En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.
Cuento decimotercero: "La sangre de Brutha"
Guillermo Zapata y Mario Trigo
| 8 mayo 2010
El grito de dolor se extendió por el bosque, pero no había nadie cerca para oírlo, solo Koren. Brutha estaba tendida en el suelo, con un agujero de unos tres centímetros en el lado izquierdo del cuerpo. Koren tenía los dedos metidos en el agujero. La sangre de Brutha manchaba sus ropas, la mano de Koren, el trapo que intentaba contenerla e incluso el suelo. La Negociadora volvió a gritar de dolor. Koren siguió hurgando en la herida. Los ojos de Brutha estaban casi cerrados por la hinchazón producida por sus lágrimas.
— Ya casi la tengo —dijo Koren—, aguanta un poco más.
Brutha no dijo nada, su tripa se contrajo, se mordió los labios, intentó no chillar.
— Piensa en algo bonito —dijo Koren con alegría.
Brutha se giró para mirarle y en ese momento de relajación de los músculos de la chica, Koren aprovechó para tirar hacia arriba y sacar los dedos del agujero. Brutha chilló aún más fuerte que las otras veces al notar la bala salir de su cuerpo desgarrando mínimamente el agujero. El dolor era tan intenso que se desmayó.
Koren miró la bala llena de sangre y sonrió. Al moverse, notó un dolor en el hombro y comprobó que el mismo estaba herido, aunque de forma mucho más leve que Brutha.
— Bastardos… —murmuró.
Salir de aquel desfiladero en Nualham había resultado bastante complicado.
Brutha estaba incosciente y por el agujero seguía manando un reguero constante de sangre que parecía imposible de parar. Koren no era médico, ni nada parecido, pero supuso que las opciones eran tapar el agujero y coser la herida. Tapó el agujero con barro que encontró en el lecho de un río cercano, lo más limpio posible. Lo mezcló con las hojas caídas de los árboles que había alrededor, no sabía muy bien porque, pero le pareció una buena idea. Cuando consiguió que la sangre dejara de manar, se dispuso a coser la herida. En ese momento se despertó Brutha.
— Vaya.
— ¿Qué pasa? —dijo la Negociadora con un hilo de voz.
— Iba a coserte. Habría sido más fácil contigo inconsciente.
Brutha no dijo nada, pero sonrió un poco, solo un poco. “Lo suficiente”, pensó Koren. Y le devolvió la sonrisa.
Empezó a coser con una aguja que hizo con hueso e hilo que llevaba la propia Brutha en su mochila. Cada puntada que daba Koren era un aullido que sofocaba Brutha. En una ocasión se hizo sangre en el labio por moderse con demasiada violencia. Koren la miró y le paso un trapo limpio por la cara. El gesto, aunque fue ejecutado por Koren con total normalidad, puso a la chica muy nerviosa.
— ¿Crees que voy a morir? —dijo Brutha—. Si es así tienes que decírmelo, hay cosas que debo hacer.
— Creo que vas a morir, pero no por ésto, sino de hambre. Con los gritos que pegas será imposible encontrar algo de caza decente en todo el bosque.
— Te estoy hablando en serio —dijo Brutha—. Si voy a morir tengo que convocar a Merher y negociar con él. Es lo que hacemos.
— No lo sabía, supongo que me echaron de vuestro club antes de conocer los secretos importantes. Pero Merher no acudirá, así que no te preocupes.
— ¿Cómo que no acudirá? —dijo Brutha.
— Ha desaparecido.
Brutha miró a Koren intentando comprender qué quería decir con eso y porque tenía ese tipo de información.
— ¿No lo sabías? Lo escuché en un poblado, antes de llegar a las montañas. Tú y tu amigo estabáis muy ocupados negociando no sé qué demonios con los aldeanos, pero yo pude escuchar.
— Habladurías. Mientras la gente crea en ellos, los dioses no desaparecen.
Koren miró un segundo un Brutha.
— ¿Por qué no duermes un poco? —le dijo.
Brutha le miró y se recostó. Koren notó que no había soltado su escopeta en ningún momento.
— Tengo que vigilarte —dijo Brutha con una media sonrisa.
— ¿Crees que voy a escapar? —Koren le siguió el juego—. Podría haberlo hecho antes.
— No eres un asesino. No me ibas a dejar morir.
— Aún no sabemos si vas a morir o no.
Brutha lo miró y se recostó un poco más.
— Tienes razón, mientras mi vida esté en peligro te quedarás a mi lado. Eres un cobarde, no vas a dejarme atrás así.
— Eso es —dijo Koren con dulzura.
Brutha se quedó dormida mirándole. Koren, una vez la chica estaba durmiendo, le apartó el pelo de la cara y se le quedó mirando un rato. Después, él mismo se durmió también.
A unos cientos de metros, entre los árboles, alguien observaba a los dos jóvenes mientras dormían. Era Morg, el hombre lobo. Estaba sucio y lleno de arañazos. Los venía siguiendo desde que salieron del desfiladero.
Y algo más atrás, observando a los dos chicos y al propio Morg había un hombre, tenía una ballesta y un gran bigote. Era, para quién lo había visto alguna vez, el hombre más atractivo del mundo. Sonreía con dulzura juguetona. Solo que no era un hombre. Era Parhem, el dios del amor. Y estaba feliz.