En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.
El cielo está despejado de nubes y las estrellas iluminan el cielo nocturno por todo Whomba. Amanecer ía pronto y sería el día esperado para muchos. El día del cambio. El día en que los dioses se irían definitivamente de Whomba para no volver jamás.
Uno de esos dioses mir aba al cielo, sentado en un banco en el cruce entre dos carreteras secundarias. No era un lugar transitado. A decir verdad, hacía mucho que nadie pasa por allí. Mighos, el Dios del tiempo, disfrutaba del espectáculo celestial mientras esperaba.
Por una de las carreteras apareció andando otra diosa diosa. Caminaba despacio, con los pies muy pegados a la tierra, casi arrastrándose. Llevaba puesto un vestido que una vez fue blanco, pero estaba tan estropeado y tan sucio que no quedaba ni rastro de ese color original. Tenia en la cara una cicatriz enorme a la altura de la boca, casi no podía mover los labios y no tenía lengua. Conservaba algo de color en las mejillas, pero estaba tremendamente flaca. En su forma de andar había algo de orgullo, como la memoria de una antigua forma de moverse que yo no puede usar o que quedaría grotesca acompañando ese vestido y esa cara. Como la resistencia de un recuerdo a evaporarse por completo.
—Te estaba esperando, Fregha —dijo Mighos—. Es curioso que siempre llego demasiado pronto o demasiado tarde. ¿Lo has pensado? No, claro… tú no piensas en eso.
Fregha no aceleró el ritmo ni se molestó en responder. Siguió acercándose al Dios del tiempo con la misma parsimonia y se sentó a su lado en el banco.
—He traído comida. Supuse que tendrías hambre.
El orgullo de Fregha impidió que afirmara, pero sus ojos la delataron. Llevaba mucho tiempo sin comer apenas nada.
—¿Y tu velo? Bueno, supongo que ahora ya da igual. ¿Me has visto?
Mighos tenía aspecto viejo, con una larga barba.
—Hemos cambiado, Fregha.
La diosa se encogió de hombros y miró en otra dirección. Se abalanzó sobre el queso que había sacado Mighos, aunque al empezar a comerlo sintiera un dolor fuerte. Comió en silencio pedazo a pedazo y después lo acompañó con pan e incluso con una botella de vino. La comida cayó en su estómago como una novedad que sus sentidos ya ni siquiera recordaban. Pero Fregha no se sintió especialmente bien. Sabía que no necesitaba comer mucho para mantenerse con vida. De hecho, había descubierto que morir estaba empezando a resultarle casi imposible simplemente abandonándose. No era nada fácil. La comida, por tanto, no era absolutamente necesaria para su supervivencia y el comer en ese momento le había recordado que la comida solía ser un placer delicado… Aquello no era comer, era alimentarse.
Cuando hubo terminado se quedó mirando a Mighos y éste se incorporó hacia ella.
—Siento mucho que no puedas hablar. Sé que te gustaba hablar. De hecho, no sabía que vendrías así. Sabía, eso si, que vendrías. ¿Recuerdas que te lo dije?
Fregha asintió.
—Quiero hacerte una pregunta que creo que es importante —Mighos la miraba directamente a los ojos—: ¿Has venido porque te lo dije?
Fregha volvió a asentir.
—¿Crees que si no te lo hubiera dicho habrías acabado aquí de igual forma?
Fregha se puso en pie algo nerviosa. Las preguntas de Mighos la molestaban.
—No te pongas nerviosa. La pregunta es importante. Importante para mi a un nivel… si quieres, filosófico. E importante para ti por una cuestión de… libertad y supervivencia.
Fregha le miró sin comprender, pero volvió a sentarse. Murmuro algo parecido a “Sigue” y adoptó, de nuevo, la sombra de una pose orgullosa.
—Durante un tiempo pensé que yo era quién daba forma al tiempo, que no existía el tiempo sin mi. Es un pensamiento absurdo, por supuesto, los dos sabemos quién somos en realidad. No tiene objeto seguirlo ocultando. El pobre Nur, al final, tenía razón.
