32. Cocineros

¡Hola de nuevo, soy Rufus Smeath ! Ya he conseguido descifrar casi por completo el manuscrito de mi tátara-, tátara-, tátara… tátarabuelo; y eso que últimamente la letra era casi ilegible. Bueno, no os voy a entretener más. Sigamos con la historia.

¿Qué diría Barba-Miaucho? Él no era un tipo de los que se conforman fácilmente. Iba yo pensando esto mientras caminaba. Miraba a mis amigos continuamente, nervioso: Zas iba jugueteando con un cordón que había encontrado por ahí. Migui, distraída, observaba las distintas hojas que había cogido. Tom y yo íbamos delante, callados, ninguno hablaba: ¿qué podíamos decir?

Pensé en Tom. Se había metido en todo este lío por mí. Se podía haber quedado en el orfanato.

Pero algo me distrajo: a lo lejos se veía el barco, ya casi habíamos llegado. Se lo enseñé con agrado a mis amigos, pues nos dolían las patas a muerte.

Cuando por fin llegamos, Pelaje Gris nos acompañó junto a Barba-Miaucho.

—Grrr… Bien, parece que habéis traído todo, a pesar de haber tardado un día completo —nos dijo Barba-Miaucho, con las tripas rugiéndole de hambre—. Rápido, a la cocina, a ver si sois mejores cocineros de lo que me habéis demostrado hasta ahora.

Nos dirigimos hacia la cocina. Mientras cocinábamos, Migui me enseñó una planta que me era desconocida. Me contó que la había visto en un libro y que era una planta que servía para dormir. Al momento comprendí su plan.

Con suma cautela, metimos los ingredientes en la olla y una hoja de la plantita. Dejamos hervir todo durante una hora y cuando estuvo listo el potaje, Tom fue a llevárselo a los piratas.

Ahora sólo quedaba esperar.