En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.
Fechada durante el asedio del Gulf 16 CICLOS OAX
Cedida por la colección privada Frosh al museo metropolitano de Ghizan para su exposición “Aniversarios”
Prohibido tomar fotografías
Querida Loona:
Te escribo sin saber muy bien qué palabras son las que debo escribirte. Una carta es un mensaje tan personal escrito en un código tan particular que solo quién la escribe y quién la lee pueden entender de todo. Y sin embargo, no sé escribirte, porque no sé a quién estoy escribiendo. Estoy casi segura de que tu tampoco sabes quién soy yo. La distancia entre nosotras ya no es solo geográfica, sino mucho más profunda.
Supongo que tú te preguntas que hago con éstos que llamas brujos y cómo es posible que desafiemos el poder de los dioses con nuestra presencia. Son preguntas justas, no te lo voy a negar. Yo me pregunto también como tú has podido levantar tu arma contra Morg. Cómo has podido herirlo para obligarme a matarlo. ¿Quién eres tú que has decidido que debo enfrentarme a ti? ¿Quién eres que ya no conoce otra salida?
Si hago caso a mi deseo, saldré y me enfrentaré a ti y una de las dos morirá. Si hago caso a mi deseo tan profundamente como lo siento no me enfrentaré a ti sola. Saldré capitaneando a la guardia de Gulf y tú saldrás con los tuyos y nos enfrentaremos en combate y unos ganaran y otros perderán.
Pero la rabia no obedece a la razón. Y escribirte es la manera de someter la razón a la rabia. Me pregunto si tú disparaste contra Morg siguiendo a la razón o a la rabia. Supongo que nunca lo sabré.
Me dijiste, no puedo olvidarlo, que yo era una elegida. Que sería la mayor negociadora de todo Whomba. Me hablaste del poder de las estrellas y de mi destino. Y ahora estoy aquí. No soy ni voy a ser nunca negociadora en Whomba, tampoco soy ni voy a ser nunca elegida. Entonces me pregunto si cuando me hiciste estas promesas me mentiste o creías en lo que estabas diciendo.
Prefiero pensar que me mentiste.
Si me mentiste es que estabas jugando conmigo, sirviendo a tus intereses. Y eso sería lo que haces también ahora. Pero si creías (o llegaste a creer) en aquello que me decías, entonces tu situación es mucho, pero mucho más desesperada, porque es evidente que creíste a alguien que te mintió. Es tan evidente como que es de día. Puedes intentar ignorarlo, pero sabes que, de ser así, te habrían engañado. Si has decidido ignorar esa mentira entonces me entristece pensar en la persona en la que te has convertido.
Como no sé como escribirte voy a intentar escribirle a aquella que me crió, me educó y me enseñó mucho de lo que sé en éste mundo. Me enseñaste que los negociadores éramos el escudo de defensa de las gentes de Whomba contra los dioses. Y que éramos la avanzadilla para conseguir de los dioses los deseos de la gente de Whomba. ¿Verdad? Explícame, si eres capaz, como éste encierro al que nos sometéis sirve de escudo o avanzadilla. Dime que mal hacemos las gentes de Gulf a las gentes de Whomba, si es que tan división tiene sentido.
Supongo que tendrás una respuesta, porque todos tenemos coartadas para lo que hacemos. Déjame ofrecerte una coartada: Estás aquí sirviendo a los dioses y no a Whomba. Y estás aquí por un único motivo. Tu supervivencia. Porque… Si la gente de Whomba ya no necesita a los dioses… ¿para que iba a necesitar a los negociadores? ¿Para que serviríamos? Mientras exista el poder de los dioses, existirá el poder de quienes median entre los dioses y Whomba. Por eso estás aquí.
Sin embargo, yo sé que los dioses mienten y nos mantienen atrapados en una trampa que dibujan como irresoluble pitando las fronteras de lo posible con sus propios colores. Sé que los dioses me tienen miedo desde que nací porque encontré a Celis y el manifiesto de Lorimar. Ni siquiera sé lo que el manifiesto dice y tú tampoco lo sabes, porque quizás ni siquiera sabes que existe un manifiesto con semejante nombre, pero por algún motivo las gentes de Whomba no debían tenerlo. No sé el motivo y… ya ves, no ha sido tan determinante.
Sé también que los dioses enviaron a un hombre a seducirme y robarme. Pero sé algo mucho más importante. Sé que todos los negociadores cuando salen del templo de Lorimar deben visitar a las diosa Fregha para les diga el futuro. Y no he dejado de preguntarme en todos éstos años, ¿qué bien podía hacerme conocer ese secreto? ¿Por qué a aquellos que estamos entre los dioses y Whomba se nos devuelve el mundo con el secreto que nos proporciona un dios?
Me enseñaste a no fiarme de los dioses, ¿por qué tú si los creáis? ¿Por qué los sigues venerando? ¿Qué te han dado en la vida?
No puedo olvidar tampoco que disparaste de manera impune contra Morg y que lo hiciste a la vista de todo Whomba. No nos atacaste cúando encendimos las pantallas que nos conectan con el mundo lejos de aquí, quizás pensaste que en Whomba no lo entenderían. Pero nada te impidió disparar contra Morg. Pensaste, supongo que con buen criterio porque nadie se ha quejado, que no era más que una animal. Es posible que sea cierto para algunas de las personas de Whomba, pero no para todas. No para las muchas que no han podido llegar hasta aquí por el bloqueo que mantenéis, pero que desarrollan la magia fuera de aquí. Lo que nos lleva a la primera parte de mi carta.
¿Qué hacemos aquí? ¿Que hacemos aquí tu y yo hablando como si el destino de Whomba dependiera de nosotras? Como si el final de está historia tuviera algo que ver contigo o conmigo. Como si al matarte yo terminara el gobierno de los dioses y al matarme tú a mi terminara la práctica de la magia, desaparecieran los brujos. Lo cierto, Loona, es que ha llegado un momento en el que ni tú ni yo somos importantes para lo que va a suceder. Las fuerzas que creemos representar nos exceden, nos superan en número e inteligencia.
Y no nos necesitan. Ni necesitan nuestra pelea, que tiene más de personal que de cualquier otra cosa.
Y yo me debo a esas personas. No me debo a ti, ni a tu odio, sino a ellas. Morg no murió porque tu lo mataras, murió por defender algo que está por encima de tí, tan lejos de ti que no podrías alcanzarlo ni con la punta de los dedos. No eres capaz de imaginarlo, si quiera. He dejado de odiarte. Tampoco me das especial pena, has tomado tus decisiones.
No puedo odiarte, porque no se puede odiar a las herramientas, sino a quién las forjan y las empuñan como armas. Y tú no eres más que un arma de los dioses, sin criterio propio, bagando en un tablero de juego que ya no tiene jugadores. Yo era la última del tablero, pero me voy, ya me voy. Tengo cosas mejores que hacer.
Por cierto, los dioses también están abandonando el tablero. La mayoría han muerto y otros, aunque te cueste creerlo, se nos han unido. ¿No los viste llegar atravesando tu magnífico encierro? Quizás no eres tan fuerte. Pero están aquí, firmando la paz que tu dices defender. Tienen miedo, Loona. Miedo como no he visto otro. Y tienen miedo de algo que los dioses han creado y que ahora campa a sus anchas, siguiendo su propio guión. Algo que no siente nada por tí, ni por mi, ni por nuestro juego ancestral. Ahora mismo, mi única preocupación es esa. Tu has dejado de tener importancia.
Aquellos con quién he aprendido, maestra, me han enseñado a cambiar de juego, no solo de reglas. Prueba a ver si aquellos con los que has aprendido tú están dispuestos a eso.
No saldré a por tí
La guardia de Gulf se quedará en casa.
Desde las tierras de Gulf.
Tu alumna.
Brutha.
¡Sé el primero en opinar!
Un proyecto de Libro de notas
Dirección: Óscar Alarcia
Licencia Creative Commons.
Diseño del sitio: Óscar Villán
Programación: Juanjo Navarro
Mascota e ilustraciones de portada: Antonio G. de Santiago
Desarrollado con Textpattern
Contacto Suscripción Aviso legal