Pequeño LdN


El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento quincuagésimo tercero: "La leyenda del Beso de Celis" (Parte 16 de 17)

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 22 octubre 2011

La magia es persistente. Deja su rastro aún cuando los magos ya no existen.

El sello que impide que Nirghem, dios primigenio del conocimiento, salga las catacumbas bajo la biblioteca de Ghizan no impide que otras personas entren, pero una vez dentro de la compleja red de pasillos ocultos, ya no las deja salir. Aún así, nadie ha entrado. No al menos en mucho tiempo. La entrada está escondida. El poder del propio Nirghem para atraer a alguien hasta allí ha funcionado en muy pocas ocasiones. Quizás tan solo una vez.

Una tumba llena de libros, documentos que se han convertido en montañas de polvo con el paso de los años.

Se oye un ruido. Es un sonido repetitivo, como una llamada. Es Nirghem, intentando imitar el sonido de su Buho. No lo encuentra. La carne podrida del Buho ha ido desapareciendo, quizás comida por las ratas y ahora se pueden ver los pequeños huesos. Ya hace tiempo que no huele mal, pero Nirghem lo sigue buscando. A veces cree que el eco de su propia voz es la respuesta del Buho. O se imagina que charla con él, que el buho le habla. El lo ha sabido todo, lo sabe todo, lo sabrá todo. Es el Dios del Conocimiento.

La sala huele a frío. El olor de la humedad, del papel podrido. El olor de un lento desmoronamiento. Celis no lo recordaba así. Tampoco recordaba que Nirghem estuviera tan flaco, que tuviera esa capa blanquecina, como lechosa, en los ojos. Que sus dientes ya no existieran prácticamente. No recordaba la escarificaciones en las manos ni la piel pegada al hueso como una bolsa de plástico transparente y amarillenta. Sus propias manos no se parecen a las de antes, tiene arrugas, manchas, se está convirtiendo en un libro viejo.

Nirghem siente su presencia.

—¿Eres tú? ¿Has venido a traerme lo que te pedí?

Celis se arrodilla a su lado. Le dice su nombre, le repite su nombre dos veces. Nirghem dice que la recuerda, pero no la recuerda. Balbucea palabras sin sentido. Se ríe de pronto.

—¿Por qué has venido aquí? ¿Quieres que te quite a tus hijos como hice con ella? —vuelve a reírse—. Le quité a sus hijos antes de que los tuviera. ¿Has venido a recuperar a tus hijos?

Celis le dice que no. Celis tiene sus propios hijos, son adultos ya. Se lo cuenta cómo quién habla a un buen amigo que ha perdido el juicio. Un poco para uno mismo, como si la otra persona ya no estuviera allí. Nirghem le toca el pelo, sigue teniéndolo largo, aunque ahora es de color grisaceo y menos abundante. Tiene la sensación de que el viejo Dios está leyendo su rostro con las manos.

—Una vez —balbucea—. Una vez te enseñé el tiempo.

Celis sonríe y le dice que si. Que una vez abrieron una puerta al olvido. Que fue a buscar a Nur. Nirghem insisté en preguntarle que hace allí.

—He venido a por respuestas —dice Celis.

Desde hace años ya no quiere investigar el presente, el mundo ha cambiado. Solo le importa el pasado, se encierra en la bibliotecas, como cuando era niña e intentaba encontrar claves borradas en documentos porhibidos. La gente dice que se ha vuelto loca, pero han dicho eso de Celis desde el principio.

—Hicimos un templo, rompimos un sello, ellos nos lo dieron. No les pedimos nada. ¡Nada!

Celis intenta que Nirhgem se centre. Tiene la sensación de que seguiría diciendo lo mismo si ella no estuviera allí, ante un público que solo está en su mente.

—Barlhar está enfermo —dice Celis. El viejo Dios sonríe, se echa hacia atrás en su silla, que cruje un poco, como si fuera una columna vertebral a punto de romperse. La risa es seca, casi una tos.

