Ángel Fernández es un adolescente madrileño, amante de todo tipo de historias de detectives y misterios, que un día, aburrido de tanto estudiar, decide disfrazarse de señor mayor y jugar a ser investigador privado. Pero en el mundo de los adultos, pocas cosas son un juego. El autor de estas aventuras escribe un blog sobre los Simpson y los tebeos. Las ilustraciones son de Glòria Langreo.
20. La gran evasión
Frunobulax y Glòria Langreo
| 18 diciembre 2010
—¡Maldita sea, nos habíamos olvidado del Agente Naranja! Recuperado de la mordedura de la serpiente, ahí estaba ahora, con la metralleta en una mano y el hacha en la otra…
—Eso ya lo ha dicho el narrador, Michigan —dijo Susana—. No es hora de repetir las cosas. Es hora de salir pitando de aquí.
—Maldito seas, ¡devuélveme mi hacha! —dijo el señor Arniches, que mientras nos explicaba los asuntos del Linimento había dejado olvidada su hacha en el suelo, y el malvado Agente Naranja no había tenido dificultad para hacerse con ella.
—Quietos los tres ahí mismo, o me lío a tiros.
La cosa no era de broma. Para confirmarlo, el Agente Naranja apretó el gatillo de su metralleta, apuntándola hacia arriba. Una ráfaga de balas fueron escupidas en medio de un ruido atronador, mientras caían casquillos y trozos de techo por todas partes. En ese momento, afuera, comenzamos a escuchar sirenas. A juzgar por la cantidad de ellas, calculamos que por lo menos diez o doce coches de policía se dirigían a la puerta principal del Palacio a toda velocidad.
—Estás atrapado, Marcial, no tienes escapatoria. ¿Vas a añadir a tu lista de delitos el asesinato de estos dos niños inocentes?
—¿Por qué le has llamado “Marciano”? —pregunté yo, confundido.
—Marcial. He dicho Marcial —aclaró el señor Arniches—. Chicos, os presento a Marcial Sanjuán, presidente de la Compañía Eléctrica Nacional. Este tío se ha hecho millonario estafando a toda la población subiendo el precio de la luz y desviando dinero a su propia cuenta privada.
—Jajaja —rió el Agente Naranja, apretando de nuevo el gatillo de su metralleta hacia el techo—. ¿Acaso tú eres inocente, Carlos? Casi todo tu dinero ha sido ganado de forma deshonesta. ¿No recuerdas que llegaste a ser consejero del Linimento?
—Sí, eras el Agente Carmín, fabricaste robots asesinos para el Linimento, ¿verdad? —dije yo—. Ya nos lo ha contado todo. Pero está arrepentido, y nos va a ayudar a salir de aquí. Y usted va a ir a la cárcel durante mucho tiempo.
—Deja de decir tonterías, niño. No sabes con quién estás hablando —dijo el Agente Naranja, mientras se acercaba a nosotros zarandeando peligrosamente su metralleta—. Seguidme. Os voy a atar a una de las columnas de la sala de reuniones, y si yo no salgo vivo de aquí, no saldremos ninguno de los cuatro.
En ese momento tuve otra vez muchas ganas de llorar. No me apetecía nada ser atado, ni golpeado, ni tiroteado ni cortado con un hacha. Sólo quería irme a casa y olvidarme de todo este asunto. Si era necesario, para salvar la vida, ni siquiera denunciaría a este señor tan horrible. Así que los tres no tuvimos más remedio que agachar la cabeza y seguir al Agente Naranja para que hiciese con nosotros lo que quisiese, no fuera que le diese por apuntarnos con esa metralleta infernal y se le escurriese el dedo.
* * *
Entretanto, abajo se estaba liando una bien gorda. Había tantas sirenas de coches de policía en la puerta del Palacio, con sus luces blancas y azules a toda mecha, que parecía de día. Víctor “Terminíctor” y su hermano Ricardo les contaron rápidamente a los agentes todo lo que sabían. Les explicaron que estaban tratando de huir por la parte de atrás, y que nosotros estábamos en lo alto del palacio. Lo que ellos no sabían entonces era que estábamos en mitad de un problema bastante gordo, y que no lo íbamos a tener fácil para huir de ahí.
—Se fueron por ahí detrás, señor agente —explicó Ricardo, que había estado muy pendiente de la huida de los miembros trajeados del Linimento—. Se subieron a una furgoneta negra, que arrancó hace unos segundos, pero no les he visto salir de la finca del palacio.
—Muy bien, chico. Ahora apartaros de aquí —el jefe de la operación policial era Santiago Martorell, el padre de Blanquita, una chica de mi clase—. Id con el resto de los policías, mientras nosotros nos hacemos cargo. ¡Chicos, seguidme!
Haciendo gestos con un brazo, unos veinte policías comenzaron a corretear por el jardín, casi sin hacer ruido. Unos se internaron hacia el lateral de la casa, ocultándose entre los árboles. Mientras tanto, otro grupo se acercó hacia donde estaba el jefe Martorell, y se apostaron contra la pared del palacio. Otros cinco agentes marcharon a toda velocidad, con las pistolas desenfundadas, a dar la vuelva a la casa por el otro lado, para cubrir la huida.
