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Los casos de Ángel Michigan, por Frunobulax y Glòria Langreo

Ángel Fernández es un adolescente madrileño, amante de todo tipo de historias de detectives y misterios, que un día, aburrido de tanto estudiar, decide disfrazarse de señor mayor y jugar a ser investigador privado. Pero en el mundo de los adultos, pocas cosas son un juego. El autor de estas aventuras escribe un blog sobre los Simpson y los tebeos. Las ilustraciones son de Glòria Langreo.

19. La historia de "Toilet"

Frunobulax y Glòria Langreo | 6 noviembre 2010



¿Pero cómo era posible que la gente votara a este alcalde? Menudo mentecato. No sólo tenía toda la ciudad en obras y llena de agujeros, que parecía que estuvieran buscando un tesoro, sino que encima en su tiempo libre le gustaba contratar a verdugos que les cortasen la cabeza a los niños curiosos.

«Cuando yo cumpla los dieciocho, desde luego, que no cuente con mi voto», pensé.

—¿Qué vamos a hacer ahora, Susana? Tengo miedo… —dije.

—Pues claro, Michigan. Yo también tengo miedo. Al otro lado de la puerta hay un verdugo con un hacha que viene a buscarnos.

—¿Estás segura de que has visto bien?

—Pues claro, ¿te crees que estoy ciega? Ha encendido la luz. Le he visto claramente. Es un señor, un poco bajito, pero con un pantalón de verdugo, una capucha de verdugo y un hacha.

—Madre mía, qué miedo… —me temblaban un poco las rodillas—. ¿Qué vamos a hacer? ¡A mí me gusta que mi cabeza esté donde está!

—Calla un momento, hombre. Siempre tengo que pensar en todo yo —protestó Susana, mientras que ponía esa carita suya que pone cuando se concentra. Como cuando en clase la sacan a la pizarra y le hacen una pregunta, y aprieta mucho los ojos mirando hacia arriba, buscando la respuesta más adecuada. Susana es experta en pensar, y muchas veces encuentra la solución a los problemas de clase. Confiaba que ésta no fuese una excepción.

En ese momento, la puerta negra, al otro lado de la cual estaba el verdugo con el hacha, que venía a cumplir su trabajo en nuestros cuellos, tembló. Tembló tres veces, después de que el verdugo golpeara otras tantas veces con sus nudillos, con mucha fuerza.

Susana y yo nos quedamos muy quietos, muy quietos, a este lado de la puerta. Esperamos unos segundos, sin hacer nada, en completo silencio. El eco de los tres golpes en la puerta se escuchó durante bastante rato, retumbando en las lejanas habitaciones del palacio.

Un momento después, al no obtener respuesta, el verdugo volvió a golpear la puerta, esta vez todavía más fuerte. El eco de los golpes retumbando a lo largo del castillo, duró casi medio minuto. Se escuchaba perfectamente revolotear el sonido por todas las habitaciones, a pesar de la tormenta. No había duda de que el resto del palacio se había quedado vacío. Los miembros del Linimento habrían escapado, dejando todo el trabajo sucio al verdugo.

Otra vez se hizo el silencio. Susana y yo estábamos petrificados, y caminábamos sobre las puntillas de los pies, marcha atrás, tratando de alejarnos de la puerta. Pero a nuestra espalda estaba el Agente Naranja, adormilado por la serpiente, y detrás la sala de reuniones, a muchos metros de altura de la calle.

—Vamos a morir, ¿verdad, Susana? —dije muy bajito, con un hilito de voz. Estaba absolutamente aterrorizado. No había escapatoria posible.

De pronto, el verdugo comenzó a dar golpes en la puerta, tratando de tirarla abajo, al no obtener respuesta. Giró el pomo varias veces, dio fuertes patadas a la puerta de madera, golpeó con los hombros cogiendo carrerilla, y gritó con fuerza para que le abriéramos, pero la puerta no cedía.

Así que comenzó a golpear la puerta con el hacha.

Susana y yo nos caímos al suelo del susto, con el primer golpe de hacha, y nos abrazamos muy fuerte, sentados en el suelo.

Un segundo golpe rajó la puerta, y pudimos ver el filo del hacha en mitad de la misma, dejando pasar la tenue luz de la biblioteca hacia el pasillo.

Un relámpago iluminó el lugar en el que nos encontrábamos, al tiempo que un tercer hachazo tiraba abajo del todo un buen trozo de la puerta, y nos hizo estremecer a los dos, que nos abrazamos con todas nuestras fuerzas, con los ojos cerrados.

