En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.
Cuento vigésimo: "Camino al olvido"
Guillermo Zapata y Mario Trigo
| 26 junio 2010
Pasadizos de la Gran Biblioteca de Ghizan. Una risa cascada,
asmática, recorre los pasillos. Es Nirghem, el Padre del conocimiento,
dios original desplazado por Fregha en beneficio de su hijo Barlhar.
Encerrado, borrado, olvidado. Atrapado bajo un sello, un sello que
debería encerrarlo solo a él.
Un sello que encierra ahora a Celis de Gulf, uno de los cuatro malditos.
La risa se repitió un par de veces más. Luego le siguió una tos ronca, enfermiza.
—Te prometo que no lo sabía —dijo Nirghem—. Se suponía que sólo debía contenerme a mí. Pero claro, nunca había entrado nadie antes. Así que quizás…
—Tiene sentido —dijo Celis—, si alguien entra y puede salir…
—Podría contar lo que ha visto.
El dios y la chica se quedaron mirando un segundo. Nirghem volvió a reír entre dientes.
—Encerrada con un Dios —dijo—. Tu peor pesadilla.
—Un dios no muy poderoso, por lo que veo.
Celis se dio la vuelta y se internó por los pasadizos de vuelta. No podía abrir la puerta, y algo le decía que no tenía sentido intentarlo. Era un sello poderoso. Escuchó a Nirghem moverse detrás de ella. Los dos caminaron en la oscuridad, desandando sus pasos.
—De todas formas —era Nirghem quien hablaba—, poco importa que estés aquí dentro o aquí fuera. Lo que quieres hacer es imposible. Así que, qué más da.
—No hay nada imposible —dijo Celis.
—Intenta vivir para siempre, y luego me cuentas.
Bueno, quizás hubiera algunas cosas imposibles, pero encontrar a Nur no tenía por qué serlo. Lo sabía de alguna forma extraña, intuitiva. Era como si pudiera visualizar un punto en el horizonte, pero no fuera capaz de trazar el camino desde ese sótano hasta allí.
—Si tú firmaste el manifiesto de Lorimar, debes saber lo que pone— dijo Celis—, aunque no puedas leerlo.
—Sí, lo sé.
—Y si quieres ayudarme, ¿por qué no me lo dices?
Nirghem y Celis habían vuelto al lugar donde se encontraron. El buho de Nirhem estaba apoyado en su hombro. Celis y Nirhem estaban sentados en amplios sillones de cuero marrón desgastado, rodeados de libros y papeles.
-¿Crees que es así de fácil? ¿No has entendido nada del mundo contra el que luchas? ¿Crees que si fuera tan fácil saber de nosotros y nuestros secretos no lo sabría más gente?
Celis no sabía que decir. Su “lucha” había consistido básicamente en huir, hacer preguntas que le llevaban a nuevas preguntas, e indagar en un pasado cada vez más esquivo.
—No te lo puedo decir —prosiguió Nirghem—, igual que Marh no puede matarme o nosotros no pudimos matar a Nur… O tú no puedes salir por esa puerta.
—Magia —dijo Celis—. Es por la magia.
Nirghem asintió.
—Entonces… ¿qué puedes decirme?
—Pregunta.
—¿Por qué yo siento la magia? ¿Por qué puedo usarla?
—Porque todos los planes salen mal al final.
—¿Qué quiere decir eso?
Nirhem sonrío con su dentadura amarillenta y gastada. Cruzó los brazos y se hundió un poco más en el sillón de cuero.
—Va a ser divertido tener a alguien con quien hablar, después de tanto tiempo.
—No voy a estar aquí mucho rato —dijo Celis, resuelta—. Nur, ¿por qué fue expulsado?
—No te lo puedo decir.
—¿Cometió un delito?
—Más o menos.
—¿Por qué no lo matas…? Porque no podéis mataros entre vosotros, ¿no?
—Chica lista.
Celis se quedó en silencio.
—Y el manifiesto… es como el acta del juicio.
—Los motivos y la sentencia, efectivamente.
—Y solo Nur puede leerlo.
—Sí.
—Y Nur está en el olvido.
Nirhem volvió a reír.
