Cocinar no es un juego. Lo que hagamos aquí vamos a comérnoslo; así que mucha atención, disciplina, buen gusto y ganas de trabajar. Cada quince días una historia y una receta que podéis preparar vosotros mismos. A cocinar.
El autor de esta sección participa en Libro de Notas con una sección de cocina y otra de lengua.
Se cuenta que estas galletitas de bizcocho eran el dulce predilecto del conde de Saboya Amadeo VIII, apodado “el pacífico”. El caso es que el Sacro-Emperador Segismundo de Luxemburgo, uno de los más poderosos monarcas de aquel tiempo, hizo una visita al ciudad de Ivrea, donde Amadeo tenía su palacio, buscando en él un aliado para controlar los principados del norte de Italia.
Así que, siendo 14 de febrero de 1416, cumpleaños del emperador, Amadeo le hizo servir una enorme tarta hecha con los suaves bizcochos típicos de la región. A Segismundo, que era un goloso, le encantó la sorpresa, pero observó que el conde permanecía a su lado puesto en pie.
– Amadeo, no sabéis cuánto os agradezco este presente, pero, por Dios, sentaos a mi lado y compartid conmigo esta delicia.
– De ninguna manera, excelencia –respondió Amadeo haciéndose el digno-, pues a la mesa del emperador no debe sentarse un humilde conde.
– Cierto –dijo Segismundo, que no era tonto y las veía venir-, pero la tarta tal vez sea demasiado grande para mí solo. Decidme, Amadeo, ¿qué rango necesitaríais tener para que pueda compartirla con vos?
– Al menos debería ser duque, Majestad Imperial.
– Bien, me parece justo. Sea pues: Amadeo de Saboya y Berri, os nombro Duque de Saboya. Ahora, sentaos junto a mí y ayudadme a dar cuenta de este pastel.
Dicen que algunos no tenían claro si hablaban de política o de repostería. Lo cierto es que el de Luxemburgo, además de tarta consiguió hacerse con un buen bocado del territorio europeo, y el flamante ducado de Saboya se hizo con la primacía en el Piamonte italiano, donde, por supuesto, pronto se aficionaron a los suaves bizcochitos de Saboya.
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Personal:
– 1 ó 2 Infantiles (más de 10 años)
– 1 adulto
Ingredientes:
– 5 huevos, claras y yemas separadas
– 150 gr. de harina de repostería
– 150 gr. de azúcar
– 50 gr. de azúcar en polvo (glas, impalpable)
– 1 cucharada de mantequilla
Herramientas:
– Separador de yemas
– Batidora de alambres
– 2 cuencos hondos para batir
– Cuchara de madera o espátula de silicona
– Manga pastelera con boquilla ancha
– Bandeja de horno – (opcional) papel de horno o lámina de silicona
– Horno
Primero es preciso separar las claras de las yemas. Para esto es mejor usar unos coladores especiales, pero de cualquier forma hay que romper los huevos con mucho cuidado, pues una sola gota de yema en las claras podría arruinar todo el proceso. Es mejor que lo haga alguien que ya sepa cómo se hace.
Batimos las yemas con el azúcar, hasta que quede una mezcla homogénea de color crema. En otro cuenco aparte batimos las claras durante bastante tiempo, hasta que queden a punto de nieve firme. Hay que procurar que los alambres de la batidora lleguen al fondo para estar seguros de que no queda clara líquida alguna. Para alcanzar el punto requerido puede que haya que batir durante varios minutos, hasta que al sacar la batidora quede un espigón puntiagudo que se sostenga por sí mismo. No es tanto una cuestión de maña como de paciencia, pero está terminantemente prohibido juguetear con la batidora por aburrimiento, que además salpica en todas direcciones.
Cuando esté, incorporamos a las claras las yemas batidas con azúcar, poco a poco y revolviendo suavemente con la cuchara o espátula. Cuando estén mezcladas las yemas, seguimos pero añadiendo ahora la harina. Hay que hacerlo con delicadeza para no estropear la esponjosidad conseguida en las claras (y que será, en definitiva, la que tengan los bizcochos), así que añadiremos la harina poco a poco, cucharada a cucharada.
Al final obtendremos una masa suave, de color pálido. La dejamos reposar unos momentos mientras preparamos una bandeja de metal para horno untada ligeramente con mantequilla (también podemos utilizar papel de horno bien extendido o una lámina de silicona). De igual forma, ponemos el horno a calentar a temperatura media, unos 150ºC o poco más.
Preparamos la manga pastelera con la boquilla elegida y la llenamos con la masa (las cantidades indicadas darán para dos mangas a media carga).
Cuando estén dispuestos, con la ayuda de un colador, espolvoreamos por encima con azúcar en polvo, y los llevamos al horno, (cuidando no quemarse, claro) aproximadamente 20 minutos, procurando que queden hechos pero sin dejar que se doren (pues quedarían demasiado secos).
Mientras se hacen, es el momento para ir recogiéndolo todo y dejarlo tan limpio como estaba al comenzar.
Cuando estén fríos habrá que despegarlos, con cuidado de no romperlos. Pueden utilizarse para hacer tartas o postres como el de este enlace, pero también se pueden comer solos, mojados en leche o haciendo un sándwich con crema de chocolate y avellana.
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