Pequeño LdN


El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento séptimo: "Las Aguas de Shiosh"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 27 marzo 2010



El Archipiélago de Kraal es una extraña formación rocosa al norte de Whomba. Se encuentra a unos diez kilómetros de las playas de Plasten, y es un conjunto de enormes rocas de color grisáceo que apunta al cielo, con las paredes lisas formando algo parecido a pequeños acantilados. No se puede cultivar nada y llueve casi constantemente, sin embargo, tanto en las profundidades del mar como en las paredes de roca hay alimento: los mejores peces y crustáceos de Whomba. Al menos así era hasta hace unos meses, cuando los peces desaparecieron.

Los pescadores de la zona, los Kraalens, tardaron muy poco en darse cuenta de que algo demoníaco estaba asolando sus costas. Tardaron aún menos en implorar la gracia a Shiosh, el dios del mar. Cuando Shiosh se negó a escuchar, los Kraalens hicieron lo que cualquier ciudadano de Whomba sabía que había que hacer: defender sus derechos. Enviaron mensajeros para buscar un negociador y trajeron a Brutha.

Tras un cuarto de luna de permanecer en el pueblo, Brutha y Morg salieron hacia el templo que los Kraalens le habían dedicado a Shiosh a dos jornadas de viaje, junto al acantilado más alto. Un conjunto de piedras de color azulado y un cuenco con agua salada. Algo sencillo, como le gusta al dios del mar.

Brutha llegó al lugar y examinó la zona.

— Morg —dijo—, vamos a cabrearle.

Morg sonrió con sus dientes afilados y se acercó al cuenco de agua salada. Brutha desplegó una manta en el suelo y empezó a montar un arma hecha de hueso y hierro. Morg orinó sobre el agua salada sin dejar de reír.

— Tómatelo en serio —dijo Brutha—. No es ninguna broma.

— Deberías disfrutar más mientras haces tu trabajo.

Morg siguió orinando un poco más. Después se retiró. Su pelo empezó a erizarse.

— ¿Lo notas? —dijo.

Brutha no les respondió. Había terminado de montar el arma. Cargó dos cartuchos y la cerró con delicadeza.

— Ya viene.

Las aguas empezaron a bullir, la espuma de las olas rompía cada vez más alto en el acantilado. Morg cambió a su forma homínida y se acercó a su mochila, de la que sacó un arco largo. Se dio la vuelta y apuntó al camino.

— Shiosh no tiene acólitos —dijo Brutha—. No los necesita.

Morg bajó el arma y se mantuvo expectante. Las olas rompían cada vez con más fuerza. De entre ellas surgió una criatura, una especie de pulpo enorme.
— ¿Cómo te atreves a difamar así el templo de Shiosh? —dijo el pulpo.

Brutha lo miró durante un segundo y levantó la escopeta.

— Tú no eres Shiosh. Shiosh es un dios menor de la abundancia. Es amable y generoso con los Kraalens. ¡Desvela tu rostro!

El pulpo lanzó uno de sus tentáculos contra Morg, que se revolvió como pudo. Tenía un tajo en el lado derecho del cuerpo. Escocía como el mismo demonio.

— ¡Me comeré vuestro corazón! —dijo.

Brutha ni siquiera pestañeo. Apuntó de nuevo a la criatura.

— Este es el arma que los dioses le entregaron a mi maestra, Loona, por defender su buen nombre en los Bosques del Malparte. Nunca un negociador ha errado un disparo con ella. Muestra tu rostro o muere.

El pulpo se quedó inmóvil un segundo. De entre sus fauces marinas se pudo distinguir un leve «Maldita sea». No era el tipo de cosas que decía un dios como Shiosh. El pulpo desapareció lentamente y en su lugar quedó un muchacho con la piel azulada, como es costumbre entre los Kraalens.

— Vaya… —dijo el chico—. No puedo decir que mi plan haya salido a la perfección.

