Pequeño LdN


Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón

Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.

Bichos

John Tones y Guillermo Mogorrón | 27 noviembre 2010



El día en el que el tamaño de Teo se redujo hasta medir lo mismo que un microbio, fue posiblemente el más largo de su vida. ¿Sabéis que los insectos, los microbios y los animales diminutos en general perciben el paso del tiempo de forma distinta a nosotros? La vida de una mosca es de unas horas, pero en ese tiempo pueden crecer, alimentarse, reproducirse y morir. Para ellos un día es como para nosotros setenta años. Por eso, el tiempo que a Teo le parecieron varias horas en realidad fueron solo unos pocos segundos.

El motivo por el que Teo, un niño de 12 años perfectamente normal, fue reducido de tamaño contra su voluntad aún no ha sido desvelado. Nadie de su vecindario experimentó el mismo cambio de tamaño, nada extraño sucedió en ningún otro punto de su casa el día del extraño fenómeno. Teo, simplemente, se acercó a la cocina a la hora de la merienda para recoger de la encimera un bocadillo envuelto en papel de aluminio, y al atravesar el marco de la puerta, comenzó a percibir primero que no llegaba a la encimera, luego que su vista comenzaba a bajar más allá de la pequeña mesa de la cocina, más adelante que ya no alcanzaba a ver por encima de la silla, luego que se encontraba a ras de suelo ante la atónita mirada de su perro, entonces que se estaba introduciendo entre las rendijas de los azulejos y…

…y en ese momento los colores y las formas de todo lo que le rodeaba comenzaron a cambiar: se sumergió en un mundo alternativo al nuestro pero que está ahí, vivo y palpitante, en penumbra porque hay zonas a las que no llega la luz del día. Teo era tan pequeño que ni siquiera reconocía a su alrededor la cocina: estaba en un paisaje parecido a un desierto, donde las motas de polvo eran como montañas, y a su alrededor grandes muros le aprisionaban: veía alzarse a su derecha e izquierda dos grandes paredes de piedra. Se había colado por entre las grietas del suelo. Tan asustado que no podía ni gritar, comenzó a andar, aunque sabía perfectamente que podría pasar días enteros andando, y que en el mundo real, el que ahora era gigante, eso no supondría más que unos pocos milímetros del suelo de la cocina.

Justo cuando iba a sentarse, desesperado y a punto de comenzar a llorar, un chirrido fuerte, como el que escupiría un cerdo en un matadero, le hizo dar un salto. Ante él se alzaba un monstruo inimaginablemente terrible: una especie de ciempiés con una docena de ojos y dos bocas, antenas azuladas que parecían tener vida propia y una cola cuyo final no podía ver pero que serpenteaba en ese horizonte de polvo, telarañas y pelos de animales de perro que parecían enormes tuberías de oleoducto. Era un simple ácaro del polvo, pero con aquel tamaño parecía un feroz dinosaurio. El ácaro gritaba a un volumen que quizás ni siquiera un perro como el de Teo podría percibir, pero en aquel momento estaba haciendo que todo lo que rodeaba al chico se tambaleara. Instintivamente, Teo se giró y comenzó a correr, mientras oía los chirriantes aullidos del ácaro acercándose a él.

Giró una esquina de la rendija en la que se había colado y vio algo brillante. Era el borde de la puerta de la cocina. Un momento: había empezado a reducir su tamaño justo cuando entró en ella, quizás si volvía a salir. Aquello no tenía ningún sentido, pero podía sentir el sonido de las miles de patas del bicho microscópico acercándose a toda velocidad, así que apretó el paso y en unos minutos cruzó el dintel de la puerta.

Al principio no sentía nada, pero pronto Teo vio que los colores a su alrededor estaban cambiando de nuevo. Un extraño vértigo le asfixió y como pudo, siguió avanzando. Estaba creciendo de tamaño a toda velocidad. Comenzó a reconocer las familiares formas de los muebles que había en el recibidor, en la entrada de la cocina, así que siguió gateando: ya no escuchaba los gritos del ácaro a su espalda. Creció algo más, su perro volvió a mirarlo asustado y sin entender nada mientras que el nivel de visión de Teo subía poco a poco: la cómoda, el espejo, la mesa, el pomo de la puerta de entrada… En unos minutos, Teo había recuperado su tamaño. Suspiró aliviado, resoplando y sin entender nada, pero contento de haber escapado del peligro más terriblemente diminuto que se puede imaginar.

Hasta que oyó un sonido familiar y terrible: el grito del ácaro. Se giró, atemorizado: el monstruo microscópico había cruzado tras él la puerta de la cocina y había crecido hasta que su horrible cabeza tocaba el techo del recibidor, mientras revolvía sus miles de patas en lo que quedaba de una cocina destrozada. En esta ocasión, Teo sí pudo gritar para pedir ayuda, pero en el último momento se dio cuenta de que daba completamente igual que alguien llegara a escucharle.


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