Fregha suspiró con fastidio.
—Siempre me he preguntado si le odias tanto por su traición o porque te rechazo.
Fregha intentó hablar, enfadada. Pero fue imposible. Emitió un balbuceo ininteligible. Se cayó en seguida, frustrada.
—Perdona, no quería ofenderte. Lo que quiero decir es que más allá de nuestros pactos, del encuentro fundador en Lorimar y de lo que pasó en el primer consejo. Es evidente que en algún momento perdimos de vista la función del poder que teníamos. Yo pensé que era el mismo tiempo… y no su representante. Tú creías ser los secretos mismos, etc. Pero ahora ha habido una guerra y Rhom está muerto, la gente ha muerto y Merher ha desaparecido. Por cierto- Mighos bebió un poco de vino- increíble lo de Merher. ¿Lo notaste? Nunca lo hubiera dicho de él. Tan pusilánime.
Celis sonrió por primera vez en mucho tiempo. Miró hacia arriba, al cielo y las estrellas. Sintió, de pronto, una sensación de vértigo a la que siguió un gesto de angustia.
—Y ahora pienso que… que quizás no somos si quiera representantes de “El tiempo” o “Los Secretos”. Que esas cosas no existen como… como nosotros. El tiempo no es más que el nombre que le damos a una cosa. Y nosotros podíamos controlar todo aquello. ¿Tú que crees?
Fregha volvió a afirmar.
—Hace mucho tiempo, Fregha, tuve una visión de una playa. En esa playa había barcos y había algunos dioses allí. Los dioses estaban abandonado Whomba. Si “El tiempo” existiera como tal y yo fuera su sirviente, entonces la visión es algo que debe suceder. Eso es lo que he estado haciendo todo éste tiempo, ayudar a que la visión suceda. A que las cosas salgan tal y como yo las vi.
Se hizo el silencio. Mighos parecía preocupado.
—Pero en esa visión no estoy yo, ¿sabes? Yo no me marcho. Yo… desaparezco en la mente de un niño. Le cuento la historia de Whomba tal y cómo la recuerdo para que él se la cuente a otros y… de alguna manera, seguir viviendo en la mente y el corazón de Whomba.
Fregha parecía interesada por ésta última información. Se acercó un poco a Mighos.
—Pero eso no son más que palabras. La verdad es que yo voy a desaparecer. Y tu no, Fregha. En mi visión tú estás ahí, en ese barco. Te vas con los demás. Y resulta que todos los demás son dioses menores. Todos ellos son menores menos tú. Y tú misma dices que no servimos al tiempo o a los secretos, que eso solo son palabras y que ni siquiera… existen. Y que por tanto sólo nos debemos a nosotros mismos. ¿Verdad?
Fregha sintió un estremecimiento. Los ojos de Mighos se estaban llenando de lágrimas.
—Entonces —siguió el Dios—, ¿por qué debería hacerle caso a mi visión? ¿Por qué tú debes salvarte y y yo tengo que abandonar mi conciencia en la mente de un mocoso? ¿Por qué?
Fregha se quedó en silencio. Los dos se quedaron mirando. Mighos estaba llorando lágrimas de color azul. Fregha le miró y le cogió la mano. Le secó las lágrimas.
—Se acabó —dijo Mighos—, ¿verdad?
Fregha suspiró un segundo y volvió a afirmar con la cabeza. Concentró su energía mágica por primera vez en mucho tiempo, sintió como si intentara extraer agua de una piedra. Pudo conectar un segundo con la mente de Mighos.
“Si nos quedamos nos matarán”- dijo- “Ya no tenemos poder”
Cuando terminó de proyectar su consciencia se sintió desfallecer de cansancio. Mighos la miró y se acercó a ella. La besó los labios muy despacio, con cuidado para no hacerla daño. Y la envolvió con sus cuerpo. Se abrazaron. Salía el sol.
—Es hora de irse —dijo Mighos.
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