Lo que tuvo lugar en ese momento, por lo que me contó “Terminíctor”, fue impresionante. Los policías se movían como los ninjas de las películas. Dando volteretas, saltando de unas ramas a otras de los árboles, trepando por las paredes del edificio, consiguieron llegar en unos pocos segundos hasta la parte trasera del palacio, donde se ocultaba, detrás de una fuente, la furgoneta negra en la que los truhanes del Linimento pensaban escapar. Cuando los agentes llegaron ante la furgoneta, todos los “linimentos” empezaron a correr a todos lados, disparando sus armas contra la policía. Hubo más de media hora de persecuciones y fuego cruzado. Hubo una explosión, y la furgoneta salió volando por los aires. Cada cinco minutos, un policía volvía hacia la parte principal de la casa, portando a uno de los peces gordos del Linimento, esposados. Llovían las balas por todas partes. Unos policías disparaban lanzallamas; otros lanzaban estrellas shuriken japonesas; otros golpeaban a los malos con llaves de karate. Volteretas, cabriolas, patadas voladoras, llaves Nelson, balas atrapadas con los dientes… Al final, todos fueron capturados, esposados y sentados en la parte de atrás de los coches patrulla.
Bueno, la versión de “Terminíctor” a lo mejor fue un poco exagerada, pero es lo que él me contó. También me dijo que uno de los policías podía volar, y disparaba porras y esposas por los ojos, pero esto ya no me lo creí. Supongo que tenía un poco de envidia, porque tuvo que ver toda la captura desde lejos, sin poder hacer nada, mientras que Susana, el señor Arniches y yo estábamos todavía inmersos en mitad de la acción. Y lo que sucedió en lo alto del Palacio de los Condes de Soria, la historia de cómo conseguimos escapar del Agente Naranja, es también bastante difícil de creer, pero os aseguro que no me estoy inventando nada.
* * *
Susana, Arniches y yo estábamos ya atados con fuertes correas a tres de las columnas de la sala de reuniones, tres de las que no estaban esculpidas con serpientes. Todo apuntaba a que el Agente Naranja, también conocido como el Presidente de la Compañía Eléctrica Española, se iba a salir con la suya. Nos dejó atados, y se alejó rápidamente de la sala, tratando de escapar por la parte de atrás del palacio.
Pero de pronto, algo sucedió, que dio la vuelta a los acontecimientos.
Algo que ninguno esperábamos a esas alturas.
Apareció alguien del que casi ni nos acordábamos.
—¡Toilet! —grité, al ver aparecer al pequeño y valiente robotito Toilet de debajo de la enorme mesa de reuniones—. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—Toi_let lle_va cuán_to tiem_po a_hí —dijo, con una brillante sonrisa de acero dibujada en su simpática cara inerte.
—Jaja, ¡Toilet! Qué nombre tan gracioso —dijo el señor Arniches—. ¡Sácanos de aquí, deprisa!
—¡Bravo! Desátanos, vamos —añadió Susana—.
Sin embargo, Toilet no obedeció a nuestras palabras. Sin decir una palabra, se giró sobre sí mismo y salió por la puerta de la sala de reuniones detrás del Agente Naranja.
Esperamos unos minutos en silencio. El Agente Naranja acababa de salir por la puerta, no era posible que hubiese escapado ya. Toilet tenía que haberle dado alcance enseguida. ¿Por qué no escuchábamos sus gritos de auxilio, golpes ni nada?
Tras otro largo minuto mirándonos unos a otros sorprendidos, y prestando mucha atención a los ruidos que pudieran llegar desde el pasillo, por fin, comenzamos a escuchar unos chillidos lejano.
—¡GRAAAAAAAAAKK!
—¡GRREEEEEEEEEEEEK!
No tardamos en descubrir que era ese ruido. Al cabo de unos segundos, los chillidos se escucharon con más fuerza, hasta que volvió a entrar en la sala de reuniones, después de atravesar el largo pasillo, un enorme dragón de piedra, con Toilet montado en su lomo, y el malvado Agente Naranja Marcial bien sujeto entre sus garras. Detrás del dragón Tod, venía su hermano gemelo, el dragón Rod. Toilet les había liberado tal y como yo mismo hice hace un rato, para que le ayudaran a escapar del palacio.
De pronto, escuchamos un ruido mucho más potente:
—¡¡¡BROOOOOOOOOOOOOOOOOOOMMM!!!
Un escandaloso crujido, atronador, seguido de un temblor escalofriante, como un terremoto, resonó a lo largo de todas las habitaciones y pasillos del palacio.
Las paredes vibraban, las estatuas oscilaban, y todo se caía al suelo. Era un temblor de tierra asombroso, inimaginable. ¿Qué estaba pasando?
Mientras Toilet nos liberaba de nuestras cuerdas, no sin dificulad, miramos por la ventana y comprendimos lo que sucedía: el Palacio de los Condes de Soria se estaba elevando. Sus raíces y cimientos habían emergido de la tierra, y el Palacio estaba volando hacia el cielo, como un cohete.
Más concretamente, como una nave espacial. ¡Estábamos a bordo de una extraña nave con forma de palacio madrileño, que emprendía el vuelo con todos nosotros dentro! Todo se meneaba, de las paredes caían espadas, cuadros y antorchas, los muebles se golpeaban contra todas partes, y difícilmente conseguíamos nosotros mismos mantener el equilibrio.