Pequeño LdN


Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón

Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.

La mirada del cráneo

John Tones y Guillermo Mogorrón | 27 marzo 2010



1.

A Diego le gustaba, cómo no, cómo no le iba a gustar, que su padre le trajera regalos de sus viajes. El padre de Diego, gracias a su extraño trabajo de representante de pequeños electrodomésticos que él mismo inventaba y vendía, viajaba por países que casi no aparecen en los mapas, de feria de inventos en feria de inventos. Y siempre le traía recuerdos exóticos de lugares estrafalarios: Máscaras de hechiceros africanos, pedruscos sacados de un precipicio asiático o tebeos feísimos en idiomas indescifrables.

A Diego lo que realmente le habría gustado, claro, es que su padre pasara más tiempo con él y su madre, pero… discutían muy a menudo por eso, y sabía que su padre intentaba por todos los medios sorprenderle y agradarle con cada nuevo regalo. Pero Diego llevaba todo el último año decidido a que su padre entendiera que no quería más souvenirs de países remotos, sino que viajara menos. Sin embargo, esta vez había tenido que romper la promesa que se hizo a sí mismo. Porque el regalo de su padre había sido increíble.

El último viaje había llevado a su padre a una feria de inventores en Oriente Medio, donde al parecer sus cachivaches tenían muy buena fama. Le habían alojado a él y a un montón de inventores más en un punto indeterminado del desierto cercano a Irak, donde un ricachón árabe quería comprar algunos juguetes de alta tecnología. Allí, de turismo en un día que tuvo libre, encontró una pequeña tienda, oscura y vetusta, donde vio el regalo que le trajo a Diego. Se trataba de un cráneo, de tamaño aproximadamente real, con unos ojos de cristal y unas inscripciones en la base que nadie supo traducirle. El cráneo estaba esculpido con un realismo impresionante, pero lo mejor era el efecto óptico conseguido con los globos oculares: parecían mirarte te pusieras en la posición que te pusieras. El padre de Diego no consiguió hacerse entender con el antipático viejo árabe que le atendió en la tienda, así que simplemente pagó la calavera y se la llevó.

La tarde que el padre de Diego llegó a su casa, éste estaba dispuesto a hacerse el enfadado, pero su plan falló. Le había echado mucho de menos en la última semana, y además, el cráneo era el mejor regalo que le habían hecho en años. Esa noche lo dejó en su mesita junto a la cama, y se durmió.


2.

Esa misma noche, Diego tuvo el sueño más extraño de su vida.

Se encontraba flotando en un sitio completamente negro y vacío. No oscuro, sino vacío. Podía verse perfectamente a sí mismo, aunque no distinguía de dónde venía la luz. Estaba flotando, con los pies colgando, pero no se apoyaba en ningún sitio. No le daba la impresión de estar cayendo, pero tampoco de estar en un lugar firme. Simplemente, estaba allí.

A lo lejos vio un punto blanco, algo o alguien, así que se acercó hacia allá. Se acercó y se acercó, y el punto se hizo más y más grande. No dejaba de crecer, y Diego no dejaba de acercarse. Parecía una figura humana, pero en la negritud era imposible saber cómo de grande era ese alguien o cómo de lejos estaba. Así que siguió acercándose. Y siguió, hasta que descubrió que era algo muy grande.

Y tenía razón. Cuando finalmente llegó a los pies de la figura, un escalofrío le recorrió la espalda. Era una especie de hombre sin ojos, de pelo largo y con una túnica blanca, que sostenía un pergamino enrollado en su mano derecha. Medía unos cinco metros de alto, pero no parecía amenazador. Solo extraño. Despedía una luz verduzca y sonreía misteriosamente. Pasado un rato, habló con una voz que parecían varias voces pronunciando las mismas palabras:

— Bienvenido, Diego.

— ¿Dónde estoy? —preguntó Diego, inquieto pero no asustado.

— En mi casa.

— No hay nada.

— Estás tú.

Diego se quedó pensando. Bueno, eso era algo, desde luego.

— Bueno, pero aparte de mí…

— Contigo es suficiente.

Diego volvió a quedarse callado. Quizás no había hecho la pregunta correcta.

— ¿Quién eres? —preguntó.

— Lo mismo que tú.

— ¿Y quién soy yo?

— A esa pregunta tienes que responder tú solo.

El hombre sin ojos giró su mano izquierda. Tenía cogido el cráneo que el padre de Diego le había regalado esa tarde, y se lo tendió a Diego. Los ojos de cristal del cráneo le miraron fijamente.

— Pero aquí también tienes la respuesta —continuó el gigante.

— ¿Esto…?

— Eres tú.

Diego se despertó.


3.

A la mañana siguiente, Diego se sintió tentado de tirar el cráneo a la basura. No le gustaba aquel sueño. En clase, pasó todo el día pensando en lo que había imaginado por la noche, que por extraño que pareciera, recordaba perfectamente.

Cuando volvió a casa, miró al cráneo de nuevo. Los ojos de cristal le seguían devolviendo la mirada. En ese momento entendió qué le había querido decir el gigante sin ojos. Y no volvió a soñar nunca con él.


Comentarios

  1. Aniel [mar 29, 15:09]

    Ah! Me he quedado con ganas de más!

  2. pedrotoro [abr 10, 16:42]

    Es un poco el “Cómo te ves yo me vi” de ST en clave esotérica, ¿no?
    ;)

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