En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.
—Algo va muy mal. Si no… ¿a qué esta reunión?, ¿en este lugar?— Yheon miró hacia atrás, inquieto.
—¿Y quién nos convoca?— Alyax se puso en pie y caminó alrededor del fuego.
—No… ¿No creeréis que se trata de una trampa? ¿No? Oh, Dios. Soy demasiado joven para morir —dijo Mur.
Todos los demás se miraron y rompieron a reír. La risa rebajó su tensión.
—Si, bueno, lleváis razón, soy bastante viejo. Es verdad, pero… ya me entendéis.
—No parece una trampa —dijo Alyax mirando hacia el interior del bosque—. ¿Quién querría tendernos una trampa a nosotros cuatro? ¿Y para qué?
De entre las sombras apareció una figura. Ninguno de los cuatro había reparado en ella hasta ese momento, llevaba una capa de color verde oscuro, que se confundía con los colores del bosque, más aún por la noche. Quién sabe cuanto tiempo llevaría ahí.
—Para sobrevivir —dijo la figura.
Mur dio un respingo que a punto estuvo de apagar el fuego, Alyax se mantuvo en su posición original, pero tanto Lengren como Yheon se colocaron en posición de combate. Lengren materializó de la nada una espada curva y Alyax sacudió su bastón en el aire y, con el sonido del metal cortando el viento, este se convirtió en una espada.
El recién llegado extendió sus brazos en señal de paz.
—Habíamos dicho sin armas —dijo—. No voy a haceros daño. Esto no es una trampa.
—Descúbrete, entonces —dijo Lengren.
La figura se despojó de la capucha. Los cuatro reconocieron inmediatamente a Mighos, el Dios del tiempo, uno de los dioses mayores, con voz y voto en el consejo. Al verle, lejos de tranquilizarse, se echaron a temblar. Mur reclinó la cabeza en señal de respeto. Lengren y Yheon guardaron de inmediato sus armas. Fue Alyax, nerviosa e infantil, la primera en hablar.
—Dios Mighos, ¿has convocado tú esta reunión? ¿Por qué el secreto? ¿Por qué aquí?
—Porque es necesario, Alyax. Tanto como vuestra promesa de que mantendréis el secreto. Se acercan tiempos muy duros.
Mighos se sentó en el círculo, en su presencia, el fuego parecía crecer y calentar más.
—¿Qué es lo que está pasando? —dijo Mur.
—Dioses menores, el consejo va a traicionaros. No solo a vosotros cuatro, a todos los menores.
Los cuatro dioses se miraron en silencio. Mighos prosiguió.
—Sois la carnaza de una bestia llena de hambre.
—¿Hambre? —dijo Lengren.
—Hambre de poder. Una criatura creada para preservar los antiguos pactos y que hoy… amenaza todo Whomba. El consejo planea entregaros a ella.
—¿Por qué nos cuentas esto? —dijo Mur—. ¿Cómo… cómo sabemos que no es una nueva trampa?
—No lo sabéis.
—¿Y por qué debemos confiar en ti? —dijo Yheon.
Mighos puso su mirada en el fuego y, de entre las llamas, se materializó una imagen: una playa llena de barcos, hombres y mujeres de Whomba mirando a la orilla.
—Porque soy el Dios del tiempo. Yo ya sé lo que va a pasar.
Un trueno quebró el silencio. La lluvia irrumpió en tromba en el bosque de Malparte. El fuego se apagó. La tormenta había llegado.
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