Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón
Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.
El tragador de historias
John Tones y Guillermo Mogorrón
| 11 diciembre 2010
Era la cuarta vez que Patricia miraba el reloj durante el último minuto. No había duda: estaba muy nerviosa. Como cada semana, sí, pero hoy algo más que de costumbre. Quedaban escasos momentos para que aullara la sirena que marcaba el fin de la última hora de clase, y eso suponía salir al patio, despedirse de sus amigas y andar a paso ligero hasta la casa abandonada de los Rodríguez, en la calle de abajo, junto a la carretera grande. En total, un cuarto de hora. Tenía quince minutos para inventar algo que saciara al Tragador de Historias, y esta vez no llevaba nada preparado. Dejó pasar la saliva lentamente por la garganta y cerró los ojos, tratando en vano de que llegara la inspiración.
Una vez en casa de los Rodríguez, y con el miedo estrangulando su imaginación, sacó la linterna que llevaba cada jueves a su encuentro con el Tragador de Historias. La encendió, arrojó luz sobre la escalera principal de la casa abandonada y subió al primer piso, donde una semana más se le esperaba. La casa de los Rodríguez llevaba años siendo el último misterio del pueblo. Seis o siete años antes, cuando Patricia era aún muy pequeña, el matrimonio de ancianos que vivía allí hizo las maletas y se fue de viaje, de noche, sin avisar a nadie. Nunca se volvió a saber de ellos: no tenían hijos ni familia conocida. Un día, simplemente, desaparecieron y la casa se cerró a cal y canto. En poco tiempo, con el jardín descuidado y las ventanas tapiadas, se convirtió en uno de los sitios favoritos de los niños para hacer apuestas y demostrar su valor cuando se colaban en la cocina a través de un agujero en los tablones podridos. Las niñas, mientras tanto, inventaban historias de fantasmas que aún recorrían los pasillos de la enorme casa de piedra.
Pero allí no había fantasmas. Al menos, no fantasmas envueltos en sudarios, de los que protagonizaban los cuentos que Patricia y sus amigas escribían en pequeñas libretas negras. Lo que sí había era una presencia mucho más inquietante que cualquier personaje de un cuento de terror. Patricia lo había visto un día que pasaba sola por el borde de la carretera. Una enorme silueta, sin forma definida, brillante, viscosa y en la penumbra, le exigía en silencio que subiera hasta el dormitorio del matrimonio desaparecido. Así, sin poder resistirse a esa invisible orden, Patricia se coló en la casa por la misma verja oxidada que usaban los chicos, subió al primer piso y conoció al Tragador de Historias.
El Tragador de Historias parecía una mazcla de zanahoria y coliflor de otro planeta. No tenía rasgos que le asemejaran a un humano, y cuando quería comunicarse con Patricia, una voz salida de no se sabia dónde rebotaba en las paredes de la habitación. Tenía tentáculos que se adherían al techo y las paredes, y una baba viscosa empapaba el suelo a su alrededor, permeando los tablones de madera. Erguido (si esa palabra puede aplicarse al Tragador de Historias), la parte superior de su cuerpo vegetaloide acariciaba el techo del cuarto, y cuando dejaba oír su voz, los enormes tentáculos golpeaban rítmicamente las paredes y la base de su cuerpo se hinchaba y deshinchaba, volviéndose translúcida y mostrando cómo algo se movía en su interior. Aunque no habían hablado de ello, Patricia sabía que el Tragador de Historias no era un extraterrestre. El Tragador de Historias siempre había vivido aquí, entre nosotros, en nuestro planeta, buscando a gente que se comunicara con él. Siempre había existido un Tragador de Historias y, por eso, también un Narrador de Historias.
Del mismo modo que Patricia sabía, sin que nadie se lo hubiera contado, de dónde venía el Tragador de Historias, también sabía qué tenía que hacer cada vez que estaba en su presencia: inventar historias para él. En cierto sentido, el Tragador de Historias es el corazón de la Tierra, y solo con historias nuevas seguiría existiendo y funcionando. A Patricia no le gustaba la responsabilidad de alimentarle, pero sabía que alguien tenía que hacerlo, porque así había sido siempre, desde los tiempos del hombre prehistórico.
Pero esta vez, Patricia no tenía una historia que contar. Sabía que no servía con copiar una historia leída en un libro o vista en una película: la historia tenía que ser inventada. El Tragador de Historias solo tragaba historias nuevas, especiales para él. A veces, para generar cuentos, Patricia mezclaba personajes y situaciones sacadas de las noticias y de los tebeos de su hermano, pero se le había acabado el ingenio y no le había dado tiempo a preparar su encuentro con el Tragador de Historias.
Patricia llegó al piso de arriba y tomó la decisión de contar la historia de emergencia que pensó hace tiempo y que tenía guardada para un caso así. Una historia en la que no tendría que improvisar nada, porque se la sabía bien. Una historia real. Era todo un riesgo pero allí, en la puerta del dormitorio de los Rodríguez, ya no le quedaba otra opción. Abrió la puerta y se encontró frente a frente con el gigantesco y viscoso Tragador de Historias.
— Hola —dijo, y cerró la puerta a su espalda.
Tomo aire, cerró los ojos y dejó escapar la historia.
—Era la cuarta vez que Patricia miraba el reloj durante el último minuto. No había duda: tenía los nervios de punta.
De este modo, Patricia intentó engañar al Tragador de Historias con una historia real, con su propia historia. Tal y como todos los Narradores lo han intentado, todos, en una sola y última ocasión.
nos gusto mucho vamos a compartirla aca en zitácuaro el tragador de historias es nuestra propia imaginación que sale y vuelve a ella y siempre nos acompaña gracias por sus historias