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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento trigésimo octavo: "Apocalipsis (Parte 1 de 17)"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 18 diciembre 2010



En la oscuridad perdías el sentido del tiempo. Y probablemente ese había sido el objetivo principal de su huida. Quizás se trataba tan solo de encontrar una manera de abandonarse. De no pensar. Pero enseguida había descubierto que no pensar era imposible, que no había abandono ni escondite posible para uno mismo. La oscuridad, entonces, había empezado a definir puntos de luz. Una luz dorada que venía del centro de un lago infinito en el centro del mundo. La luz que horneaba las aguas del estanque del que había salido el barro primigenio y al que él y su hermana habían dado vida.

Merher llevaba mucho tiempo escondido bajo la tierra. Escapando del monstruo que él mismo había creado. En ese tiempo, estaba seguro, la gente había seguido muriendo. Su ausencia en nada había modificado el estado del mundo. ¿Qué decía eso de un Dios y su poder? Nada, porque Merher sabía la verdad, y para proteger su mentira había creado a Nansi, sabiendo que devoraría el mundo con él. Un arma más grande que el poder más grande. Un arma imposible de destruir en su energía primigenia, en su hambre. Un devorador de mundos, insaciable, imperecedero. Hijo de la energía de la vida y de su negación absoluta. Hijo maldito de dos hermanos celestes. Nansi, que andaba en ese momento devorando el mundo.

Así lo imaginaba Merher. Nansi acabaría con todo y luego bajaría hasta el lugar de su nacimiento a terminar con él. Eso había ganado: Tiempo.

Tiempo en soledad, tiempo para hablar consigo mismo hasta volverse loco. Tiempo para dejar de pensar o para empezar a pensar y dar la vuelta.

Había pensado mucho sobre ese lago. Primero lo había imaginado como infinito, luego había nadado hacia su interior como una vez había visto a su hermana. Había visto que al otro lado del mismo había una pared de roca. Había medido sus confines. Grande, sí. Infinito, no. Se había preguntado si el lago no sería tan solo un lago, el barro solo barro, el rito de vida solo energía que se mueve. La muerte solo energía que abandona. Conexiones.

Había intentado imaginarse muerto. El, Dios de la muerte, devorador de almas, orgulloso padre del miedo. Se había estremecido pensando en su propia negación, en su propio vacío. Dioses con miedo. Dioses que no son más que dioses. Dioses que protegen sus mentiras.

Y había pensado en la vida que le quedaba por vivir, en el tiempo que le quedaba por delante y en lo que significaba ese vida y ese tiempo. Si no había salida posible, ¿qué hacer con el tiempo que restaba? De pronto la espera y el abandono no eran suficientes. Esconderse era morir antes de morir.

Y había tomado decisiones. Había trazado un plan. Un plan que no podía ejecutar solo, un plan que necesitaba de su hermana Marh. Pensaba que tendría que ir a buscarla, pero fue ella la que le encontró a él.

Llegó acompañada de la luz de una antorcha, bella como siempre y blanca como siempre, pero llena de un miedo que Marher no había conocido antes.

―Nansi viene a por nosotros ―le había dicho su hermana―. A por todos nosotros. Le he visto en mis sueños. Sé que no podemos sobrevivir.

Había roto a llorar nada más encontrarse con él. Merher la había consolado y había dejado que se tranquilizara. Y después le había contado su plan.

―Tenemos que acabar con él ―le había dicho.

Marh contestó que eso era imposible, que no podría hacerlo, que acabaría con ellos. Y Merher asintió.

―Podemos destruir lo que creamos… si usamos nuestro poder al completo.

Y Marh dijo que no, que no lo haría, que resistiría. Y luego volvió a llorar y confesó que tenía miedo, que ellos eran eternos. Y Merher le dijo que no, que eso no era cierto. Que se habían creído sus propias mentiras, que nada es eterno y ellos tampoco. Y que su tiempo, había llegado a su fin.

Y Marh se quedó en silencio y se marchó sola al interior del lago y de la cueva.

Y Merher la esperó como aquella vez que la vio ir a por barro.

En la soledad del centro del lago, Marh flotó como un fantasma. Se hundió en las profundidades y permaneció en el fondo, creando a su alrededor oxígeno extraído del agua. Se quedó allá abajo, en un palacio de cristal transparente hasta que, con el tiempo, empezó a parecer una tumba. Cuando comenzó a flaquear su poder y a cansarse su concentración y se encontró conque era dificultoso mantener la respiración. Entonces supo que el agua la mataría, que sus pulmones se encharcarían y moriría cómo otro cualquiera.

Y se hizo las preguntas que se había hecho su hermano. Sintió lo que él había sentido. Y supo que su tiempo llegaba a su fin.

Su primera tendencia fue dejarse morir. Dejó que el agua anegara sus pulmones, se rindió por completo. Todo se volvió negrura e infinito, pero al poco tiempo notó el agua expulsada de su cuerpo. Frente a ella estaba su hermano, que la sujetaba la cabeza y le besaba en los labios para insuflarle vida. La imagen le resultó paradójica.

Discutieron. Ella quería morir sola. No le debía nada al futuro de esa tierra. Si Nansi acababa con todo no era problema suyo. Merher la golpeó con violencia y la tiró al suelo.

―Siempre fuiste así. Sin responsabilidades ni miedo. Dando vida sin valorar lo que le estabas haciendo al mundo, sin cuidarla, sin medirla. La muerte es inevitable, pero la vida es una elección. ¡Y ni siquiera es la elección para uno mismo, sino para otros¡ Eres más arbitraria, egoísta e inmadura que yo y siempre te han visto como la que daba el regalo que yo quitaba. ¡Pero la gente sigue muriendo y yo no tengo nada que ver¡
―La gente sigue naciendo también ―había dicho Marh.
―Cierto, pero los padres tienen obligaciones con su hijos. ¿Acaso tu no? Hemos engendrado el mal para seguir siendo infinitos y ahora vamos a morir. ¿No merece la pena que nos hagamos cargo de los lobos que hemos soltado en el campo de las ovejas?

Hay quién dice que Marh terminó por entender a su hermano, pero otras historias hablan de que la dominó por la fuerza. Incluso que la poseyó físicamente encima de una roca para inseminar el deseo de muerte en su cuerpo. Pero así son las historias, es difícil saber cuanto adornan verdades dolorosas y cuanto tienen de auténtica verdad.

Y de esa roca, de ese lago infinito, en silencio y sin aspavientos, disfrazados de normalidad, dos dioses emergieron con un deseo común: Terminar con la vida que ellos mismos habían creado poniendo la suya propia como pago.

Energía que se intercambia.

Conexiones

Apocalípsis.


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