El hacha había abierto un agujero en la puerta tan grande, que el verdugo consiguió colarse a través de la madera, blandiendo el hacha amenazadoramente. Introdujo primero un brazo, luego la cabeza encapuchada, y a continuación el resto del cuerpo. Un nuevo relámpago iluminó toda la estancia, todo el palacio y aparentemente toda la ciudad. A continuación, un trueno extraordinario retumbó a nuestro alrededor, a la vez que el verdugo se erguía y comenzaba a caminar en nuestra dirección.

«Parece que todo termina aquí», pensé.

—¡No nos comas, por favor! —dije.

El verdugo había corrido hasta donde nos encontrábamos, y estaba apenas a un paso de nosotros. En ese momento, se detuvo en seco a nuestro lado, y se quedó durante un momento mirándonos, con el hacha colgando de su mano derecha, de pie a nuestro lado. Susana y yo nos llevamos la mano a la cabeza instintivamente, y nos apretujamos en posición fetal retorciéndonos en el suelo.

El verdugo dio un paso más hacia donde estábamos. Se agachó lentamente, casi hasta que tuvimos su cara a un palmo de la nuestra. Y en ese momento, se quitó la capucha de la cabeza y dijo:

—¡Alfredo! ¡Susana! ¿Pero qué estáis haciendo aquí?


***



Mientras tanto, Ricardo y “Terminíctor” acababan de dejar atrás el feo y descuidado jardín de la entrada principal del palacio, y llegaban hasta la puerta de entrada principal.

—Qué raro que esté la puerta abierta, ¿no? —dijo Víctor.

—Sí que es extraño, sí. Además está todavía moviéndose. Es como si alguien acabase de salir por aquí.

—Mira, hay un montón de pasos en el barro. Parece que un grupo de gente acaba de salir corriendo de aquí. Y las huellas se dirigen hacia la parte de atrás.

—Qué pasa, Víctor, ¿ahora tú también eres detective? —dijo Ricardo, mientras le frotaba a su hermano en la cabeza.

—Podrían ser los secuestradores, que han huido llevándose a Michigan y a Susana.

—Escucha, ¿no oyes unas voces ahí al lado?

Efectivamente, Víctor había sido muy observador. Había una serie de huellas bien visibles y todavía frescas desde la salida, que embarraban un pequeño caminito de piedras que se dirigía hacia un lateral de la casa. Se veía muy claramente, porque la lluvia había embarrado toda la zona, y los pasos iban desde los charcos de barro hasta la impoluta acera. Desde esa dirección, además, llegaba el murmullo de una serie de voces. Los hermanos decidieron seguir las huellas, escondidos entre los escasos arbustos.

Y su sorpresa fue enorme, cuando vieron al grupo de misteriosos tipos que estaban a punto de abandonar el palacio. Ricardo ya tenía una edad suficiente como para atender a las noticias de la prensa y la televisión, y seguir la actualidad. Así que no tuvo dificultad para reconocer los rostros de los que en ese momento escapaban: no sólo el alcalde, Elías Alvaraz Ferrer, sino también alguno de sus principales concejales y ayudantes, el presentador de las noticias de mayor audiencia de la televisión nacional, y el presidente del Banco Municipal, fueron algunos de los rostros que pudo reconocer entre la confusión. Todos ellos portaban metralletas, y estaban en ese momento entrando en una furgoneta negra con el motor en marcha, en la parte trasera del jardín, claramente visibles bajo la luz de una farola.

—¿Qué hacemos, Ricardo?

—Aquí está pasando algo muy gordo, enano. Parece que los niños no están con ellos. Creo que lo mejor será que te quedes aquí en la puerta, y yo seguiré a esa furgoneta con el coche. ¿Tienes el teléfono encima?

—Sí —dijo Víctor “Terminictor” —. Tiene poca batería, pero…

—Llámame si ves cualquier cosa rara, o en cuanto llegue la policía —dijo su hermano Ricardo, mientras se acercaba silenciosamente hacia su coche aparcado.


***



—¡No me llamo Alfredo, me llamo Ángel, ÁN-GEL!

—¡Señor Arniches! —dijo Susana, levantándose del suelo de un salto—. La pregunta es qué hace usted aquí.

—¡Pero si es Carlos Arniches! —dije yo, mientras me incorporaba también, con el corazón todavía acelerado como una locomotora—. ¿Has venido a matarnos?