Morg soltó un gruñido y saltó sobre el chico. Se transformó en el aire y le aplastó con sus patas delanteras. Le puso el morro junto a la cara, gruñendo.

— No creo que sea necesario llegar a esto —dijo el joven.

Brutha se paseó junto a él dejando a Morg hacer su parte.

— Has herido a mi compañero, has usurpado la identidad de un Dios, has ahuyentado a los peces de los Kraalens…

— Y nos ha hecho venir a este lugar húmedo y perdido —dijo Morg con odio.

— ¿Cúal es tu nombre?

El chico intentó sonreír ante Morg, intentando demostrar que no tenía miedo.

— Me llamo Koren y… ¡Y me acojo al acuerdo de Verbal firmado después del primer encuentro en el palacio de Lorimar!

Lo dijo todo de carrerilla. Brutha se sorprendió al escuchar esas palabras. Morg apretó aún más sus músculos.

— ¿Eres un negociador? —dijo la chica.

— Lo… lo fui —dijo—, ¿podría quitarse de encima tu amigo?

— No. Sigue —dijo Brutha.

— Bueno… El pueblo de Kraal necesitaba un negociador y me mandaron a mí, pero no termine mi entrenamiento debido a… ciertos problemas con el consejo.

— ¿Qué problemas? —insistió Brutha.

— Diferencia de opiniones, cuestiones de orden… nada serio.

— ¿Qué problemas?

Koren tragó saliva.

— Se puede decir que robé unos artículos de la sala de trofeos. Era una broma, ¿sabes? Los negociadores no tenéis sentido del humor. Yo entonces no lo sabía.

Morg gruñó.

— Pero si que te aprendiste bien el acuerdo de Verbal.

— Es muy útil.

Brutha se le quedó mirando un segundo.

— Morg, suéltalo.

El hombre lobo la miró sin entender.

— No podemos matarlo. Tiene que ser juzgado en Lorimar. Es uno de los nuestros… Está protegido.

Morg se levantó furioso.

— ¿Uno de los nuestros? ¿Eso? ¡Me ha atacado!

— Ya lo sé, pero tenemos que juzgarle.

— ¿Ahora tenemos que volver a casa? Sabes que no se puede. Además, tenemos cosas que hacer.

Morg y Brutha discutían. Koren se mantenía alejado.

— ¿A nadie le interesa saber cómo engañé al bondadoso dios Shiosh…? Es un ardid impresionante. Y esos paletos del pez estaban dispuestos a entregarme todo tipo de cosas si les devolvía su comida. Creo que, si bien no es ético lo que he hecho, sí que tiene cierto mérito.

Nadie parecía escucharle.

— Lo llevaremos a Lorimar cuando llevemos el documento. Así podrán explicarnos qué significa y porque nos lo dio esa mujer.

— Para ese viaje quedan más de dos lunas… ¿Qué haremos con él mientras tanto?

Brutha lo miró un segundo.

— Se… se tendrá que quedar con nosotros. Lo siento, Morg. Tenemos que cumplir el pacto.

Morg miró a Koren que le saludó con una sonrisa.

— Traerá problemas. Te lo aseguro.

Brutha ató al chico mientras Morg se encaminaba acantilado abajo. La lluvia volvía a caer, pero al hombre-lobo parecía no importarle.


Comentarios

¡Sé el primero en opinar!

Deja un comentario

Recordar

Sobre Pequeño LdN



Archivo:

  • Listado de números
  • Mostrar columna

Créditos:

Un proyecto de Libro de notas

Dirección: Óscar Alarcia

Licencia Creative Commons.

Diseño del sitio: Óscar Villán

Programación: Juanjo Navarro

Mascota e ilustraciones de portada: Antonio G. de Santiago

Desarrollado con Textpattern


Contacto     Suscripción     Aviso legal


Suscripción por email:

Tu dirección de email: