Ángel Fernández es un adolescente madrileño, amante de todo tipo de historias de detectives y misterios, que un día, aburrido de tanto estudiar, decide disfrazarse de señor mayor y jugar a ser investigador privado. Pero en el mundo de los adultos, pocas cosas son un juego. El autor de estas aventuras escribe un blog sobre los Simpson y los tebeos. Las ilustraciones son de Glòria Langreo.
8. Día de pellas
Frunobulax y Glòria Langreo
| 17 abril 2010
Fui el primero en llegar al colegio esa mañana. Estaba histérico por el suceso, y necesitaba hablarlo con alguien. Pero Susana y yo habíamos decidido mantenerlo en secreto.
Vaya chufa. No os imagináis lo horrible que es tener un secreto de interés mundial y no poder contárselo a nadie. Susana y yo sabíamos que los que mataron a Amanda y Andrew tenían que haber sido los extraterrestres-clones-magos que nos persiguieron la noche anterior. Eso, o algún asesino en serie maniático, que al terminar la faena se desnudara y prendiera fuego a los pantalones en el lugar del crimen.
Deberíamos haber ido a la policía. Pero mi instinto me decía que era una ocasión única para convertirme en un detective de verdad. Teníamos que saber algo más, quiénes eran esos seres que iban en naves y se teletransportaban en pelotas.
Y sobre todo, teníamos que intentar por todos los medios que no nos mataran a nosotros. Este punto era muy importante.
En el periódico, en la sección de Madrid, también se mencionaban los extraños sucesos que hubo, alrededor de las 9 de la noche, sobre la plaza de Quevedo:
ESPECTACULOS
La compañía Linimento Teatro organiza un festival de luces y sonido sorpresa sobre la glorieta de Quevedo
El montaje tenía como objetivo promocionar la nueva película de la estrella de cine de Hollywood Hom Tanks, “Holocausto sideral”.
Mentiras. Todo eran mentiras. Algo gordo estaba pasando, y hasta los periódicos del día ocultaban la visita de los extraterrestres… o del
FBI, o lo que hubiera sido eso. Pero anoche yo vi con mis propios ojos una nave nodriza gigante, y a seres extraños volando y desapareciendo de la nada, y a un asesino escondido en un retrete amenazándonos de muerte.
Para más misterios, Susana no había aparecido hoy en clase. Don Tomás me dijo que había llamado su padre esta mañana, y que no se encontraba bien. Me tranquilizó saberlo, pero no estaba seguro de que me dijera la verdad, o de que fuese el padre de Susana quien mentía. No sabía a quién creer. También cabía la posibilidad de que Susana se hubiese puesto enferma de verdad, pero era demasiada casualidad. Todo era demasiado misterioso, demasiado deprimente. Estaba a punto de explotar.
Decidí esperar hasta el recreo, y escaparme a casa de Susana. Faltaban diez minutos para que sonara el timbre, cuando mi mochila empezó a vibrar. Me llevé un susto enorme. Primero me imaginé que saldría de ella un asesino desnudo; también se me pasó por la cabeza que alguien había puesto una bomba en mi mochila… Enseguida caí en la cuenta de que era mi teléfono móvil. Es que no me llama nunca nadie. Lo miré disimuladamente, y era un prefijo de Madrid que no conocía. Pero no podía cogerlo en clase, o Don Tomás me quitaría el aparato.
Cuando por fin salí al recreo, tenía 7 llamadas perdidas desde ese número. Y cuando iba a devolver la llamada, volvió a sonar.
— ¿Dígame?
— ¿Alejo? ¿Alejo Fernández?
— No. Se ha confundido, ¿eh? Lo sien…
— ¡Por fin! ¡Llevo media hora llamándote! —era el señor Carlos Arniches.
— ¡Ah! ¡Es usted! ¡Yo también tenía muchas ganas de que me llamara! ¡Mentiroso! ¡Quieren matarme por su culpa!
— ¿De qué estás hablando, Alejo?
— ¡¡Que me llamo Ángeeeeeeel!! —grité con todas mis fuerzas, acercando el teléfono a mi boca. Todo el colegio, y parte del colegio de al lado, se estaba riendo de mí, y Don Tomás salió al pasillo muy serio a ver qué pasaba—. ¡Escuche, comosellame, me ha metido usted en un buen lío!
— ¿Podemos quedar dentro de un rato, Ángel?
Se me ocurrió una gran idea que me sacaría de allí. Tener a un adulto al otro lado del teléfono podría ser mi vía de escape. No tenía fuerzas para otras ocho horas de clase, y necesitaba ver a Susana.
— Espera un segundo —dije, mientras me acercaba a Don Tomás, con el teléfono todavía apoyado en la oreja—. Don Tomás, me ha llamado mi tío Antonio. Que dice que mis padres se han caído por las escaleras, y que me tengo que ir corriendo a casa…
Era la excusa más idiota del mundo. Me llevó casi todo el recreo convencer a Don Tomás, y luego al jefe de estudios, y a ambos les pasé el teléfono para que el señor Arniches mintiera por mí, lo cual hizo bastante bien. Quedé con él en una cafetería que había debajo de casa de Susana. Y le expliqué que prefería que ella estuviera presente. Así que me fui muy contento a buscarla.
