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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento cuadragésimo primero: "Iluminación artificial" (Parte 4 de 17)

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 8 enero 2011



“Los tiempos cambian”. “Las cosas van a ir cada vez peor”. “Esperemos que todo salga bien”. “No me fío”. “Tengo miedo”… Whomba vivía desde hace ya muchos ciclos de Luna en medio de la incertidumbre y el desconcierto. Era difícil identificar cuando había empezado la cadena de acontecimientos que les había llevado a ese estado de excitación nerviosa (a algunos) o de miedo compulsivo (a otros) ¿Fue cuando desapareció el dios Merher y la gente siguió muriendo con total normalidad? ¿Fue cuando la negociadora profetizada por los dioses apareció como líder de una revuelta mágica en las tierras olvidadas de Gulf? ¿Fue cuando los campeones del templo de Lorimar capitaneados por Loona cercaron Gulf y dejaron de atender sus obligaciones con los habitantes de Whomba? ¿O quizás fue cuando se impuso el bloqueo que impedía a quién quería experimentar con la magia? ¿O cuando empezaron a aparecer todas esas personas que, de la noche a la mañana, sentían tener poderes desconocidos? Cuando lo más fieles seguidores fueron a pedir ayuda a sus dioses encontraron silencio. No solo Merher, sino Marh y tantos otros dioses menores. Un silencio atronado y extraño que lo llenaba todo de preguntas.

Y luego estaba lo sucedido la noche del sueño. Todos los habitantes de Whomba sintieron un desgarro, todos vieron luces, todos sintieron miedo y conmoción. Imágenes de fuego y muerte en un coliseo.

En las ciudades más importantes de Whomba habían aparecido varios ciclos de luna antes las pantallas de magia que proyectaban lo que sucedía en Gulf. Se habían convertido en un acompañamiento vital que, de un tiempo a esta parte mantenia una sútil calma tensa que mantenía el bloqueo de unos contra los otros.

Y de pronto, una mañana, algo había cambiado.

En la plaza principal de Ghizah, junto a la enorme biblioteca del dios Barlhar, apareció un escenario bastante grande. A su izquierda y su derecha había pantallas similares a las que utilizaban en Gulf y un telón de color bermellón cubría toda la parte superior del escenario. En letras blancas muy grandes alguien había escrito: “Paz para Whomba”.

Durante semanas, los habitantes de la metrópolis de Ghizah se preguntaron por lo que estaba sucediendo, lo comentaban unos con otros con frase hechas, lugares comunes, complejas teorías, etc. Ninguno tenía una respuesta. Todos tenían curiosidad.

En poco tiempo, esa curiosidad se convirtió en chismes, éstos en historias y de las historias nacieron verdades inamovibles. En pocos días se abriría el telón y una compañía de teatro interpretaría una obra… o quizás los dioses volverían y todo volvería a ser como antes. Tantas cosas pasaban de habladuría a verdad que cuando aparecieron unos jóvenes con togas blancas anunciando que en el primer amanecer tras el solsticio se abriría el telón, la noticia corrió como la pólvora.

Decir que toda la ciudad estaba allí sería falso, pero también lo sería no reconocer que muchos de los habitantes de Ghizah esperaron horas a que el telón desvelara su secreto, sería mentira decir que no vinieron miles de personas de otros lugares de Whomba. Sería mentira no comentar que segundos antes del amanecer, cuando el sol aún no había salido, todo el mundo contenía la respiración.

Después, el sol salió y el telón se abrió. Y sobre él había un enorme escenario de roca con forma de pasarela.

Y en el centro del mismo había una criatura que los habitantes de Whomba no habían visto jamás. Era grande, bellísima, como una fina escultura de mármol, llevaba una sencilla prenda de color blanco como única vestimenta y transmitía tranquilidad.

Era Nansi. Estaba solo en el escenario. A sus pies la ciudad, a sus pies Whomba. En las pantallas se veía su figura recortada, resplandeciente. Toda la plaza estaba en silencio. Detrás de él, entre bambalinas, estaba Barlhar, esperando. Estaba más nervioso que nadie.

Nansí caminó por la pasarela hacia la gente. Extendió los brazos y sonrió con alegría. En ese momento, Barlhar y sus acólitos iniciaron un pequeño rito desde el interior del templo. El cielo junto al escenario se torno de color dorado y un calor reconfortante empezó a abrigar los afligidos corazones de Whomba.

Nansi, habló por primera vez a su pueblo.

―Mi nombre es Nansi. Soy el más humilde siervo de Whomba. Soy el calor que abriga los corazones que viven con miedo, soy la serenidad del mañana. Soy lo perpetuo. Soy la calma. Sé que tenéis muchas preguntas y vengo a daros respuestas. El futuro ya no será nunca más incierto, el cielo no volverá a tornarse rojo. La ira a terminado. El tiempo de los dioses y los brujos ha caído.

Su voz se proyectaba por toda la plaza como las tranquilas ondas de un mar azul oscuro y revotaba por las pantallas proyectándose por todo Whomba… ¿Todo? No, Gulf seguía ajeno a las señales del pacificador.

―Los dioses se sentaron en la gran panza de Whomba, se atiborraron a comer de vuestra carne, de beber de vuestro vino, preñaron vuestra tierra con su simiente durante siglos. De sus entrañas nacieron los negociadores, que también se alimentaron de vuestro miedo y vuestros deseos. Finalmente, esa cadena de errores llevó a los magos y brujos de Gulf, llenos de odio, reflejo perverso y simétrico de un espejo triste. El reflejo ajado de una tierra rota. La guerra de los dioses y los brujos que hace que Whomba llore de dolor y sienta miedo por su futuro y el futuro de sus hijos y sus hijas.

Mientras Nansi hablaba, la gente iba sintiendo una sensación de sobrecogimiento en su interior, como su flotaran. Su mente iba encajando las palabras de Nansi, dándoles sentido, cronológica. Convirtiendo echos aislados en causas y consecuencias, redibujando contornos.

―Por eso debemos terminar ya con ésta guerra que ha durado demasiado. Por eso debemos romper las armas que han angustiado nuestro espíritu. La Paz debe llegar a Whomba. Los dioses se han marchado, pero aún quedan los brujos. Caminaremos juntos hacia el límite del mundo para llevar la luz a las tinieblas, sin más armas que el amor de nuestros corazones. Una marcha de hombres y mujeres libres con la palabra paz como única bandera. Un canto entonado en todas las lenguas y todas las voces de Whomba, ¡Marchemos! ¡Marchemos hacia Gulf!

Nansi extendió sus brazos y las personas de la plaza rompieron a llorar de emoción. A su alrededor se formó un ovalo de color dorado. Muchas de las personas que escucharon a Nansi vieron florecen un poder en sus corazones, el poder de la paz, el poder de la concordia y el fin del miedo. Y con ese poder, pararían la guerra.

Pero hubo quién no descubrió poder alguno. Hubo a quién las palabras de Nansi provocaron otro efecto, hubo quién vio la sombra siniestra de la muerte debajo de tanta luz dorada. Y esos, esa noche, sintieron el miedo ancestral que los niños le tienen a los monstruos.


Comentarios

  1. Nacho MG [ene 8, 17:10]

    Independientemente de lo extraordinariamente bueno que me parece el dibujo, me encanta como aplicas esas texturas (en este caso la del cielo) sin que en ningún momento lleguen a distraer ni cobrar excesivo protagonismo.

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