El Diario de Puchi Smeath cuenta las aventuras de un loco explorador felino, que quiere que todo el mundo conozca sus hazañas. Es obra de Marta Bao, una niña de 9 años que gracias a las enseñanzas del Profesor Burro, ha conseguido tener a su gatita Puchi, en la que se está inspirando.
¿Cómo lo haríamos?
¿De dónde sacaríamos los materiales para hacer la ropa y hacernos pasar por topos?
Pensamos toda la tarde en cómo hacerlo… hasta que al final encontramos la respuesta.
Por la noche, mientras todos dormían, mis amigos y yo nos adentramos en la cueva de uno de los topos que habitaban la isla.
La galería era inmensa. Aquí y allá colgaban de las paredes cuadros en los que aparecían excavando un topo y sus amigos.
Parecía que el túnel era cada vez más y más largo. Después de mucho tiempo caminando:
¡Por fin! – suspiró aliviado Tom.
¡Llegamos! – murmuré yo.
Habíamos llegado, habíamos conseguido realizar la primera parte del plan. Ahora sólo nos quedaba coger toda ropa que encontrásemos, pero antes a ver si la encontrábamos (aunque luego la devolveríamos toda).
Frente a nosotros había una gran puerta de madera que tenía un gran letrero que decía:
Era una puerta enorme (Topotrón debía ser un topo grandísimo).
Miramos hacia arriba y vimos que la cerradura estaba arriba de todo.
Entonces yo me subí a los hombros de Zas, Tom a los míos y Migui, que era la más pequeña, a los de Tom. Así formamos una espléndida torre.
Con mucho esfuerzo, Migui consiguió abrir la puerta con el alambre que le había dado su hermano mayor (ella no tenía tanta práctica como Zas).
Entramos y vimos lo que era una “casa” de un topo de las profundidades. Más bien era una mina en la que había colocados (¡sin orden!) muchos muebles hechos de piedra y madera.
Tras un buen rato buscando encontramos lo que queríamos: piezas de ropa con la que podíamos hacer nuestros disfraces.
Con mucho sigilo, por si alguien nos oía, llenamos unos baúles de esas telas y nos fuimos de allí.
Estábamos muy contentos; la primera parte de la “Operación disfraz” había salido bien. Solo quedaba hacer nuestros disfraces, que tenían que ser a nuestra medida, es decir, tenían que ser perfectos para que no nos descubriesen.
Estuvimos trabajando de sol a sol, hasta que por fin dio fruto nuestro trabajo: hicimos un traje para Migui y Zas y otro para Tom y yo.
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¡Vaya imaginación tienes, Marta! ¡Me encanta! Sigue así, puedes llegar a ser buena escritora.