Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón
Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.
Juegos de manos
John Tones y Guillermo Mogorrón
| 24 abril 2010
1.
Hoy no voy a contar ninguna historia de monstruos. En este tiempo que llevo compartiendo con vosotros unos cuantos secretos, unos cuantos peligros y unas cuantas advertencias, no os había hablado de mí, pero creo que ya va siendo hora.
En esta historia, la de hoy, no hay vampiros, no hay fantasmas y no hay hombres-lobo. Ni zombis en el instituto, ni calaveras con ojos ni niños que se transforman en gato, como pasa en todo lo que os he contado las últimas semanas. Esta historia va de mí y de cómo a veces el miedo no depende de si hay monstruos o no, sino de si eres capaz de verlos.
Cuando tenía trece años, mis padres me llevaron a un espectáculo de magia. Por desgracia para el pobre mago, que se hacía llamar Lewis El Magnífico, coincidió su actuación con un fin de semana de puente de cinco días. La gente se fue a la playa, de viaje, de vacaciones anticipadas, y mi pequeña ciudad quedó desierta. Mi familia no salió de viaje únicamente porque yo llevaba empeñado en ver el espectáculo de Lewis desde que le vi ordenar una baraja de cartas con los ojos vendados en un programa de televisión. Así que me compraron la entrada y me dejaron en el teatro mientras iban a tomar un café.
Lewis, que en realidad se llamaba Luis Carlos, era un maduro artista con bigotón, vestido con traje de etiqueta y con una larga corbata negra cuya punta parecía cobrar vida, inmiscuyéndose en sus juegos de magia. Cuando vio que la sala estaba vacía a excepción de mí, me señaló con el dedo.
— Eh, jovencito. ¿Eres mi único espectador hoy?
Asentí tímidamente. Lewis se acercó a nuestras butacas.
— Pues por haber decidido que hoy querías ver algo de magia, tengo una propuesta que hacerte. Un espectáculo especial solo para ti. ¿Qué te parece?
Titubeé y pedí lo que había ido a ver.
— ¿Puedo ver el truco en el que ordenas la baraja de cartas con los ojos vendados?
Lewis rió con ganas.
— Tengo algo mejor. ¿Qué te parece si te hago unos cuantos juegos… y te explico sus secretos?
No podía creer lo que me estaba pasando: un auténtico mago, de los que salían en televisión, me iba a explicar cómo hacer los trucos. Podría hacerlos al día siguiente en el colegio, presumir delante de todos, asombrarlos y maravillarlos. Le dije que sí, claro.
Ha pasado el tiempo y ya no recuerdo casi nada de lo que me mostró Lewis. Hizo muchos trucos famosos, el de los guisantes escondidos debajo de pequeños cubiletes, se sacó infinitos pañuelos de la manga e hizo estallar un pequeño conejo ante mis ojos… que apareció más tarde dentro de mi mochila. Me desveló algunos de esos trucos: por supuesto, nunca pude repetirlos. Exigían demasiada práctica y manos experimentadas. Sin embargo, sí hubo un truco, un sencillo truco que me aprendí y hoy estoy dispuesto a desvelaros. Y no sólo os servirá para divertiros con vuestros amigos. También servirá para que vosotros mismos decidáis a qué estáis dispuestos a tener miedo cuando las luces de vuestra casa se apaguen y la calle quede en silencio.
2.
Coged una baraja de cartas cualquiera y poned las cartas bocabajo. Voltead la primera (imaginemos que es la reina de corazones) y dejad que el público compruebe que es una carta normal. Mientras la miran, levantad la carta que hay ahora en la parte superior del mazo (imaginemos que es el as de picas) con el dedo meñique de la mano que sujeta la baraja, y mantened esa separación. Volved a poner la reina en el mazo, pero boca arriba, y charlad con el público para que no se den cuenta de que, con la ayuda de la separación que habéis hecho, podéis coger dos cartas simulando que cogéis sólo una. Esto que se llama doble levantamiento.
