En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.
Cuento decimosegundo: "El pergamino de Lorimar"
Guillermo Zapata y Mario Trigo
| 1 mayo 2010
Era verano. El trabajo había sido sencillo. Las llamadas de comarcas, pueblos y ciudades se iban encadenando. Los dioses menores la reconocían por su nombre: “Brutha”, y la respetaban, a ella y a Morg, su hombre lobo. Probablemente muy pronto se enfrentaría con alguno de los grandes como había hecho su maestra, Loona.
— ¿Por qué sonríes? —dijo Morg.
— ¿Te parece mal? —contestó Brutha. Iba subida encima de Morg cabalgando.
— Supongo que no estoy acostumbrado, pero sé lo que estás pensado.
— ¿Ah sí?
Brutha y Morg se conocían desde casi su nacimiento y se habían criado juntos. Eran como hermanos.
— Estás pensando en eso que te dijo Loona cuando superaste el Primer Círculo. Lo de que eres la elegida. Cuando estás en silencio y sonríes siempre vas pensando en eso.
Brutha intentó disimular pero era evidente que así era. Terminó por volver a sonreír.
— Lo considero algo bastante importante. Entiendo que tú, que puedes aspirar a lo sumo a corcel de elegido, no pienses en ello.
Morg se revolvió y la tiró al suelo. Brutha rompió a reír.
— Te toca caminar, “Elegida”- dijo Morg adelantándose en el camino.
Estuvieron así un rato. Brutha detrás, Morg delante. Los dos lanzándose bromas. Luego se quedaron en silencio. Era cierto, cuando Brutha había superado las pruebas para convertirse en “Negociadora” y había accedido al segundo círculo, Loona (su maestra) le había llevado a observar las estrellas y le había contado la profecía: El firmamento había cambiado en el cielo la noche que ella había nacido y eso, según los hombres y los dioses de Whomba, era la señal de que ella era la “elegida”. ¿La elegida para qué? había preguntado Brutha…
“Para ser la Negociadora más importante de la historia de Whomba”. “¿Más que tú?”- había preguntado Brutha. “Más que yo” Había dicho la vieja Loona.
— ¡Alto! —Morg lanzó un gruñido.
Brutha sacó inmediatamente la escopeta que Loona le había regalado y apuntó hacia el bosque. El olfato de Morg nunca fallaba y, efectivamente, unos metros por delante había alguien agazapado al abrigo de las árboles.
— ¡Sal al camino! —Dijo Brutha mientras se ponía a la altura del hombre Lobo.
La persona en cuestión se movió y salió a la luz. Era una mujer de unos treinta años. Llevaba un traje raído, de color marrón apagado con botones azules y unos pantalones blancos. El pelo enmarañado, la mirada distante. En las manos llevaba una especie de papel o papiro.
— El… El cielo está roto —dijo.
Morg miró a Brutha con gesto de confusión. Brutha dio un par de pasos hacia ella. La mujer estaba como desorientada, como si escuchara una música que nadie más podía oír.
— Oye… ¡Hola! ¿Estás bien? —Dijo Brutha. Bajó el arma.
La chica la miró.
— ¿Quién eres? —Dijo.
— Me llamo Brutha, él es Morg. Es un hombre lobo.
La mujer se acercó a ellos. Miró el pergamino y se lo tendió.
— ¿Sabes leer esto?
Brutha cogió el pergamino. No conocía los símbolos, lo cual era bastante raro. Como Negociadora tenía la obligación de aprender todas las lenguas de Whomba así como los lenguajes escritos y los distintos dialectos.
Morg se acercó y lo miró, tampoco tenía idea alguna del contenido del manuscrito.
— Es… Es muy importante —dijo la mujer—. Es el acta, el primer acta del primer congreso de Lorimar.
Brutha y Morg se quedaron helados. Jamás habían oído hablar de un congreso en Lorimar.
— ¿Qué dice?
De pronto, la mujer se les quedó mirando y cogió el pergamino con velocidad. Se lo escondió como una niña pequeña que intenta ocultar algo que todos han visto.
— ¿Quién sois? ¿Qué queréis de mí? ¿Dónde está la casa de arena?
Empezó a dar pasos para alejarse de ellos.
— Espera… Oye, espera un momento —dijo Brutha.
La mujer sacó un puñal largo de la parte de atrás de su pantalón.
— ¡Atrás!
— Tranquila —dijo Morg—. ¿De qué tienes miedo?
— ¡Atrás! —repitió la mujer—, no os acerquéis. Decidme quién sois.
— Ya te lo hemos dicho. Somos Brutha y Morg —dijo Brutha.
La mujer estaba confusa de nuevo.
— ¿Por qué está roto el cielo? Está roto —gimoteó y se sentó en el suelo.
Brutha se acercó a ella y se sentó a su lado con ternura.
— ¿Quién eres? ¿Qué te pasa?
— ¿No sabes quién soy? —dijo la mujer—. Soy la hermana de Gonz, de Nanna y Xebra. Soy Celis, de los cuatro de Gulf.
Brutha no sabía de qué demonios le estaba hablando.
— El cielo se ha roto y necesito ayuda. Si eres quién dices ser aún hay una oportunidad.
Le tiró el pergamino.
— Tienes que descifrar el pergamino. Es muy importante. Hay un hombre que puede ayudarte. Si yo estoy aquí, él también.
Le costaba horrores concentrarse.
— ¡Escuchame bien! Busca a Nur.
Celis les miró un segundo y después salió corriendo hacia el bosque. Morg miró a Brutha, que seguía con el pergamino en las manos.
— ¿Nur? —dijo Morg.
— Puede que sea una coincidencia.
— Claro, “Elegida”: Una loca aparece de la nada, te da un pedazo de papel incomprensible y te dice que hables con un tío que se llama como el único dios en el que los hombres decidieron dejar de creer y tu me dices que es una coincidencia.
Brutha pensó unos segundos.
— Tenemos que llevar este pergamino a Lorimar y hablar con Loona.
— Eso está prohibido. A Lorimar no se vuelve.
— Pues tendrán que hacer una excepción. Esto es importante.
FIN DE LA PRIMERA PARTE