En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.
Cuento vigésimo sexto: "Volver a Gulf"
Guillermo Zapata y Mario Trigo
| 18 septiembre 2010
Celis caminaba delante con determinación casi fanática. Brutha iba detrás intentando convencerla de algo aparentemente imposible. Cerraba la marcha Morg, que parecía ser el único completamente alerta. Llevaban así varias lunas, alejándose tan rápido como podían de las montañas de Uttica y del mal que habían encontrado en ellas.
Nur estaba muerto. El dios olvidado había sido asesinado por una criatura de ébano, sin ninguna piedad, sin ningún motivo aparente. Asesinado, según Celis, por los propios dioses para enterrar su secreto. ¿Qué secreto? Celis no lo recordaba.
Solo había un objetivo en sus pasos: Gulf. Volver a Gulf, volver a casa.
Brutha y Morg la seguían sin saber muy bien porqué, sin tener un plan. Brutha tan solo porque la magia había despertado en ella y pensaba que Celis era la única que podía ayudarla a entender y controlar lo que le estaba pasando, ya que la propia Celis tenía capacidades mágicas. El caso de Morg era distinto. Él iba donde iba Brutha sin necesidad de hacerse preguntas. Su amiga tenía siempre la respuesta. Y en cualquier caso, alejarse de ese monstruo de ébano era una buenísima idea.
—Para un momento, Celis —dijo Brutha—. ¡Para, por favor!
—No tenemos tiempo. Tenemos que seguir.
Brutha sacudió la cabeza y se adelantó hasta Celis.
—¿Por qué tenemos que seguir? ¿Dónde vamos?
Celis no dijo nada y siguió avanzando. Brutha la agarró del hombro.
—He dicho que dónde vamos.
—A Gulf.
Brutha no entendía nada.
—¿A Gulf? Allí no hay nada. No es más que un montón de rocas.
Celis se dio la vuelta y se acercó hasta estar a pocos centímetros del rostro de Brutha.
—Será un montón de rocas, pero es mi montón de rocas. Y si vuelves a hablar mal de él o de los suyos, te arrancaré el corazón seas quien seas.
Brutha se quedó completamente helada. La propia Celis ya se había dado la vuelta y avanzaba a paso ligero.
—No —dijo Brutha—. Si no nos explicas lo que estás haciendo irás a Gulf, pero irás sola.
Celis siguió andando un poco más y luego se detuvo. Miró un segundo al cielo y suspiró. Volvió hacia Brutha.
—Vamos a morir, todos nosotros. Morg, tú y por supuesto yo. Y quiero hacerlo en mi casa. En Gulf. Donde nací.
—Yo no pienso morir —dijo Brutha—, al menos no de momento.
—Yo tampoco —apuntó Morg acercándose.
—No lo entendéis. No… no hay salvación posible. El Manuscrito de Lorimar ha sido robado. La única persona que lo podía traducir ha sido asesinada. ¡Un Dios asesinado! Los dioses no pueden morir. ¿No lo entendéis? Se ha quebrado un pacto, un pacto importante.
—Las cosas cambian —dijo Morg con tranquilidad.
—Las cosas cambian y por el camino la gente muere. Es la historia de Whomba.
Brutha miró a Celis a los ojos y distinguió por primera vez un brillo de miedo. Le pasó la mano por los hombros.
—Celis… yo no sé si vamos a vivir o no, tampoco sé lo que había en el manuscrito de Lorimar. Los dioses enviaron a un hombre a robármelo y supongo que será algo importante.
—Supones bien.
—Será importante, pero no es lo único importante, ni lo más importante. Vayamos a hablar con mi maestra, ella sabrá que hacer. Cuando me robaron el manuscrito yo iba a entregárselo a ella.
Celis agachó la cabeza en señal de derrota.
—Quizás no escuchaste la primera vez que lo dije. Tu maestra asesinó a los míos cuando empezamos a desarrollar nuestras habilidades mágicas. No será distinto contigo. Loona es tan aliada de los dioses como ese Koren del que hablas. Probablemente más. Lo lleva siendo toda su vida.
Brutha sintió que Celis había perdido la cabeza definitivamente. Ni siquiera se enfadó con ella por las cosas que estaba diciendo.
—No… Celis, te equivocas —le sonrió—. No sé quién te ha contado eso de que Loona mató a los tuyos, probablemente los dioses, pero no es así. Loona es nuestra aliada. Me educó a mí y los míos. Está de nuestro lado. Díselo, Morg.
Morg había esperado que la conversación se resolviera sin tener que opinar. La verdad, no estaba seguro de quién estaba con quién exceptuando a él mismo y a Brutha… Y un poco a Celis. Pero poco.
—Gulf no siempre fue un yermo. Durante muchos años la diosa Marh mantenía el lugar lleno de vida —dijo Celis, antes de que Morg pudiera hablar—. Tan lleno de vida que sus ancianos no podían morir. Un día, los habitantes de Gulf decidieron desobedecer a la diosa Marh y llegar a un acuerdo con Merher, su hermano, ofreciéndole la vida de 24 jóvenes de las montañas de Gulf para devolver la muerte al lugar.
—Conozco la historia —dijo Brutha—. Loona me la contó cuando era pequeña… Pero no eran veinticuatro jóvenes, eran veinte.
—Eran veinticuatro, pero cuatro de ellos nunca llegaron a encontrarse con Loona para hacer el intercambio con Merher. Esos cuatro son los cuatro de Gulf que tú no conoces porque tu maestra decidió no contarte toda la historia.
Brutha sintió una sensación de mareo.
—¿Cómo lo sabes? —dijo.
—Yo era una de los cuatro. Y cuando te digo que tu maestra está del lado de los dioses es porque la vi asesinar a mi amigo Xebra con mis propios ojos. Nadie me lo ha contado, lo vi.
Brutha se sintió desfallecer. Se sentó en el suelo.
—Y, aunque no lo puedo probar, estoy casi segura de que también asesinó a mi amiga Nanna cuando fue a vengar la muerte de Xebra. Los dioses la enviaron a destruirnos. Había cometido un error al dejar que nos fuéramos.
—No… No puede ser. Ella me explicó que yo era la elegida.
Morg se acercó a Brutha y tomo su cara entre sus zarpas.
—Brutha… ¿la elegida para qué?
Brutha estaba llorando de incomprensión, notaba un vacío crecer en su interior.
—Nunca te lo decían. “Vas a ser la elegida”, “Lo dicen las estrellas”… pero, ¿para qué?
—Yo iba a ser la mejor negociadora…
Celis se la quedó mirando. Brutha lloró y lloró hasta no tener más lágrimas. Después se alejó de ellos y se marchó, completamente sola. Morg quiso acompañarla, pero Celis se lo impidió. “Tiene que pensar”, dijo.
Esperaron hasta que Brutha volvió. Al verla parecía más serena y cansada, pero sus ojos ya no tenían dolor, sino rabia.
—Por lo que sabemos los dioses solo temían a dos cosas: El Manuscrito de Lorimar y la magia. El manuscrito habla de sus orígenes, habla de sus normas, cuenta la verdad. Para proteger ese origen hicieron que Koren me lo robara y crearon esa criatura de ébano para que matara a Nur. No se me ocurre otra explicación. Solo ellos tienen poder suficiente para romper sus propios pactos. Quizás la misión de la criatura ha terminado y ya no es problema nuestro. Quizás es algo con lo que los dioses nos ataquen después. No lo sabemos, pero ahora no podemos resolver eso. Tendremos que actuar sabiendo que descubrir la verdad es imposible.
—No podemos hacer eso… —Celis siempre había considerado que la verdad era el único camino para destruir a los dioses.
Brutha sonrió.
—Sí que podemos. Tenemos la magia.
—Gonz era el cuarto de nosotros, Brutha. Xebra murió, Nanna fracasó en su venganza, yo he fracasado en mi búsqueda de la verdad y Gonz fue el que utilizó la magia para luchar contra los dioses. También pereció. Consiguió rebelar a muchos hombres y mujeres de Whomba contra ellos, pero no fue suficiente. Lo aplastaron.
Brutha se quedó mirando a Celis un segundo y volvió a sonreír.
—Eso es porque les atacó. Nosotros no haremos eso. ¿Qué proporcionan los dioses a los hombres? Cosas que ellos no pueden conseguir por sí mismos… Con la magia podemos conseguir esas cosas sin su ayuda.
-Un combate sin pelea —dijo Morg—; no funcionará, Brutha.
Sin embargo, Celis ya estaba sonriendo también.
—Lo haremos en Gulf. Tú tenías razón, ni el propio Merher cuida de ese lugar ya. No hay más que muerte.
—Estoy segura —dijo Brutha— de que lo que me ha pasado a mí le ha pasado a otra gente de Whomba. Si no soy especial y todo era mentira…
Brutha dejó la frase en el aire y miró en dirección a las montañas de Gulf.
—Eso quiere decir que no estamos solos. Llamaremos a los nuestros y fundaremos Gulf de nuevo.
Brutha se puso a andar.
—Lo queremos todo —murmuró Celis.
Al menos ahora tenían un plan.