-Eres una testaruda preocupante. Si tus amigos no estuvieran muertos, podríais llegar a ser una verdadera amenaza.
—Mis amigos no están muertos.
—Lo estarán.
—¿Puedes ver el futuro?
—No, pero sé como funciona las cosas. Y tus amigos morirán y tu también lo harás, aquí encerrada conmigo, pensando que puedes encontrar a Nur. Nur no existe, ¿entiendes? No existe.
—Sí existe —dijo Celis—, tiene que existir.
Celis se puso de pie. Había dado con algo.
—¿Por qué tiene que existir?
—Porque no podéis mataros entre vosotros.
Nirhem fue a responder y, de repente, se quedó parado, con la boca abierta. Se sonrío: “Interesante”.
—Lo desterrásteis o… lo expulsásteis, algo así. Pero existe. Y si existe se le puede encontrar.
—Lo expulsamos al olvido —dijo Nirhem, que notaba como una cierta ilusión nacía en su interior, después de tantos años hundido, solo, luchando contra su mente para no volverse loco.
Celis se le quedó mirando un segundo…
—Entonces, el olvido es un lugar.
Nirhem también se puso en pie. Los dos estaban nerviosos, dando vueltas. Era como su hubiera una realidad paralela flotando a su alrededor, y con tan solo extender los dedos pudieran tocarla. Estaban nerviosos. Celis se fijó en la intensidad de la vitalidad recobrada por el dios…
—Veamos —dijo Nirhem—: si ese lugar existiera, si hubiera algún mapa, algún documento… algo de él que pudiera conocerse, yo lo sabría, porque soy el dios del conocimiento. Y no lo sé. Y sin embargo…
—Sin embargo el lugar tiene que existir, porque si no, ¿dónde está Nur?
Celis lo tenía en la punta de los dedos, casi podía saborearlo con los labios.
—¿Y si…? —las palabras se le murieron en la boca. Había algo que los estaba esquivando.
Y de repente, Celis lo descubrió. Lo supo. Y al verlo ante ella la solución apareció como algo tan simple, tan sencillo, que casi le dio la risa.
—La azada de hueso largo de mi padre —dijo.
Nirhem la miró sin comprender, pero en su falta de comprensión estaba también la clave.
—Tú no puedes resolverlo, Nirhem. No eres más que el dios del conocimiento, y el conocimiento es aquello que existe. Hubo un tiempo en que mi padre cultivaba los campos de Gulf con su azada, era una vieja azada de madera con el palo corto. Mi padre se tenía que agachar para trabajar la tierra, y aquello le generaba dolores tremendos en la espalda. Un día, ideo una azada cuyo mango tenía una longitud mayor, que podía trabajar la tierra con más facilidad. Sin embargo, la madera se quebraba más a menudo al ser el palo tan largo. Por eso decidió esculpir el hueso, más duro que la madera. Todas aquellas invenciones, una vez inventadas, hacían que uno se preguntara como podía mi padre haber estado tantos años trabajando con aquella azada corta de madera. Tú, Nirhem, no puedes crear nada, sólo puedes recordar lo que otros han creado.
—¿Y cómo piensas crear “El olvido”?
—No necesito crear el olvido —dijo Celis con una sonrisa de oreja a oreja—. El olvido ya existe. Sólo necesito crear el camino para llegar hasta alli.
Nirhem no daba crédito a lo que oía. Celis estaba radiante de emoción.
—¿Qué es aquello de lo que está lleno el olvido?
—De tiempo —dijo Nirhem casi sin pensar. Se sonrío. Eso sí lo sabía.
—Entonces no necesito más que una puerta cualquiera y algo que sirva para medir el tiempo.
—Pero el olvido es un lugar donde no puede medir el tiempo, hay tanto que… es imposible. Por eso la gente olvida las cosas que hay allí —dijo Nirhem sorprendido de sí mismo y de cómo las respuestas acudían a su mente.
—Tienes toda la razón… ¿Podríamos separar el tiempo del aparato que mide el tiempo?
Los dos llegaron a la misma conclusión: un reloj de arena. Un reloj de arena sin arena… Y una puerta.
Con algo de magia, claro.