Ángel Fernández es un adolescente madrileño, amante de todo tipo de historias de detectives y misterios, que un día, aburrido de tanto estudiar, decide disfrazarse de señor mayor y jugar a ser investigador privado. Pero en el mundo de los adultos, pocas cosas son un juego. El autor de estas aventuras escribe un blog sobre los Simpson y los tebeos. Las ilustraciones son de Glòria Langreo.
17. Metralletas y pastelitos
Frunobulax y Glòria Langreo
| 9 octubre 2010
Apenas el pico del dragón volador sobre el que cabalgaba yo, el joven Ángel Michigan, tocó el cristal de la sala de reuniones de la última planta del Palacio de los Condes de Soria, se deshizo en mil pedazos. Tan solo con que la poderosa bestia alada rozase el cristal. En un instante, la pared acristalada se fue resquebrajando y agrietando, y esa primera y única grieta se transformó rápidamente en una especie de pequeñas venas que recorrieron el enorme ventanal, que quedó convertido en un mosaico compuesto por miles de pedacitos diminutos de puntiagudo cristal, a medida que el dragón avanzó, atravesó el ventanal y entró en la estancia.
Allí dentro, se hizo el silencio, tan solo interrumpido por la cascada de vidrios cayendo al vacío, muchos de ellos estrellándose sobre la imponente alfombra que cubría casi toda la sala de reuniones. Todas las caras se giraron en ese momento hacia la ventana, con gestos de terror. Y ahí estaba yo, a lomos de un bicho sobrenatural que hacía unos minutos tan solo era una decoración de piedra, como tantas había dentro de ese misterioso palacio.
Tuve suerte de que no me salpicara ningún cristalito. De hecho, yo creo que el animal estaba acostumbrado a hacer ese tipo de cosas, porque me protegió con sus alas al tiempo que se abalanzaba contra esa sala donde había tanta luz, tantos tipos con trajes de colores y malas pintas, y donde yo suponía que estaría secuestrada mi querida Susana.
Mientras venía volando como una flecha, hace un momento, para salvar a Susana, en realidad no había pensado en ningún plan. Supuse que me la encontraría atada, como en las películas, y que mi dragoncito le cortaría las ataduras con el pico, la subiría a la montura a mi lado, y volaríamos en dirección a algún arco iris. Sin embargo, no fue eso lo que sucedió.
Para empezar, no había rastro de Susana. En esa sala sólo había diez señores de traje, con aspecto de ser muy peligrosos, ante una mesa enorme llena de pastelitos de chocolate. Uno de ellos se parecía mucho al alcalde de la ciudad. El resto vestían trajes de diferentes colores, pero no por ello parecían más simpáticos. Y encima, al irrumpir en la sala a través de la ventana, de pronto mi dragón tropezó, me tiró de bruces contra el suelo, y volvió a salir pitando por la ventana, dejándome solo en la habitación, donde veinte peligrosos ojos me miraban atentamente y bastante enfadados.
Y antes de que me diera tiempo a levantarme, todos me estaban apuntando con enormes pistolas y metralletas, metralletas de esas que tienen un tamborcito debajo del cañón, como las de los tebeos. Pero en ese momento no pensaba en tebeos. Me di cuenta de que me había metido en un lío todavía más grande.
—¿Y tú quién eres, mocoso? —me preguntó el alcalde.
—Ay, madre, que me he equivocado de casa… —acerté a decir, forzando una sonrisa que debió de quedarme muy ridícula.
—¡Es ese niño, el detective! —el que hablaba era uno de los viejecitos, que iba vestido de naranja—. ¡El que casi lo fastidia todo!
—Verán, señores, se equivocan, yo soy solo un niño normal, no soy detective ni nada…
—¡Silencio! —volvió a gritar el que se parecía al alcalde, y que iba de blanco, mientras se acercaba hacia mí sin dejar de apuntarme con una pistola—. ¿Pero qué locura es esta? ¿Por qué venías volando?
Yo estaba muy asustado, pero me di cuenta de que estos señores también estaban bastante confundidos. Debía ser, también para ellos, la primera vez que veían a un dragón volador.
