En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.
Cuento décimo: "Morg"
Guillermo Zapata y Mario Trigo
| 17 abril 2010
Morg iba delante, con el morro pegado al suelo, olfateando. Detrás de él iba Brutha con la escopeta, atenta. A su lado, con las manos atadas y una correa bastante larga que iba de su cintura a la de Brutha, estaba Koren: El ladrón y timador. Viajaban rumbo a Lorimar para entregarle ante el consejo de los negociadores y que fuera juzgado. Andaban desde hacía ya una luna completa, pero no por ello dejaban de tener obligaciones.
— Sabes, —dijo Kore— si me soltaras podría echar una mano. Soy muy bueno con el arco y la espada. ¿Vas a seguir sin hablarme? ¿En serio?- Koren no paraba de hablar.
— Te voy a partir el brazo si no te callas.
— Ya, bueno, eso es poco probable. Con un brazo roto os retrasaría la marcha.
Delante de ellos Morg gruñó con cansancio. El lobo avanzó un poco más, alejándose de ellos. Brutha le vio alejarse y suspiró.
— No le caigo bien. A ti tampoco te caigo bien. Desde que engaño a la gente e intento quedarme con lo que no es mío, le caigo mal a todo el mundo.
Brutha no pudo evitar sonreír. Si Koren se dio cuenta o no es un misterio, pero no dijo nada.
Hacía dos días que habían entrado en las montañas de Nualham para resolver un encargo complicado: Los habitantes de Nualham llevaban años enfrentados. Las dos etnias dominantes de la zona, los Nual y los Hamen se disputaban el territorio y la riqueza. La guerra se había extendido durante generaciones. Sin embargo, los líderes de ambas comunidades habían decidido que era imposible resolver el conflicto de forma definitiva y que, por tanto, se imponía la paz. Los acuerdos de paz estaban siendo duros, pero avanzaban a buen paso. Solo había un escollo importante: Rhom, el Dios de la guerra, que tenía en esas tierras a sus más fieles seguidores (como era lógico) y que veía ahora como un tratado de paz definitivo iba a terminar con su poder en la zona. Por ese motivo los líderes de las dos comunidades habían llamado a Brutha.
Brutha, Morg y Koren habían hecho su trabajo, ofreciéndole al Dios Rhom un intercambio: En la zona del sur de Whomba, cerca de las playas, se estaba fraguando un conflicto entre clanes hermanos. Hoy no eran más que escaramuzas, mañana podía ser una guerra civil en toda regla. Brutha se comprometía a mediar con los habitantes del sur para que le rindieran culto a Rhom. No era mucho comparado con generaciones y generaciones de sangre y odio, pero era un punto de partida. Rhom había aceptado.
Hasta ahí todo había sido normal, sin embargo, la marcha de Rhom no convencía a todo el mundo. En ambos bandos, entre los Hamen y los Nual, había gente contraria al tratado de paz y desde que habían llegado al acuerdo con Rhom culpaban a Brutha del avance de las negociaciones. La salida de las montañas de Nualham estaba siendo más complicada que la entrada.
Llegaron a un desfiladero. El sitio perfecto para una emboscada. Morg volvió.
— Huelo al menos a seis. Y a polvora.
Brutha suspiró.
— ¿No hay otro camino?- preguntó Koren.
— Podemos rodear la montaña, pero perderíamos casi media Luna y nada nos garantiza que no nos estén buscando allí también- dijo Brutha.
— Si te llevo encima podemos cruzar —dijo Morg mirando a Brutha—. No será complicado.
Brutha miró a Morg.
— ¿Y qué hacemos con él? —preguntó.
Morg pateo el suelo con sus garras.
— Dejarlo aquí a que muera. Nos servirá para entretenerles.
— A mi no me convence mucho la idea —dijo Koren— pero supongo que mi voto no cuenta. ¿No cuenta, no? No, ya me parecía.
Morg estaba nervioso, furioso. Brutha sintió una punzada de rabia por lo que su amigo le estaba haciendo. ¿Por qué Koren le caía tan mal? ¿Por qué no podía ignorarlo? No podían saltarse el código. Tenían que llevarlo hasta Lorimar y juzgarlo allí.
— Cruzar de cualquier otra manera es suicida —dijo Morg—. Son guerreros expertos.
Koren levantó un momento la mano.
— ¿Puedo hablar?
Morg se acercó a él de un salto, puso su morro furioso ante su cara. Koren sonrío aterrado.
— Déjale que hable, Morg —dijo Brutha.
