26. La banda de Barba-Miaucho

No teníamos escapatoria. Estábamos en su poder.
Nos llevaron a una sala oscura y sombría de aspecto muy tenebroso.
Allí nos esperaban unos gatos rarísimos, cada cual peor que el anterior.
Uno de ellos (sin duda el más siniestro de todos) se adelantó, parecía ser el capitán: tenía un parche negro en el ojo, llevaba un sombrero negro con el dibujo de una calavera y en un hombro tenía un loro de plumas muy verdes; también tenía un pata de palo. ¡Era el típico pirata de los libros de aventuras!

Nos miró y nos dijo:
—Vosotros no seréis los gatitos desaparecidos por los que ofrecen una buena recompensa, ¿verdad?

Nosotros no nos movimos. Nos habíamos quedado paralizados.

El capitán siguió mirándonos con una cara que nunca podremos olvidar, hasta que Migui, con mucha valentía, logró asentir con la cabeza.
—Ja, ja, ja ¡Lo sabía! —dijo dejando de mirarnos, lo que provocó un gran alivio para nosotros—. Me pagarán un pastón por vosotros, pero… pensándolo mejor, me seréis más útiles, de momento, en la cocina.
Migui nos miró con cara de disculpa, como diciéndonos: “no quise decir eso, lo siento amigos”.
Pero ella no tenía la culpa. Si la tenía alguien, era yo. Yo fui el que quería vivir aventuras y correr riesgos, pero mi intención nunca había sido meter a mis amigos en esto.
La tripulación era realmente extraña. Estaba Barba-Miaucho, el capitán; también estaban Red Whiskers (Bigotes Rojos), el contramaestre; Pelaje Gris, un marinero que nos asustaba mucho y era el mejor amigo del capitán, y muchos otros más de los que no recuerdo el nombre.
Ese día no trabajamos nada, ni en la cocina ni en otra parte. Empezaríamos al día siguiente, ¡lo que nos esperaba!
Esa noche no pude dormir. Pensaba en lo que ocurriría por la mañana en la cocina.