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Diario de Puchi Smeath, por Marta Bao

El Diario de Puchi Smeath cuenta las aventuras de un loco explorador felino, que quiere que todo el mundo conozca sus hazañas. Es obra de Marta Bao, una niña de 9 años que gracias a las enseñanzas del Profesor Burro, ha conseguido tener a su gatita Puchi, en la que se está inspirando.

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Marta Bao | 20 julio 2013

Como ya os había contado, yo seguía tendido en la cama, con una fiebre tremenda. Aunque a decir verdad me encontraba mucho mejor. Mi padre me había preparado una infusión, que podríamos calificar, sin exagerar, como excepcional. Él me había dicho que en un par de horas, tiempo que me parecía eterno, estaría como nuevo.

De repente, llamaron a la puerta. No había nadie más en casa, así que decidí abrir para ver quién era. Miré por la ventana, y me sorprendió encontrarme tras el cristal con los inconfundibles negros ojos de Noche.

Era una tarde espantosa, no sé como él no se había puesto ninguna pieza de abrigo. Le abrí la puerta corriendo, no quería que se resfriase. Lo que me dijo a continuación me dejó aún más desconcertado.

Puchi, escucha atentamente. La bruja quiere matarte. Yo te voy a ayudar. Cuando veas una especie de rayo verde, échale encima el contenido de este frasquito y se consumirá por completo. Así vencerás a la bruja.

Le di las gracias y se fue. No sabía si hacerle caso o no; era todo muy poco creíble, pero mi amigo no solía bromear con estas cosas.

Me volví a sentar en la cama, muy confundido. Por si acaso era verdad, decidí guardar el frasquito.

Me desperté sobresaltado. Había tenido una pesadilla sobre un rayo que se abalanzaba sobre mí.

“No es verdad, todo es una broma de Noche”, me dije para tranquilizarme. Pero en el fondo estaba muy asustado y el miedo me sobrecogía.

Repentinamente, tras la ventana, apareció una luz verdosa, del color de las hojas de un árbol. Traspasó el cristal y se lanzó sobre mí.

Hice acopio de todo mi valor, cogí el frasco y se lo eché a la luz. Rápidamente, la luz se convirtió en un líquido que se solidificó hasta formar una piedra. La cogí, la guardé dentro del colgante y me lo colgué al cuello.

En algún lugar lejano, la bruja lo observaba todo desde su bola de cristal. Su cara de terror daba una pista de que sabía lo que iba a ocurrir.

Su rostro empezó a derretirse como la cera al fuego, hasta que no quedó más que unas telas oscuras tiradas en el frío suelo. Era el fin de la bruja


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