—Pues… —trataba de inventarme alguna excusa convincente a toda velocidad, pero no fui capaz, así que me derrumbé y empecé a decir la verdad—. Verán, yo sólo quiero que dejéis de secuestrar a mi novia Susana. Entré por una cueva, y me encontré con un robot que se llama Toilet… ¿Dónde estará Toilet, por cierto? Es mi amigo, ¿saben? Bueno, pues Toilet me dijo que no fuese por el pasillo, pero yo no le hice ni caso y empecé a caminar por el pasillo, hasta que empezó a arder todo y casi me quemo el culo. Entonces me dijo que no tocara las cosas. Sólo podía tocar unas armaduras que había en una pared, que no eran armaduras, sino ascensores. Luego vimos unas estatuas, y me dijo que no tocara las estatuas, pero yo creo que ese robot está un poco chiflado, porque a veces se pone a cantar, y está claro que es un robot muy viejo…
—¿El robot? —me interrumpió de repente el que se parecía el alcalde. El resto de los señores se miraban unos a otros, confundidos—. ¿Te refieres al robot que hay en los sótanos?
—Se llama Toilet, él es el que me trajo hasta aquí.
—No se llama Toilet, niñato. Ese robot es un trasto viejo, y es muy peligroso, no deberías jugar con esas cosas.
—¡Pero si es muy majo!
—Es un montón de chatarra. Me aseguraron que ya estaría reducido a tuercas…
En ese momento, el resto de los tipos con traje bajaron las armas, y miraron fijamente al alcalde. Algo raro estaba pasando.
—¿Nos mentiste? —dijo el del traje color caca, dirigiéndose al de blanco—.
—Así que el C11H15NO2 no fue destruido —dijo el del traje naranja—. ¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Para esto hemos invertido tantísimo dinero, para deshacernos de ese robot y construir toda una nueva generación de robots?
Yo no entendía nada. Por lo visto, el tipo que se parecía al alcalde tenía que haber destruido a Toilet, pero no lo había hecho, y ahora el resto estaban muy enfadados. Miré hacia la mesa de reuniones llena de pastelitos, y me entró un hambre horrorosa.
—Esto es terrible. Por eso están pasando todas estas cosas —dijo otro trajeado, que iba de azul clarito—. Por eso la Magia no se ha desvanecido, y por eso estos niños todavía siguen vivos, y nuestro plan de conquista no sigue adelanta.
—Veréis, yo… Intenté destruirle —decía el alcalde. De repente todos parecían haberse olvidado de mí, del dragón, del cristal roto, y el hecho de que el alcalde no hubiera destrozado a Toilet era más importante, por alguna razón—, intenté acabar con esa última unidad C11H15NO2, pero es muy poderoso. Le escondí en los sótanos, donde nadie pudiera encontrarlo nunca.
—Pero nos mentiste, tenías que habérnoslo dicho, Elías —el del traje naranja me confirmó que el de blanco no sólo se parecía, sino que también se llamaba igual que el alcalde—. Si el robot está libre, no podemos hacer nada contra la Magia.
—¿Pero de qué estáis hablando, tíos? —pregunté yo, pero nadie me hizo ni caso—.
—Esto es terrible —dijo un viejo.
—Estamos perdidos —dijo otro.
Mientras todos los tipos de traje estaban despistados discutiendo entre ellos, miré hacia la enorme mesa de reuniones, donde estaba la montaña de pastelitos de chocolate. Y en ese momento descubrí, de reojo, que al fondo de la sala, detrás de una columna, ¡estaba escondida Susana!, y daba saltos tratando de hacerme señas con las manos. ¡No estaba secuestrada! ¡Llevaba todo el rato ahí escondida!
—¡¡Susana!! —grité, sin poder contenerme.
—¿Qué dices tú ahora? —me dijo el del traje naranja, apuntándome de nuevo con su metralleta—. ¿Qué Susana? La otra niña, ¿dónde está? ¿Se llama Susana?
Todos volvieron a mirarme volviendo a apuntar sus grandes armas.
—No, nada… Digo que Susana… —traté de disimular—. Que si
sus han acabado los pastelitos, que si me dais uno…
Pero ya era tarde para disimular. Uno de los viejos con traje miró hacia el fondo de la sala, y vio claramente los pies de Susana, que había vuelto a esconderse detrás de la columna. Ahora sí que la había hecho buena. Habían pillado a Susana por mi culpa. Por bocazas. A una orden del alcalde, dos de los tipos con traje se acercaron hacia ella, la cogieron por el brazo con muy mala leche y la acercaron al centro de la habitación.
Ahora nos tenían a los dos. Y el dragón había desaparecido, y Toilet también. Y Víctor no aparecía. Y ¿qué era todo eso de la Magia? Sería gracias a Toilet que las estatuas cobraban vida, o qué? Y lo más importante, ¿se iban a comer todos esos deliciosos pastelitos de chocolate? ¡¿No pensaban darme ni uno solo?!