Susana estaba viva, y en casa. Había hecho creer a sus padres que tenía fiebre, convencida de que yo me escaparía de clase para ir a buscarla. Qué lista es mi Susana. El colegio está sólo a unos minutos de su casa. En cuanto llamé al telefonillo me abrió («Sube, Ángel»), totalmente segura de que sería yo. Esta vez cogí el ascensor hasta su casa, que sabía cuál era desde la noche anterior. Estaba muy emocionado con la idea de ver su habitación. Pero nos reunimos en el enorme salón de su casa.
— ¿Te han seguido? —me dijo, muy tensa, mientras cerraba la puerta a mis espaldas.
— ¿Y yo qué sé? No tengo ojos en el culo.
— Pues vaya detective que estás hecho, Ángel.
— Llámame Michigan —dije, muy digno.
— Lo que te voy a llamar es “Alcornoque” —qué guapa se ponía Susana cuando se enfadaba. Es lo que dicen en las películas, pero es que es verdad—. ¿Has leído las noticias?
— Sí, y seguro que antes que tú.
— Esos que han muerto eran los que te habían encargado fotografiar, ¿verdad?
— Sí. Menudo susto me he llevado. Qué casualidad, ¿verdad? —dije.
— De casualidad nada, Ángel. Que no te enteras —Susana me hizo un gesto para que mirara la pantalla de su ordenador, que estaba abierto sobre la mesa del comedor—. Te has metido en algo peligroso. Los que te encargaron que vigilaras a estos famosos, lo que querían era culparte de su muerte.
— ¿A mí? Pero si ni siquiera empecé a seguirles, ¡si todo sucedió ayer por la tarde, en cuestión de cuatro horas! —otra vez sentí ese cosquilleo en el estómago, y noté que tenía ganas de llorar—. ¡Pero si yo no he hecho nada!
— Tranquilo, Ángel. Ya lo sé. Pero, ¿has leído la noticia completa? Dicen que Amanda y Andrew tenían una gran fortuna, la mitad del dinero del jeque del petróleo Al-Ahmeer —la verdad es que no había leído casi nada de la noticia, sólo los titulares. Los periódicos me aburren, y siempre paso directamente a los tebeos del suplemento—. Y que una sociedad secreta conocida como El Linimento había contratado a un asesino esa misma tarde. Y viene un retrato robot del sospechoso. ¿No te suena de algo?
Susana me enseñó un dibujo muy grande en la pantalla, de alguien que se parecía muchísimo a mí. De unos 14 años, con el pelo castaño y desordenado, unos pocos granos, un poco gordito pero increíblemente guapo… Por suerte, no sabían el nombre del sospechoso, y sólo tenían ese dibujo, basado en la descripción del ama de llaves de los Wolodarski-Wilson.
— ¿Y cómo pudo saber esa señora que fui yo, si no la he visto en mi vida? —pregunté, extrañado, y mirando la pantalla muy intrigado.
— Pues es que tú no has sido, Angelcornoque —me explicó Susana, con paciencia—. Se lo han inventado todo. Es una trampa. Seguramente esa ama de llaves, M. P., pertenezca a la misma sociedad secreta.
— ¿Y por qué la han tomado conmigo? —me rasqué la coronilla—. ¿Y por qué ese del dibujo se parece tanto a mí?
— Supongo que quienes te contrataron para seguir a la pareja, son quienes hicieron el dibujo y se lo mandaron a la prensa —Susana pensaba deprisa, desde luego—. Probablemente también están implicados, y sólo querían incriminarte en el asesinato.
— Pues no sé. El dibujo de esa página viene firmado por alguien cuyas siglas son “E. L.” —dije yo. Mi cerebro también empezaba a investigar a toda velocidad—. Seguramente, Enrique López o algo así, ¡búscalo en Google!
— El Linimento —me dijo Susana—.
— ¿Qué linimento?
— El Linimento. Es el nombre de la organización secreta. Les citan también en la noticia sobre las naves de anoche, ¿eso lo has leído?
— ¡¡Sí sí sí!! —dije yo—. ¡Es verdad, me llamó la atención ese nombre! ¿Y qué hacemos ahora, Susana? Hay que avisar a la policía, ¿no?
— ¿Pero tú no querías ser detective, Wyoming?
— …Michigan…
— Tenemos que localizar al tipo que dice ser Carlos Arniches, el que te contrató —me dijo de pronto Susana—. Seguro que es de la organización. ¿Sabe dónde vives?
— Pues no —dije yo, recordando de pronto mi cita—. Pero te vas a alegrar, porque he quedado con él en la cafetería de abajo, dentro de cinco minutos, y le he dicho que tú también vendrías.
En ese momento, Susana se empezó a poner colorada, y me miró fijamente. Me agarró por las solapas de la camisa, y acercó mucho, muchísimo, su cara hacia la mía. En ese momento me di cuenta de que ella sentía también algo por mí. Por fin había llegado el momento, el gran momento que tiene toda historia interesante. Susana y yo estábamos a punto de darnos el primer beso. Susana acercó todavía más su cara hacia la mía, hasta tocarme mi nariz con la suya, sin soltarme las solapas de la camisa. Entonces dijo:
— ¡¡¿¿PERO TÚ ES
QUE ERES TONTO??!! ¡¡¿¿ES
QUE QUIERES QUE NOS MATEN??!!