—¡Claro que no! He venido a sacaros de aquí. Pero ya veo que no necesitabais mi ayuda, ¿cómo os habéis desatado?

—Ha sido gracias a una serpiente de piedra que… —comencé a explicar, pero Susana interrumpió mi discurso.

—Espera un momento, ¿cómo sabe usted que estábamos atados? ¿Por qué está disfrazado de verdugo? Todo esto es muy raro…

—No. Todo es muy sencillo. Es gracias a la Magia.

—Y dale con la Magia… —dije yo—. ¿Pero qué Magia?

—¡Claro! —dijo Susana, repentinamente—. Ahora lo entiendo todo. Usted es el fabricante del robot que hace Magia, ¿no es así?

—Algo así, sí. Veréis, chicos… Yo formé parte de esta sociedad secreta. Fue hace mucho tiempo, todos cometemos errores…

—Lo sé —dijo Susana—. Eras el Agente Carmín. Hace un rato escuché la historia, estaba escondida espiando durante la reunión, en esta habitación —dijo señalando a nuestras espaldas, donde yacía el Agente Naranja—. Todo habría ido bien si Michigan no hubiese aparecido y lo hubiese estropeado todo…

—Lo siento, yo creía que te habían secuestrado, y como tenía un dragón… —me excusé.

—¿Has conocido a Tod y Rod? —dijo Arniches—. También son una de mis creaciones. Bueno, mejor dicho, son fruto de la Magia del robot.

—No entiendo nada, ¿Toilet hace Magia?

—Jajaja, ¿por qué le llamas Toilet? —me preguntó Arniches, divertido.

—Es su nombre, es lo que ponía donde le encontré.

—Me gusta. Jajaja. Toilet. Veréis. Toilet era el último de los robots de la anterior generación. Fue mi gran creación. Yo trabajaba de ingeniero para la empresa más importante de informática y robótica del mundo, Mundotech, cuando el Linimento se puso en contacto conmigo —mientras Arniches nos contaba esta historia, le seguimos de vuelta hacia la biblioteca, de la que extrajo algunos libros de fotografías—. Me pidieron que les ayudara para fabricar un ejército de robots, que ayudarían a la sociedad a solucionar algunos de sus problemas. Pero con el tiempo fui comprendiendo que todo era mentira. Que el Linimento estaba detrás de algunos de los mayores crímenes y desastres de todo el mundo. Es una organización muy poderosa. Pero eso ya lo sabéis vosotros, ¿verdad?

—Ya que conoces este sitio, no sabrás dónde está la cocina, ¿no? La verdad es que no he cenado nada… —le interrumpí.

—Qué pesado, Michigan, ¡déjale que se explique! —dijo Susana, dándome un codazo.

—Ahora os llevaré a cenar a algún sitio. Como iba diciendo, pronto fui averiguando sus verdaderas intenciones. Atracos, secuestros, trampas en las elecciones e incluso asesinatos de altos cargos y personalidades famosas. Pero cuando supe todo esto, ya era demasiado tarde. Había construido el prototipo del ejército de robots, el simpático Toilet, como tú le llamas. Le programé para poder comunicarse con las personas, obediente y servicial. Pero totalmente pacífico. Era incapaz de herir a nadie, y siempre tenía ganas de diversión. Era inútil para los malvados planes del Linimento. Así que el Agente Blanco, el propio señor alcalde, le expuso personalmente a largas torturas y pruebas químicas. Pero algo salió mal, y Toilet recibió ciertos poderes, que le permiten dotar de vida a objetos inanimados. Es a lo que llamábamos la Magia, y ésta se estaba volviendo contra los intereses egoístas del Linimento. Toilet tenía capacidad para enfrentarse, él solo, contra todos nosotros, y no encontramos la manera de destruirle…

Carlos Arniches nos estaba mostrando una serie de fotos, en las que se veía el proceso de fabricación del robot, así como otras imágenes de varios miembros del Linimento en diferentes situaciones, recortes de periódicos con noticias trágicas, viejos planos de los circuitos del robot, así como incomprensibles fórmulas y planos de circuitos y estructuras de todo tipo. De pronto, una voz sonó a nuestras espaldas.

—Es una historia muy bonita, Agente Carmín. ¿Os importa si me uno a la velada?

Maldita sea, nos habíamos olvidado del Agente Naranja. Recuperado de la mordedura de la serpiente, ahí estaba ahora, con la metralleta en una mano y el hacha en la otra…


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