«Morirá», dice. Y se balancea un poco en la silla, como si escuchara una nana solo para él: «Todos se muere».

—Quiero saber lo que pasó —dice Celis sujetándole el rostro con la mano—. ¿De dónde vino vuestra magia? ¿Quienes son los Garou?

Nirghem la aparta con la mano y se tapa el rostro. ¿Está intentando recordar? ¿Tiene miedo? Quizás se averguenza de algo.

—Los perros son orgullososos, pero los bipedos tenemos la magia. Rompimos el templo, hicimos un sello. Se fueron al mar. ¡Al mar! ¡Al mar!
—¿De dónde viene el poder? ¿De dónde viene la magia?

El tono de voz de Celis es más fiero, más obsesivo, está a punto de perder los nervios. Ha postergado este viaje hasta estar segura de que no había otra manera de saber. Hasta que la curiosidad se ha vuelto fiebre.

—Yo soy el Dios del conocimiento… Lo sé todo. Los perros, las tortugas, los lagartos. ¿Porque el cielo es…? ¿De que color es el cielo ahora? Las cosas cambian, es así.

Celis se siente derrotada. Siente la desesperación apoderarse de ella.

—¿Por qué te importa? —dice el viejo Dios y, de pronto, parece que un hilo de claridad atraviesa tu mente.
—Porque quiero saber cómo empezó todo.

Nirghem mira a Celis un segundo y sonríe.

—No hay finales, niña. No tienes de que preocuparte.
—¿Lo sabes o no? Dime solo eso.

Nirghem se encoge de hombros y mira al techo, como un niño egoísta y jugueton, saca la lengua para chasquearla intentando recuperar un porte elegante. La figura es grotesca. Se sonríe.

—No lo sé… —dice—. No lo sé todo. Los bipedos hicieron sus reuniones, eligieron a los suyos y nos hicieron el don. La magia se comparte.

Celis se quedó en silencio. Se sentía tonta. “La magia se comparte”, eso ya lo sabía. Creía haber sido la primera en descubrirlo.

—Entonces no eres un Dios. Es la última de vuestras mentiras que me quedaba por descubrir. Si no lo sabes, no eres un Dios.

Nirghem se encoje de hombros.

—Me lo prometiste —dice de pronto, como si recordara algo importante.

Celis se le queda mirando. El viejo cierra los ojos. Celis se acerca muy despacio a él. Entierra su rostro con las manos y le besa en la frente con dulzura.

—Lo prometí, es cierto dice Celis.

Nirghem siente como un relámpago atraviesa su mente. Todo se llena de tinieblas. Sucede muy rápido.

—Esto es por Xebra, por Nanna y por Gonz hijo de perra.

Celis saca el puñal del cuello de Nirghem que se desploma en el suelo como un toco de madera seco.

Tras apartarle del centro de la sala, Celis concentra su energía. Siente el poder de la magia fluir y crecer en su cuerpo. Siente la energia del espacio y el tiempo tejiéndose a su alrededor. Extiende las manos y atraviesa el tejido de la realidad. Una puerta de salida.

Celis se pregunta si el olvido tendrá un principio. Contiene la respiración y salta al agujero.

A los pocos segundos la puerta temporal se cierra. Queda el silencio en las catacumbas de la biblioteca de Ghizan.

El silencio y un dios muerto.


Comentarios

¡Sé el primero en opinar!

Deja un comentario

Recordar

Sobre Pequeño LdN



Archivo:

  • Listado de números
  • Mostrar columna

Créditos:

Un proyecto de Libro de notas

Dirección: Óscar Alarcia

Licencia Creative Commons.

Diseño del sitio: Óscar Villán

Programación: Juanjo Navarro

Mascota e ilustraciones de portada: Antonio G. de Santiago

Desarrollado con Textpattern


Contacto     Suscripción     Aviso legal


Suscripción por email:

Tu dirección de email: