Pequeño LdN


Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón

Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.

El sueño de Niño Maldito

John Tones y Guillermo Mogorrón | 13 noviembre 2010



Cuando Niño Maldito nació, su madre murió en el parto. Fue un accidente, nadie podía preverlo, dijeron los médicos. Son cosas que pasan, afirmaron con tristeza. Pero eso no consoló al padre de Niño Maldito, que nunca volvió a sonreir.

Niño Maldito era distinto a los demás niños. Nunca salió de su casa, una casa solitaria enmedio de un barrio abandonado donde nunca se oía el menor ruido. Niño Maldito no podía tener amigos, y pasaba todo el día oyendo viejas canciones en el tocadiscos y mirando por la ventana a la calle vacía.

A veces, Niño Maldito oía a lo lejos el ladrido de un perro y sonreía, pensando que quizás el barrio en algún momento se llenaría de gente y de vida, pero pronto el sonido se esfumaba en la lejanía. Con el tiempo, Niño Maldito se dio cuenta de que siempre estaría solo.

Acostúmbrate, le decía su padre. Nunca vas a poder tener compañía. De hecho, decía siempre encogiéndose de hombros, no sé por qué yo sigo aquí.

El padre de Niño Maldito hacía todo lo que podía hacer por su hijo: traerle de comer. Salía cada mañana bien temprano de casa, y cada noche, traía carne de cerdo que Niño Maldito se comía cruda, porque no podía digerir nada más.

Así pasaba un día tras otro: Niño Maldito se levantaba al alba con su padre y, cuando éste se iba, pasaba el día escribiendo pequeños cuentos, escuchando música, mirando por la ventana y releyendo los cuatro libros y el puñado de tebeos que su padre le había ido trayendo con el paso del tiempo.

Niño Maldito era inteligente: había aprendido a leer y a escribir casi sin la ayuda de su padre, pero nada de eso servía para alegrarle lo más mínimo. Su padre insistía en que siempre estaría solo, y ya se había hecho a la idea de que así sería.

El momento más agradable del día tenía lugar cuando se iba a dormir con el estómago lleno de carne cruda. Ahí, en la oscuridad, se imaginaba que la madre a la que nunca conoció le arropaba y le susurraba que al día siguiente tendría preparado un desayuno como el que había leido en los libros que tomaban los chicos normales. Y así siempre dormía tranquilo.

——-

En la clase se hizo un pequeño silencio. Jorge bajó los folios a la altura de las rodillas, subrayando con su gesto que ya había acabado de leer, y sonrió levemente, buscando la aprobación de sus compañeros. La clase estalló en un aplauso sincero y la profesora se acercó a felicitarle. Era uno de los mejores cuentos que había escrito para la clase de Lengua, y quería hablar con él más tarde acerca de unos concursos en los que creía que debería participar.

En el patio, después de jugar al fútbol con sus compañeros y hablar un rato con sus mejores amigos, los primos Claudia y Alberto, se sentó en una escalera que iba a la clase cerrada, a comerse el bocadillo de chorizo que le había hecho su madre. Hoy, mientras leía aquel cuento, había decidido que sería escritor, y que viviría de imaginar historias como la triste vida de Niño Maldito. Se dio prisa en acabar el bocadillo antes de volver a clase con una sonrisa.

———

Niño Maldito cerró la libreta donde escribía sus cuentos y escribió con cuidado “Jorge” en la portada. La puso junto al resto de sus cuadernos.

Se sentó en el alféizar de la ventana e imaginó que Jorge era real, e incluso que era amigo suyo. Que, como él, pasaba muchas horas escribiendo y que compartían ideas y libretas con los nombres de sus personajes escritos en la portada con bolígrafo.

Niño Maldito sabía que eso nunca pasaría porque, como decía su padre, siempre iba a estar solo. Pero aquella noche, en el mejor momento del día, con el estómago lleno de carne cruda y quedándose dormido, imaginó que él no era más que fruto de la imaginación de un niño normal. Y ese día durmió mejor que nunca.


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