Pequeño LdN


Yuyu, por John Tones y Guillermo Mogorrón

Las historias de yuyu son las historias que se cuentan, en penumbra y en voz baja. Son historias que no tienen explicación, que no quieren tener explicación o que nunca antes han sido explicadas. Y ahora, en el Pequeño LdN, cada quince días, tendrás fantasmas, invasiones, sucesos extraños y maldiciones sin explicación. Prepárate para tu ración de Yuyu.
El autor de estos cuentos es escritor y músico de rock, y entre otras cosas hace la página FocoBlog. Guillermo, el encargado de ilustrarlas, tiene un blog de dibujos.

El problema de las pesadillas

John Tones y Guillermo Mogorrón | 18 septiembre 2010



Estoy absolutamente convencido de que todos los lectores, todos y cada uno de los lectores de Yuyu, habrán tenido pesadillas en algún momento. Los más jóvenes, los mayores, todos. Es algo que asociamos a los seres humanos: cuando un bebé se despierta por la noche, aullando y moviendo los brazos con fuerza, intentando coger algo que no existe, sus padres piensan que posiblemente ha tenido una pesadilla. Y no solo los humanos: quién no ha visto a un gato o a un perro despertarse de un sueño agitado, en feroz combate con algo que sólo está en su imaginación. Fijaos: aunque los animales tienen a veces dificultad para distinguir las distintas capas que forman la realidad (mi gato, sin ir más lejos, lleva casi una hora peléandose con su sombra) y aunque a todos nos dan miedo las puertas entreabiertas o los armarios viejos por la noche, los seres vivos cuerdos sabemos qué es real y qué no. Y cuando nos despertamos de una pesadilla, sabemos que los monstruos no van a salir de ahí.

No quiero asustar a nadie, pero no sé si os habéis dado cuenta de que eso último no es del todo cierto. Os lo puedo demostrar si queréis. Pero quizás, bueno… quizás tengáis pesadillas cuando os lo cuente. Pero si no tenéis miedo a una simple pesadilla, a lo mejor es algo que os interesa saber, aunque entonces, si lo cuento, las pesadillas dejarán de ser tan inofensivas como hasta ahora, y quizás vuestra forma de verlas y de tenerlas cambie para siempre… Vaya dilema, ¿eh? Bueno, tenéis una última oportunidad. Dejad de leer y las pesadillas seguirán siendo lo que hasta ahora: cosas que no existen.

¿Seguís? Bien. Escuchad. Esta noche he tenido una pesadilla.

En ella me despistaba después de una función nocturna de un circo, y me quedaba deambulando por el descampado en el que estaba clavada la carpa. De los carromatos de los artistas salían música, risas y agradables conversaciones. Dentro de alguno de ellos se podía oír el ruido de una televisión antigua… de hecho, yo estaba dentro de una película en blanco y negro, y vi la jaula de los leones con las fieras dentro, dormidas, en perfectos y tranquilos tonos de gris. Pero había destellos de colores en un punto del circo: en el carromato de los payasos. Las brillantes luces rojas, verdes y azules que salían de la ventana de allí inundaban el mundo en blanco y negro por el que yo me movía, y la curiosidad me pudo: empujé una vieja silla que había junto a la jaula de los leones hasta ponerla debajo de la tosca ventana del carromato y me asomé a su interior.
El interior de la casa con ruedas de los payasos no era demasiado alegre, a pesar del colorido que despedía a través de la ventana. Todo estaba lleno de mesas y sillas viejas, y fotos de gente con enormes bigotes que me miraban con gesto amenazador desde el interior de marcos oxidados. Había juguetes tirados en el suelo y, en un rincón, de espaldas a mí, un payaso se quitaba el maquillaje. No podía verle la cara, pero sí cómo iba, lentamente, poniendo algodones sucios dentro de un cuenco de cristal. Uno tras otro, algodones usados con los que se había ido limpiando la pintura de la cara.

Por algún motivo, me entraron unas ganas terribles de ver la cara limpia del payaso, sin pinturas. ¿Cómo sería?¿Un hombre mayor o joven?¿Atractivo o más bien feo? En el ángulo en el que estaba era imposible saberlo, así que me incliné un poco para verle reflejado en el espejo. Pero mi curiosidad me jugó una mala pasada, y perdí el equilibrio, cayendo al suelo y haciendo un ruido terrible. Mientras caía, en los segundos que pasé en el aire, supe que algo horroroso iba a suceder.

La puerta del carromato se abrió de golpe. De él salió el payaso, rugiendo. ¡Se había vuelto a poner el maquillaje! No entendía nada: su pintura estaba intacta… ¿cómo se la había puesto de nuevo tan rápido? Con sus zapatones retumbando en el suelo a cada paso y conmigo acorralado, dando mi espalda sudada a los fríos barrotes de la jaula de los leones, comprendí el secreto del payaso. Según se iba acercando le pude ver la cara con más detalle: algunas partes de ella (la frente, una mejilla), en efecto, estaban sin maquillaje, pero en vez de su cara limpia, el payaso tenía… otro maquillaje de payaso. Algunas zonas de la cara estaban emborronadas, otras habían perdido el color, y el conjunto era un horroroso monstruo de nariz roja, cejas verdes y labios enormes que se maquillaba de payaso para ocultar una cara llena de colores… iguales al maquillaje de un payaso. Con una risotada terrible, se abalanzó sobre mí…

… y desperté. Mi gato Fulci me lamía la nariz por la mañana, supongo que preocupado a su felina manera del intranquilo sueño que había atravesado su amo. Lo olvidé hasta ahora y, escribiéndolo para vosotros, lo he recordado con un escalofrío. Nada extraño, ¿verdad? Una terrorífica pesadilla, completamente salida de mi imaginación, que se quedará en mi memoria un buen tiempo. Un monstruo que no puede hacernos daño en el mundo real.

Bueno… a medias…

El payaso de mi pesadilla no existe. O al menos no existía hasta hace un momento, hasta que yo la he contado. Ahora conocéis su historia, y ésta se extenderá como un virus porque la tenéis en la cabeza. No podéis sacarla de ahí ahora que ya la habéis oído. Puede que esta noche soñéis con mi payaso. O mañana. O al otro. O dentro de un año. Pero ese payaso imaginario está agazapado en vuestros recuerdos, y aunque no puede haceros daño porque no existe, os puedo asegurar que sí hay dos cosas que existen: su terrible historia (que es mentira, pero eso no quita para que sea tan terrorífica como una real) y vuestras pesadillas. En algún momento, no se sabe cuándo, ambos se cruzarán. Y quizás vuestra imaginación invente una historia aún más espeluznante y aterradora que la mía.
Así que tenedle miedo. Al payaso y, por supuesto, a vuestra imaginación.


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