Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón
Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.
La Hermandad
John Tones y Guillermo Mogorrón
| 19 junio 2010
I
Pepe se sentó en la taza del váter y respiró hondo. Comprobó que el pestillo se había corrido bien y la puerta estaba segura. Miró hacia arriba, el techo. Nada, todo liso. Palpó las esquinas de la pequeña cabina donde estaba. Nada. No había cámaras. Que él supiera, en Gran Hermano nunca había habido cámaras en los baños, pero ya no se fiaba de nada. Ni de nadie.
Intentó tranquilizarse y recapitular. ¿Cómo había llegado allí? ¿Cómo había comenzado aquella pesadilla? Pero antes de todo… ¿no sería todo una broma de la organización? No, no podía serlo, era demasiado… verídico. Aunque esa es la gracia, ¿no? Entras en Gran Hermano para que todo lo que dices, sientes y muestras sea verdad. Es normal que si hacen un montaje de tipo terrorífico, intenten que sea creíble y realmente aterrador, para que… pero no, ni siquiera esos sádicos que pensaban pruebas para torturarles y entretener a la audiencia eran capaces de tanto.
En los dos meses y medio que llevaba en marcha esta edición de Gran Hermano, habían tenido que perder peso, que andar en una cinta de gimnasia el equivalente de ir a Florencia y volver. Habían tenido que pelar seiscientas patatas al día, que cavar zanjas de dos metros de profundidad… pero esto era definitivamente demasiado. Le había parecido ver a varios de sus compañeros muertos en el jardín, y aquello no era maquillaje.
Pepe notó cómo se le aceleraba el pulso. No oía nada fuera, ni en el cuarto de baño ni en los dormitorios. Sólo el zumbido de las cámaras y las luces, ese zumbido que noche y día les acompañaba en cada uno de sus movimientos.
¿Pero y si era cierto? ¿Y si había vampiros en Gran Hermano?
II
Todo había pasado demasiado rápido, pero convenía que hiciera memoria y recordara cómo había sucedido. Quizás así podría averiguar cómo salir de allí, cómo pedir auxilio. Porque lo que estaba claro es que fuera estaban viendo lo que había pasado, y si había ayuda estaría en marcha. Sólo tenía que sobrevivir un rato más.
El primero que había hecho un movimiento extraño era Óscar. Óscar y Laura, dos concursantes como él. Ellos habían estado sirviendo sangría a todo el mundo, sin parar. Quizás la bebida llevaba algo que les había aturdido. Aunque sabiendo cómo se las gastaban dentro de la casa, posiblemente no era más que sangría corriente… de la que habían abusado una vez más. Laura y Óscar habían caído sobre el resto de sus compañeros de la casa, lentos y sin tiempo a reaccionar. Pepa, la madre de las tortillas de patatas. Sonia, la aspirante a actriz que fingía estar enamorada de Óscar. Juanita, la enana de comportamiento extraño. Don Tomás, el jubilado con ganas de marcha. Había visto cómo todos iban cayendo sin apenas oponer resistencia a los zarpazos y dentelladas de Óscar y Laura.
Pepe se encontraba en la cocina picando algo de hielo cuando oyó el jaleo en el jardín. Creyendo que se trataba de una broma o una prueba, no se le ocurrió coger algo contundente o cortante, y se asomó al patio, imprudentemente, con las manos medio dormidas por culpa del hielo, y sin nada con qué enfrentarse a los vampiros. Una vez allí comprendió que algo iba mal. No solo era que había varios cuerpos en el suelo que no se movían: es que Laura estaba mordiendo con saña a Esteban, el argentino surfero, y le estaba mordiendo de verdad. Mientras, Óscar forcejeaba con Sebas, el pueblerino de buen corazón.
Pepe dio un grito, soltó la bolsa de hielo y echó a correr. Cuando estaba en el pasillo comenzó a golpear uno de los cristales detrás de los que se suponía que había cámaras, pidiendo ayuda, pero no obtuvo respuesta. Había llegado hasta los baños y se había encerrado. Pensó en que, instintivamente, lo primero que había hecho tras asegurar el pestillo era comprobar que no había cámaras allí dentro. ¿Por qué? ¿No habría sido más lógico desear que sí hubiera, para poder pedir ayuda, para que pudieran mandar a alguien que se hiciera cargo de aquella matanza?
