Buenos días.
Vamos a ver, para empezar, algunas de esas cosas que nos dicen nuestros padres o profesores cuando somos pequeños, para disuadirnos de hacer cosas malas, para sentir su conciencia tranquila, para corregir nuestro comportamiento en general… pero que ahora que somos mayores sabemos que no tenían mucho sentido…
Por ejemplo, eso de que “Si no tienes nada bonito que decir, mejor no digas nada”… Pues vaya chufa. En determinadas ocasiones, los adultos dicen eso a los niños para evitar un conflicto, para zanjar una discusión en la que aparecen varias palabrotas o insultos… Pero como frase en sí, no tiene mucho sentido, ¿no? Es un poco injusto. A veces, a menudo, los niños necesitan decir cosas que no son precisamente bonitas. La vida tiene esas cosas. Si sólo dijésemos las cosas bonitas durante la cena, habría muchas cosas que nos tendríamos que callar y que es mejor que salgan.
O aquello de “A quien madruga, Dios le ayuda”. ¿No se dice también que “No por mucho madrugar amanece más temprano”? Pero, ¡¿en qué quedamos?! De pequeño me volvía loco este dilema. Ser un vago, un gandul, un holgazán, un indolente, no tiene nada de positivo. Sobre todo, en estos tiempos en los que lo que mas pereza nos da es irnos a la cama por la noche, porque no encontramos el momento de apagar el videojuego. Trasnochar perdiendo el tiempo es bastante absurdo y contraproducente, pero levantarse pronto, así porque sí, lo antes posible… Levantarse a las cinco de la mañana, en un día festivo… ¡¿para qué?!
“Eres demasiado joven para comprenderlo”. Ah, claro, qué fácil, qué excusa tan buena para no tener que dar explicaciones… Que se suele usar, sobre todo, cuando no sabemos dar esas explicaciones. Cuando los adultos no tenemos ni idea de cómo explicar algo, que probablemente los niños, y más aún los niños de hoy (cada generación suele venir más preparada para comprender los problemas sociales, en este país en el que durante tantos años hubo tantos tabúes), comprenden mucho mejor que nosotros. Un poco de paciencia y de interés, hombre, que siempre se pueden explicar todo tipo de cosas a los niños, sin necesidad de hablar del “coco”, de la “semillita” o del Hombre del Saco…
Otra cosa que cuando yo era pequeño no entendía, era aquello de “Termínate toda la comida, ¿¡no ves que hay muchos niños que se mueren de hambre en el tercer Mundo!?”. Vale. Para empezar, cuando eres mayor empiezas a tener muchas, muchas dudas acerca de qué es el Tercer Mundo. “¿Cuántos mundos hay? ¿En cuál viviré yo?”, me solía preguntar. Para empezar, España no sé si es o no el Tercer Mundo, pero desde luego hay mucha gente que no tiene dinero para comer, en mi propio barrio, que pide por la calle para poder LLEVARSE ALGO A LA BOCA cada día, que va a comedores sociales o incluso no le queda más remedio que rebuscar en los cubos de basura. Y además, ¿qué tiene que ver que a mí no me apetezca más brócoli, y prefiera unos sanjacobos, con la gente que pasa hambre? “¿Y por qué no le llevas tú a los niños que pasan hambre este filete, que ya me he comido todo el puré?”, me preguntaba también, no sé si siendo un poco injusto, pero desde luego lleno de verdadera curiosidad.
Por supuesto, comprendo, ahora más que antes, el fondo de este tipo de cuestiones. No hay que tomárselas al pie de la letra. Con respecto a nuestra correcta, equilibrada y variada alimentación, ahora puedo entender más que nunca su importancia. Pero no sé por qué, en mi colegio por ejemplo, me asustaban y me querían hacer culpable porque otra gente no tuviese acceso a esos alimentos. ¿No es mejor tratar de explicar la importancia de adquirir rutinas alimenticias, en lugar de intentar obligarnos a comer por miedo a la culpa, a ser cómplices de las injusticias sociales? Sí, yo creo que es mejor. Pero claro, es más difícil, requiere demasiado esfuerzo por parte de los padres y educadores. Supongo que ése es el problema. Y lo bien que se queda uno gritándole a un niño, a alguien más débil físicamente, cosas como “Porque lo digo yo”, o “Porque sí y ya está”. Ay, lo a gusto que se queda uno cuando se desahoga y queda por encima de los demás. “Porque yo sé más que tú”.
En fin. Después de esta reflexión de sábado por la mañana, os dejamos con Les Luthiers, que con esta canción tan bonita nos van a dar una lección a los adultos de cómo hay que tratar a los más pequeños, y saciar toda su curiosidad y sus dudas:
¡Sé el primero en opinar!
Un proyecto de Libro de notas
Dirección: Óscar Alarcia
Licencia Creative Commons.
Diseño del sitio: Óscar Villán
Programación: Juanjo Navarro
Mascota e ilustraciones de portada: Antonio G. de Santiago
Desarrollado con Textpattern
Contacto Suscripción Aviso legal