Pequeño LdN


Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón

Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.

Abre la puerta

John Tones y Guillermo Mogorrón | 3 julio 2010



I
Acompañadme conmigo un momento con algo que seguro que habéis hecho montones de veces a solas. Cerrad los ojos y apretad muy fuerte, contando hasta cinco. Luego abridlos. No os preocupéis, seguiré aquí cuando los abráis.

¿Ya? Bueno, ¿qué habéis visto? Difícil de describir, ¿no? Puntos y rayas que se movían en el aire. Posiblemente un médico os pueda dar una explicación de por qué pasa eso: habéis presionado al apretar los ojos algún nervio ocular, que se aturde y os muestra esas pequeñas interferencias que no existen. Algo así. Puede que tenga razón, pero… ¿y si no? ¿Y si de algún modo habéis tenido acceso a un aspecto de lo que nos rodea que nunca podéis ver, y ese apretarse los ojos es como una llave a esos puntos y rayas, sea lo sean, sea lo que signifiquen, que no deberían ser contemplados?


II

El cine nos miente en una pequeña cosa. Pensad en cualquier película de monstruos que os guste. ¿En qué consiste la amenaza del monstruo? Frankenstein, Dracula, el hombre-lobo, los zombis, lo que sea… los monstruos irrumpen como una apisonadora en la vida normal de un grupo de gente, y esa vida se ve deformada. Comienzan a pasar cosas raras. Gente que muere en extrañas circunstancias, objetos y personas que se comportan como no deberían comportarse. Todo se vuelve raro. Pero cuando el monstruo es derrotado, las cosas vuelven a la normalidad, porque en realidad, esos monstruos de ficciónn no la estaban cambiando tanto. Resulta tranquilizador: al final, solo tenemos un par de huesos rotos y un monstruo muerto, pero nada que no cure el tiempo y el buen humor.

Ahora pensad. Aquí y ahora no estamos en una película, y los monstruos no existen. Imaginad qué pasaría si cuando abrís los ojos después de esos cinco minutos apretándolos, esas rayas y puntos que flotan en el aire, de origen desconocido… no se fueran nunca.



IV

Algo así le pasó a Carlos. Cuando se mudó con sus padres y su hermana recién nacida a su nueva casa, una enorme mansión de dos pisos que su madre había heredado de una anciana tía que acababa de fallecer, pasaron dos días sacando chismes del edificio. Desde zorritos disecados que hicieron llorar a la pequeña Berta a armarios que se caían a pedazos. La madre de Carlos quería redecorarla por completo, y cuando éste acabó de vaciar la pequeña buhardilla que iba a ser su habitación, se dispuso a reordenar su colección de cómics. Mientras los observaba con algo de pereza, se percató de que encima de la mesa de madera agrietada que había junto a su nueva cama, y que su madre había insistido en que conservara para poner encima la lamparita que usaba para leer por la noche, había algo que brillaba.

Se acercó a la mesilla. Era una llave grande y oxidada, de las antiguas, de las que abren puertas enormes y pesadas. No lo entendía. Parecía haber algo inscrito junto a los dientes. Carlos entornó los ojos y leyó: “Abre la puerta”.

—¡Papá! —gritó—. ¡Aquí hay una llave grande! ¿De qué es?

—¿Una llave? —oyó a su padre desde la cocina—. ¡Ni idea! ¿Hay alguna puerta por allí arriba que se nos haya pasado?

—¡No! —dijo Carlos.

Un momento. Al girarse para volver a dejar la llave en la mesita, Carlos vio una enorme puerta en un rincón de la buhardilla. ¿Cómo era posible? Apoyada en ella estaba la tabla de skate. ¿Cómo había dejado la tabla y no se había dado cuenta de que estaba ahí esa puerta? Se acercó a la puerta con la llave en la mano y un escalofrío le puso el vello de las orejas de punta. Esa puerta se estaba moviendo. Lenta e imperceptiblemente, pero se movía. Dejó caer la llave al suelo.

Se acercó un poco más a la puerta. Esa puerta estaba respirando. Se hinchaba levemente, haciendo crujir sus tablas de madera, y dejaba escapar por la cerradura un gemidito entrecortado. Esa puerta… estaba viva.


V

Bueno, el resto de la historia no importa, porque… ¿cómo? ¿Queréis saber qué había tras la puerta? Bueno, está claro: había monstruos. ¿Qué queréis que haya detrás de una puerta que respira? Pero no de los de las películas. De los de verdad. Dos días después de aquello, la curiosidad pudo a Carlos, usó la llave para abrir la puerta y los horrores que habitaban la casa (y que habían sido los responsables de la muerte de su tía) se le echaron encima. Un puñado de seres procedentes de la profundidad de una oscura dimensión plegada dentro de la nuestra, y que habían encontrado la manera de hacerse notar en nuestra realidad: llamando nuestra atención sobre ellos. Así son las cosas: nada existe hasta que no empieza a existir, y eso incluye a los monstruos viscosos, con tentáculos y escamas, con más colmillos de los que el más enloquecido biólogo sería capaz de contar en un animal terrestre, con sed de sangre y de niños incautos como Carlos.

La cuestión es… me he perdido. ¡Ah, sí! La cuestión es que no debéis fiaros de las películas de monstruos, que os muestran cómo cuando los monstruos son vencidos, todo vuelve a la normalidad. Porque la realidad la vas creando tú, poco a poco, paso a paso, y si alguna vez ves una puerta respirando, no pienses que cerrando los ojos o contando hasta diez esa pesadilla va a acabar. Cuando la realidad comienza a cambiar… es para siempre.

Por cierto, he dejado la llave de la tía de Carlos en una de vuestras casas. Quizás deberíais intentar no encontrarla. Pero claro, eso es imposible, no podéis intentar no hacer algo. Bien, supongo que eso quiere decir que es demasiado tarde para uno de vosotros. Cuidado si veis algo raro alrededor vuestro. Puede que sea completa y absolutamente cierto.


Comentarios

  1. El Profesor Burro [jul 3, 14:24]

    Ay mamá

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