Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón
Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.
Seré leyenda
John Tones y Guillermo Mogorrón
| 19 marzo 2011
Luis abrió los ojos. Ya era de noche. Notó, una vez más, cómo las articulaciones se encajaban solas, buscándose entre sí. Las incomodidades de estar muerto, de las que nadie le había hablado nunca: cuando el sol desaparecía en el horizonte y el movimiento volvía a su cuerpo, sus extremidades tenían que aprender de nuevo a moverse, tras pasar en absoluta rigidez las horas del día. Luis, el último vampiro desde hacía casi veinte años, salió de su ataúd y se dirigió a la cocina.
Tras beber algo de la sangre que guardaba en la nevera llevó a cabo, una mañana más, la rutina nocturna. Subió al balcón y vigiló la zona durante un rato, comprobando que el barrio seguía tan tranquilo como siempre, aseguró los maderos de puertas y ventanas para cerciorarse de que nadie entraría en casa mientras descansaba durante el día y, finalmente, bajó al laboratorio donde tenía encerrados a los tres humanos. Les tendió unos cuencos con puré de patata, que devoraron con ansiedad. Cuando acabaron, les sacó las muestras de sangre habituales y pasó unas cinco horas y media analizando el rojo líquido del que se alimentaba. Cuando perdió la capacidad de concentrarse, les puso agua fresca en las jaulas y cerró el laboratorio, dirigiéndose al ático.
Arriba, miró el devastado panorama ante sus ojos. Desde la Guerra que había diezmado la población mundial, le costaba más y más encontrar dónde alimentarse. De ahí sus insistentes esfuerzos en fabricar sangre artificial. Pero ni sus amplísimos conocimientos de biología humana servían de nada. Ellos también eran cada vez menos, y él… era el último. Suspiró y pensó en cuando, solo cincuenta años atrás, los de su especie arrasaban en ciudades como esa. Se escondían en los callejones, entre los mendigos, con los sintecho, y devoraban a hombres y mujeres a los que nadie echaría de menos, sin remordimientos y sin preocuparse por almacenar sangre por si alguna vez faltaba.
Cuando estalló la Guerra, los suyos fueron descubiertos, y los humanos encontraron la forma de sacar fuerzas para diezmarlos. Los vampiros siempre habían estado ocultos, pero nunca protegidos en exceso, y esta confianza acabó con su raza. Los humanos, aún enfrentados entre sí, organizaron grupos especializados de cazadores de vampiros dentro de los ejércitos, llegando a colaborar entre sí para acabar con ellos. Luis no sabía ni cómo había podido escapar: se instaló en una casa abandonada con la fortuna de que un solo día después, cuando temía que los escuadrones de cazadores de vampiros irrumpirían en su nuevo hogar mientras dormía, comenzaron los bombardeos en la ciudad. La población pereció casi por completo y él, con tiempo, pudo reorganizarse. Fortaleció la casa, construyó un laboratorio donde buscaba una alternativa a su alimento tradicional y se aprovisionó con unos cuantos humanos moribundos a los que rescató de unos escombros, y a los que curó y enjauló para poder investigar qué corría entre sus venas.
A veces se preguntaba si esta búsqueda de un alimento artificial, fabricada a partir de sangre humana, significaba que estaba cambiando, que se avecinaba una era de convivencia entre humanos y vampiros. Pero su investigación no nacía de la solidaridad, o del humanitarismo, sino de una mera cuestión práctica: los humanos acabarían muriendo. Y él no moriría jamás.
Porque él era un vampiro. El último vampiro.
Él sería leyenda.
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