El Diario de Puchi Smeath cuenta las aventuras de un loco explorador felino, que quiere que todo el mundo conozca sus hazañas. Es obra de Marta Bao, una niña de 9 años que gracias a las enseñanzas del Profesor Burro, ha conseguido tener a su gatita Puchi, en la que se está inspirando.
Cómo pasa el tiempo, ¿eh? Ya estamos con Roncho y Bugueso. ¡Esta es una de mis partes preferidas! Pero no os voy a entretener más. Sigamos con el diario de Puchi Smeath.
Si no fuera porque lo estaba viendo, no me lo creería. Una sola mirada bastó para indicarles a mis amigos cuál era nuestro siguiente paso. Naturalmente lo comprendieron al instante: teníamos que avisar a Topotrón en seguida.
Corrí silencioso como gato que era. Mis amigos me seguían. Las ramas arañaban mi pelaje al pasar entre la maleza, pero no me detuve. Nunca había sentido tanta prisa: ¡era ahora o nunca!
Unos tipos iban a matar a alguien, y sólo nosotros podíamos detenerlos.
Después de un largo camino, por fin llegamos a la mina. Sorteamos sigilosos a los demás topos (aunque más de una vez Migui y Zas enpotraron contra ellos).
Por fin, llegamos hasta donde estaba la “guarida”, por así decirlo, de Topotrón.
Llamamos a la puerta (con gran dificultad, porque no sé si recordáis que la puerta era enorme). Estuvimos esperando mucho tiempo hata que al fin nos abrieron. ¡SÍ QUE ERAN SORDOS ESOS TOPOS PARA TARDAR TANTO!
Debíamos de tener una cara de gran susto pues cuando Topomita, la mujer de Topotrón, nos abrió se quedó un rato mirándonos sorprendida. Seguro que estaba pensando: ¿pero qué harán estos aquí? ¿Qué pasaría para que tengan esa cara?
Bueno, cuando nos abrió no tuvo ni tiempo de decir “hola”. Nosotros entramos como flechas en su “acogedor hogar”. Cuando nos calmamos, le dijimos a Topomita que queríamos ver de inmediato a Topotrón. Nos llevamos un chasco cuando ella dijo que no estaba allí. Resultó que estaba en el restaurante Rocosos pedrones.
Nos dirigimos allí con la rapidez de un rayo. Anduvimos vagabundeando por los subterráneos sin descanso. Más de una vez nos perdimos en aquellos inmensos pasillos.
Cuando llegamos, por un momento pensé que ya era demasiado tarde. Por suerte, no fue así. Seguramente Roncho y Bugueso también se habían perdido en la mina.
Topotrón nos recibió sorprendido, y nos preguntó:
—Pero, ¿qué ha pasado para que vengáis ante mi majestuosa presencia con esas caras de angustia?
—Majestad, ¡tiene que salir de aquí! Unos impostores van a intentar matarle —dijo Migui, como si fuera una gran actriz.
—Pero, ¿qué me puede pasar? Mis súbditos me aprecian, claro, soy su rey. Además, ¿qué menos podían hacer?
Topotrón nos había ignorado. Daba igual discutir con él. Ahora había que pasar al plan B.
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A ver cómo se las apañan ahora Puchi y sus amigos. Estoy deseando leerlo.