que digan las madres, es normal que tengamos problemas con la comida. Que haya alguna en concreto, que por su aspecto o por su sabor, nos repugne especialmente. Y eso es cosa de cada uno: hay quien no puede con el queso, hay quien no puede ni oler las espinacas. Cuando uno se hace adulto, os lo aseguro, esas manías pasan, y el cuerpo se acostumbra a comer de todo, pero como os digo, es normal que algunos alimentos nos inspiren cierto asco… aún cuando la infanciaha quedado atrás. Puede que tenga que ver con el hecho de que comer, al fin y al cabo, es introducir un elemento extraño en nuestro cuerpo. Si ese elemento tiene un olor o saber fuerte, bueno… ¿cómo vamos a culpar a nuestro cuerpo de que se rebele?

El caso de Gustavo, de todos modos, era especial. La relación de Gustavo con la comida era conflictiva, hasta el punto de que a menudo su cuerpo no la aceptaba, pero no se trataba de una repulsión física. A Gustavo no le molestaba el olor o sabor de un cocido o un filete. El problema de Gustavo es que le daba miedo la comida.

Para Gustavo, sentarse en la mesa era una experiencia similar a sentarse a ver una película de terror, pero quitándole la parte divertida. No tenía nada que ver con los sentidos del sabor, el olfato o el tacto. Es que cuando miraba al plato… la comida le devolvía la mirada. Era muy extraño y él era el primero que no terminaba de entenderlo, pero lo que sí entendía es que era una experiencia aterradora. En el puré de patatas veía formas que le recordaban a labios sonrientes que se hinchaban. En el caldo de las lentejas creía percibir un pequeño burbujeo y formas que se movían, como si en vez de estar mirando a un simple plato estuviera asomado a un pozo de kilómetros de fondo y varios litros de líquido en su interior. Los filetes de carne, cuando los miraba fijamente, alcanzaba a verlos respirar, como si estuviesen vivos. Y sobre todo, tenía la sensación de estar solo en esas percepciones. Las pocas veces que le había contado alguna de estas visiones a un amigo, éste se había reído de él, y ahora sabía que estaba solo en su solitaria contemplación de los alimentos amenazantes.

La gota que colmó el vaso de sus nervios fue una extraña pesadilla de la que se levantó alterado y que condujo a su tercera visita al médico en una misma semana. En ella, Gustavo se sentaba a la mesa y tenía ante sí un aparentemente apetitoso cuenco de noodles, esos finos fideos chinos que se enrollan sobre sí mismos y no parecen tener fin. Al asomarse Gustavo al tazón, parecían moverse, palpitando. El chico se frotaba los ojos en el sueño, con esa sensación de los sueños de que nada es del todo cierto o del todo falso. Los fideos volvían a moverse. Revelaban un terrorífico secreto: unos enormes ojos que giraban sobre sí mismos y miraban a Gustavo fijamente. Gustavo abría la boca para gritar y, en ese momento, los fideos saltaban sobre él, introduciéndose en su boca, moviéndose como tentáculos para apoyarse en la mesa y presionar dentro la lengua y la garganta de Gustavo. Esa noche, Gustavo se despertó sudando y gritando, metiéndose las manos en la boca, intentando sacar de ella unos noodles que no existían.

No he vuelto a saber nada de Gustavo, solo que sus padres lo llevaron a un doctor experto en alimentación con el que iba a iniciar un nuevo tratamiento. Puede que lo superara, estoy seguro de que sí. Al fin y al cabo la comida es necesaria para vivir, y el comportamiento de Gustavo no era normal: si seguía teniendo problemas para aceptar la comida acabaría afectando a su salud y enfermaría. Ahora, a veces, miro al plato de la comida y me acuerdo de él y de su historia. Y no me da asco ni experimento rechazo, me como la pasta, la carne, la verdura o la fruta. Con apetito y sin problemas. Pero no puedo evitar preguntarme si aquel extraño chaval sabía algo que yo no sé, que ninguno de nosotros sabe.

Porque al fin y al cabo, la comida es buena y necesaria, ¿verdad? Por si las moscas, haceos un favor y no dejéis nada en el plato: como mínimo, esa comida que os traguéis no podrá atacaros como en el sueño de Gustavo.


Comentarios

¡Sé el primero en opinar!

Deja un comentario

Recordar

Sobre Pequeño LdN



Archivo:

  • Listado de números
  • Mostrar columna

Créditos:

Un proyecto de Libro de notas

Dirección: Óscar Alarcia

Licencia Creative Commons.

Diseño del sitio: Óscar Villán

Programación: Juanjo Navarro

Mascota e ilustraciones de portada: Antonio G. de Santiago

Desarrollado con Textpattern


Contacto     Suscripción     Aviso legal


Suscripción por email:

Tu dirección de email: