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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento decimoséptimo: "A las puertas del templo de Lorimar"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 5 junio 2010



Brutha pensaba que no volvería a ver jamás las llanuras heladas que rodeaban la ciudad de cristal, que no tendría la oportunidad de volver a entrar en el Templo de Lorimar, ver a su anciana maestra, Loona, y a sus compañeros. Suponía que, de tener una oportunidad así, se sentiría alegre; y sin embargo, ahora caminaba en dirección al templo por el páramo lleno de nieve entre las estructuras de vidrio de los enormes edificios derruidos, y sentía un peso cada vez mayor en los pies. A cada paso que daba, más cerca estaba de casa y más lejos de volver a ver a Koren. No era un secreto lo que iba a pasar con él. Se había hecho pasar por uno de los negociadores y había engañado a los pescadores de kraal, la propia Brutha le habría matado si no fuera porque se había acogido al acuerdo de Verbal, que obligaba a que todo miembro de los negociadores —y Koren había sido elegido para ello— tenía derecho a ser juzgado en el templo de Lorimar ante los ojos de sus maestros y, probablemente, de la diosa Fregha, que vivía en el templo. Koren iba a morir.

Y sin embargo, el muchacho caminaba con paso firme y la cabeza alta, sin miedo aparente. En numerosas ocasiones había dado muestras de una valentía desconocida para Brutha. Se había sacrificado por ella y le había salvado la vida poco después. En realidad, estaban casi empatados, si es que se podía decir algo así en una situación semejante, ya que ella también había salvado a Koren al menos en una ocasión.

En realidad no era el único motivo por el que iban a Lorimar. Hacía ya mucho tiempo, ella y Morg habían encontrado a una extraña mujer que les había entregado el llamado “Manifiesto de Lorimar”, un documento antiguo escrito en una lengua que ni siquiera la propia Brutha podía comprender. Parecía que todo aquello había pasado hace varias vidas. Ni siquiera tenía a Morg a su lado. Eso era lo que más la pesaba. ¿Cómo iba a explicárselo a Loona? ¿Cómo le iba a decir que, al fin y al cabo, había echado a Morg de su lado porque sabía que iba a terminar matándolo tal y como le dijo la diosa Fregha? ¿No era eso desobedecer a los dioses? Y si ella estaba desobedeciendo a los dioses… ¿era un delito que mereciera la muerte lo que había hecho Koren?

Brutha suspiró y notó cómo le empezaba un intenso dolor de cabeza.

—Has hecho lo que tenías que hacer —le dijo Koren—. No pasa nada.

—¿No te importa morir? —dijo Brutha. Era absurdo ocultárselo más tiempo y, además, Koren era lo suficientemente listo para saber lo que iba a pasar.

—No, soy imbécil y quiero morir porque me he dado cuenta de que he sido un niño malo.

Los dos guardaron silencio unos segundos. El templo aún quedaba, al menos, a una noche de distancia.

—No es eso. Es que… me pillásteis. Si uno se mete a organizar algo como lo que yo hice, tiene que contar con que le pueden pillar. Y me pillásteis. Tengo suerte de haber vivido todo este tiempo.

Brutha no dijo nada.

—Además, la única forma de sobrevivir sería quitándote el arma o luchando contigo… y no voy a hacer eso.

—Bien, buena idea, porque perderías.

Koren se río bien alto. Brutha intentó contener la risa, pero fue imposible. De pronto estaban los dos muertos de risa en medio de ese paraje helado. Rieron hasta que no les quedó aire en los pulmones, y luego, poco a poco, se fueron callando.

Al rato estaban caminando de nuevo en dirección al templo, los dos en silencio. Koren delante, Brutha detrás, con la cabeza a mil por hora. Estaba empezando a caer la noche, y la luz del sol en el horizonte se reflejaba sobre la nieve. Brutha aceleró el paso y se puso frente a Koren. Le desató la cuerda con la que habitualmente le llevaba atado para poder controlar sus pasos. Koren la miró sin comprender.

—Vete —dijo Brutha.

—¿Cómo? ¿Estás loca?

Brutha cortó la cuerda con un cuchillo.

—He dicho que te vayas.

Koren se la quedó mirando sin decir nada.

—Nadie sabe que vienes conmigo. No me están esperando y nadie va a preguntar por ti. Vete.

—No, ellos lo sabrán.

Brutha movió la cabeza con gesto de rechazo.

—No lo sabrán.

Los dos se quedaron en silencio.

—¿Qué vas a hacer tú? —dijo Koren

—Tengo que llevar una cosa al templo. No te preocupes.

—¿Y si se dan cuenta de que me has dejado marchar? No es buena idea.

—Se cuidarme sola. Vete, por favor.

Los dos se miraron a los ojos, sin moverse. Pasaron los segundos. Koren se dio la vuelta y empezó a caminar, sus pasos iban dejando rastro en la nieve. «Que estupidez», pensó Brutha «Ahora tengo ganas de llorar».

Ella también se dio la vuelta y empezó a alejarse en dirección contraria, hacia el templo. De pronto, escuchó algo detrás de ella, se dio la vuelta y vio a Koren avanzar en su dirección. Se quedó plantada sobre la nieve, con la mirada fija en el muchacho.

—Lo siento —le dijo Koren al llegar hasta dónde estaba ella.

Después la abrazó y la besó con pasión. Brutha se dejó hacer y permitió que el beso siguiera. Los dos se enlazaron, sus manos se mezclaron, sus lenguas no se daban descanso. Pronto estaban al abrigo de uno de los edificios, quitándose la ropa. Deseándose.

Hicieron el amor mientras el sol caía en el horizonte. Después, Brutha se durmió.

Soñó con Loona y con Morg. Soñó con el día en que había llegado al templo. Soñó, quizás, con el rostro de su madre, a quién nunca había conocido. Soñó con Loona en la cámara de las estrellas, enseñándole la constelación que decía que ella era la elegida por los dioses para ser la negociadora más importante de la historia de Whomba. Soñó después con imágenes que no comprendía, con un hombre negro de ojos amenazantes. Soñó una guerra y un ejercito de hombres y mujeres comunes. Soñó con un fuego que se extendía por todo Whomba.

Despertó al amanecer, con el sol nuevo quemándole las mejillas. Koren no estaba a su lado. Estaba sola. Un rastro de pisadas se alejaba de allí en dirección contraria a la del templo. Estaba sola. En seguida se dio cuenta de que Koren había rebuscado en su bolsa. Miró en el interior y encontró una escueta nota:

«Siento no poder explicarte más ahora. Esto es más grande que tú y que yo. Espero que lo entiendas. Volveré para buscarte y explicártelo todo. Te quiero. No quiero estar sin ti».

La firma era la de Koren.

Brutha sabía lo que había sucedido, incluso antes de mirar en la bolsa. Efectivamente, Koren le había robado el manifiesto de Lorimar.


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