— Si me soltáis… —las palabras de Koren provocaron un gruñido de rabia—. Insisto, si me soltáis iré el primero. Seré un blanco fácil. Si caigo, habéis cumplido. Si llego al otro lado, podéis volver a atarme.
— Es una trampa —dijo Morg—. Nos va a traicionar, Brutha.
La negociadora se sentó un momento en suelo. Koren y Morg la miraron en silencio. Brutha se levanto al poco y se acercó a Koren.
— Si mueres, mueres —y le desató.
Brutha miró a Morg para explicarle su decisión, pero el hombre lobo no la miraba. Sus ojos estaban rojos de rabia. Con un movimiento rápido, Koren le quitó el arco a Morg y colocó una flecha.
— Supongo que tú no lo vas a necesitar.
Morg no dijo nada.
Koren entró en el acantilado. Un paso, dos. Ni un ruido. Ni una distracción. Brutha caminaba tras él, junto a Morg, que seguía sin mirarla. Otro paso. Un paso más. Koren se detuvo. Miró al cielo y tensó el arco. La flecha salió disparada y fue a clavarse entre dos rocas a unos doscientos metros. Se escuchó un gemido de dolor. De entre las rocas aparecieron siete hombres con arcos y pistolas. Brutha apuntó su arma. Daría a uno o a dos, como mucho, antes de caer bajo el fuego. Morg podría matar a otro. Aunque Koren acabará con dos seguían estando en desventaja clara. Koren se dio la vuelta y los miró.
— Avanzad —dijo.
Brutha le miró sin comprender.
— Avanzad he dicho —dijo Koren. Parecía más serio, más concentrado.
Brutha y Morg empezaron a avanzar hacia él.
— ¡Ahora vais a dejar que mis amigos salgan del acantilado tranquilamente! ¡Vais a permitirlo porque sois inteligentes y no queréis morir! —gritó Koren.
De nuevo, no se escuchaba nada.
— Ellos se van y yo me quedo. Como veis soy buen arquero. Os serviré.
Nadie decía nada. Koren miró a Brutha y Morg, que siguieron avanzando lentamente. Estaban a la mitad del desfiladero.
Un chasquido. Alguien amartillaba un arma. “Zip”: La flecha de Koren cruzó el aire. El arma cayó al suelo. El hombre tenía la flecha atravesada en la mano. Brutha y Morg avanzaron en medio de la confusión. Antes de que nadie tomara conciencia de lo sucedido Koren ya tenía una flecha lista.
— Quizás tantos años de comer piedras y amamantaros con cabras os han hecho perder el buen juicio, pero insisto en que soy
MUY BUEN ARQUERO. Si alguien está dispuesto a morir por esto no tiene más que amartillar el arma y le atravesaré el cuello. Yo estaré muerto, pero él también y yo tengo ventaja porque yo ya estoy muerto.
Silencio. Morg estaba casi a la salida del desfiladero. Brutha le siguió. Silencio.
Morg y Brutha estaban al otro lado. No se escuchaba nada. Morg avanzó con velocidad, pero Brutha se detuvo. Morg miró hacia atrás.
— ¿Qué haces? —le dijo.
Brutha miró al lobo.
— No podemos dejarle ahí. Nos acaba de salvar la vida.
— Ese era el trato —dijo Morg.
— Lo van a matar.
Morg se acercó a Brutha con los ojos en sangre.
— ¡No es asunto nuestro! —masculló.
Brutha entendió entonces lo que iba a pasar después. Lo que siempre había sabido… Los ojos se le enrojecieron y se le llenaron de lágrimas. La expresión de Morg cambió inmediatamente de la rabia a la preocupación y gruñó un segundo, como si fuera una pregunta o una expresión para confortarla.
— El día que fui a ver a Fregha y me contó el secreto que todo negociador debe escuchar antes de partir de Lorimar, me dijo que un día debía dejarte marchar. En ese momento no lo entendí, pero ahora lo entiendo.
Morg la miró sin comprender.
— Vete —le dijo Brutha con los ojos llenos de lágrimas—. Vete de aquí. Ahora.
Morg la miró, no dijo nada. Sus ojos se apagaron lentamente. Bajó la cabeza. Bajó las orejas. Salió trotando camino abajo, cada vez más rápido, hasta perderse de vista. Brutha se secó las lágrimas y se dio la vuelta. En ese momento se escuchó un disparo, la negociadora miró al cielo: “Protegednos dioses, porque somos vuestra voz en la tierra. Protegednos hombres, porque somos vuestra palabra en los cielos”. Gritó con toda su rabia y se lanzó al interior del desfiladero, arma en ristre, los ojos aún llorosos.