Cuando volváis a coger la carta, estaréis cogiendo dos en realidad: la superior, la reina de corazones, que ya habéis enseñado al público, y la inferior, el as de picas, que estará boca abajo. Todo el mundo pensará que tenéis una sola en la mano. Dejad el mazo en la mesa. Debéis agarrar las dos cartas así: el dedo medio en la esquina superior izquierda, y el pulgar en la esquina inferior derecha. Pasad disimuladamente el anular por encima de la esquina superior derecha y agitad enérgicamente las dos cartas. Mientras lo hacéis, girad las dos cartas con el dedo anular, para que pase arriba el as de picas. Cuando dejéis de agitarlas, parecerá que la reina se ha convertido en el as.
Es un truco extremadamente sencillo, y no tiene ningún misterio. De hecho, para presentarlo, no debéis decir lo típico de que tenéis poderes mágicos, ni hacer pases raros ni inventar palabras rimbombantes. Hacedlo con naturalidad: una carta, hop, se transforma en otra.
Lo curioso de este truco es que aunque vosotros mismos sepáis perfectamente cómo se hace, podéis engañaros a vosotros mismos. Me explico: el ojo no es tan rápido como para detectar este truco si movéis la mano lo suficientemente rápido, ni siquiera si ya sabéis cómo se hace. Es decir, aunque sepáis cómo lo estáis haciendo, vuestro ojo, como el del espectador, realmente verá una carta que se transforma en otra.
3.
Este fue el truco más sencillo de todos los que me desveló Lewis, pero también el que más me impresionó. Pasé meses y meses haciéndoselo a otros y, lo más curioso, haciéndomelo a mí mismo. Cogía una carta de la baraja y zas: la convertía en otra. Cogía una nueva carta y zas: la convertía en otra distinta. No tenía ninguna importancia que supiera que detrás de esa magia había un truco sencillo, elemental y al alcance de cualquiera. La verdadera magia estaba en engañar a mi propio ojo, lo que se tradujo con el tiempo en la posibilidad de engañar a mi cerebro.
Desde entonces, sé que no me debo fiar de lo que veo. Si haciendo un juego de magia del que sé el truco soy capaz de engañar a mis propios ojos… ¿cómo estar seguro de que lo que me rodea es de verdad? Escuchad, amigos de Yuyu, porque no os puedo contar historia de terror más inquietante que ésta, ni concebir un monstruo más peligroso que éste. Haced la prueba, porque os digo que incluso sabiendo el truco que se esconde tras la transformación de una carta en otra, vais a ver cómo sucede ante vuestra mirada. Moved rápidamente la mano y por lo que respecta a vuestro cerebro… la transformación será real.
Ahora contemplad vuestro alrededor. Las paredes de casa, el suelo de la calle, las puertas del armario, el teclado del ordenador. ¿Estáis seguros de que todo eso es tal y como creéis? ¿Estáis seguros de que porque ahora mismo no veáis nada en el pasillo… no hay nada en el pasillo? ¿Estáis seguros de que porque en la habitación donde ahora estáis no hay nadie más que vosotros… no hay nadie más que vosotros? Claro que estáis solos, acabáis de mirar. Ahora volved a hacer el truco. Sabéis hacerlo, es solo un truco… pero la carta se ha transformado en otra. Delante de vuestros propios ojos.
Ahora repetíos la pregunta: ¿estáis seguros de que todo es como creéis que es?
Mi hija Laura ha seguido tus instrucciones y ayer en el cumple de mi sobrino nos hizo el truco. Aún se rasca la cabeza y no entiende muy bien por qué se dieron cuenta cuando cambió la carta, pero yo creo que fue sobre todo porque siempre se le caía una de las dos, ja, ja.
Qué guay que lo haya intentado. :) La verdad es que hay que tener las manos de cierto tamaño para poder hacerlo sin que salgan las cartas disparadas, pero que persevere!! Si lo consigue, queda así de chulo:
http://www.youtube.com/watch?v=V8S-_29ALqE
Fíjate en el momento 1:23
Lo del tamaño de las manos explica porqué no me sale a mi tampoco, eso o los dedos regordetes…