El silencio le inquietaba. Cuando hacían algo incorrecto o tenían que avisarles de algo, los altavoces que había repartidos por toda la casa bramaban con la voz de un desconocido que les daba instrucciones. Y ahora, silencio. ¿Qué estaba pasando fuera de la casa? ¿Algo similar a lo que había sucedido dentro? ¿Y por qué Óscar y Laura no hacían ruido? Era obvio que Pepe se había metido en el baño, no había más salida…
Pepe cerró los ojos e intentó escuchar, una vez más. Silencio. Pero allá a lo lejos, un murmullo. Era la voz de Óscar, gritando. Discutiendo, parecía. Malditas puertas dobles, amortiguaban todo el sonido. Definitivamente, los dos vampiros estaban en el patio, podía abrir con precaución.
Muy lentamente, Pepe descorrió el pestillo y salió de puntillas del váter. Ahora sí que oyó un tranquilizador zumbido. Era una de las cámaras del lavabo, siguiendo sus pasos. Por tanto, alguien había fuera de la casa. Vigilándole. Abrió la puerta del baño y puso un pie en el pasillo.
Ahora podía distinguir las voces de Óscar y Laura con algo más de detalle. Óscar parecía estar acusando a Laura de haberse precipitado, que todavía no debían revelar sus identidades. Laura le respondía que no se preocupara, que mandarían más gente dentro de la casa. Óscar decía que como iban a mandar más gente, que ahora todo el país sabía que eran vampiros. Laura que… parecían enzarzados en una discusión que no llevaba a ninguna parte y que tenía que ver con haber revelado su auténtica naturaleza y haber atacado a todos los concursantes de golpe y no ir reservándolos. Un escalofrío recorrió la espalda de Pepe cuando se dio cuenta de que no parecían preocupados porque se sintieran en peligro, sino simplemente porque se les había acabado el suministro de alimento.
No podía acercarse más a la zona de la cocina o le verían. Allí, a mitad del pasillo, había un enorme espejo que comunicaba con la zona de las cámaras. Pepe suspiró y agarró una silla. Sin pensar, la lanzó contra el espejo, lo rompió en mil pedazos y asomó la cabeza al otro lado.
—¿Hola?
Laura y Óscar habían dejado de hablar. Se le acababa el tiempo.
—¿Hola?
En la oscuridad del estudio, entre las cámaras, vio movimiento.
—¿Habéis visto lo que ha pasado? ¡Estamos en peligro! ¡Sacadnos de aquí!
Pepe miró nerviosamente hacia la cocina. Laura y Óscar estaban en silencio, pero tampoco parecía que se acercaran hacia él. De las sombras del estudio surgió un hombre alto, pálido y de nariz afilada. Tenía el pelo engominado y vestía un caro y elegante traje de chaqueta.
—Hola, Pepe. Qué tal.
—¿Habéis visto lo que ha pasado? Tenéis que…
—Por supuesto que lo hemos visto. Pero tienes que quedarte un rato más en la casa, aún no podemos sacarte.
—¿Qué? ¿Pero habéis visto…?
—Deja de preguntar si lo hemos visto. Lo vemos todo. Todo esto está planeado…
—¿Planeado?
—Sí, verás. ¿Te acuerdas de que Laura y Óscar entraron un poco después que el resto de los concursantes? Los metió la organización para subir la audiencia.
—¿La audiencia?
—Sí. Desde fuera, el público ha votado cuántos días debían pasar sin revelar su auténtica naturaleza, cómo debían hacerlo, si debían mataros a todos o no…
Pepe se estaba mareando. Se apoyó en la pared opuesta del pasillo.
—Entonces…
—Entonces la audiencia es soberana. Y deberías estar contento. El público ha votado que tú no seas devorado por Laura y Óscar, sino que te conviertas en uno de ellos.
—Pero entonces… ¿todos vosotros, en la organización, sois vampiros también?
El hombre alto se echó a reir.
—No, no somos vampiros. Somos tan humanos como tú. Ahora ve hacia el patio. Óscar y Laura te están esperando… y nuestra audiencia también.
El hombre alto volvió a las sombras. Una corriente de aire frío entraba desde el estudio.
Pepe miró, con lágrimas en los ojos, hacia el final del pasillo. Más allá estaba la cocina, y más allá el patio. Encogiéndose de hombros, se dirigió hacia allí. Tampoco podía hacer mucho más. Al fin y al cabo, si la audiencia lo había decidido…