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Con las cosas de comer, por Miguel A. Román

Cocinar no es un juego. Lo que hagamos aquí vamos a comérnoslo; así que mucha atención, disciplina, buen gusto y ganas de trabajar. Cada quince días una historia y una receta que podéis preparar vosotros mismos. A cocinar.
El autor de esta sección participa en Libro de Notas con una sección de cocina y otra de lengua.

Dulce como los ojos de los niños.

Miguel A. Román | 8 junio 2013

El 5 de junio fue el aniversario del nacimiento de Federico García Lorca, un poeta español cuya poesía estaba cargada de imaginación, belleza y fuerza. Federico nació en Fuente Vaqueros, un pequeño pueblo de Granada dedicado a la agricultura y donde seguramente conoció ya de niño la exquisita miel que se recoge en la vega granadina.

La Miel de Granada tiene Denominación de Origen, que es como decir que tiene alta calidad y personalidad propia, con una tradición que se remonta al menos hasta al-Ándalus, hace mil doscientos años, cuando gobernaban allí los árabes, pues los musulmanes tienen una especial devoción por la miel de abeja que es la base de sus maravillosos dulces.

Traemos hoy aquí un poema que García Lorca le dedicó a la miel, cuando tenía solo 20 años; y después una versión de una receta típica de Granada que seguramente también hizo las delicias de los árabes que allí vivieron.

EL CANTO DE LA MIEL

(Granada, Noviembre de 1918)

La miel es la palabra de Cristo,
el oro derretido de su amor.
El más allá del néctar,
la momia de la luz del paraíso.

La colmena es una estrella casta,
pozo de ámbar que alimenta el ritmo
de las abejas. Seno de los campos
tembloroso de aromas y zumbidos.

La miel es la epopeya del amor,
la materialidad de lo infinito.
Alma y sangre doliente de las flores
condensada a través de otro espíritu.

(Así la miel del hombre es la poesía
que mana de su pecho dolorido,
de un panal con la cera del recuerdo
formado por la abeja de lo íntimo)

La miel es la bucólica lejana
del pastor, la dulzaina y el olivo,
hermana de la leche y las bellotas,
reinas supremas del dorado siglo.

La miel es como el sol de la mañana,
tiene toda la gracia del estío
y la frescura vieja del otoño.
Es la hoja marchita y es el trigo.

¡Oh divino licor de la humildad,
sereno como un verso primitivo!

La armonía hecha carne tú eres,
el resumen genial de lo lírico.
En ti duerme la melancolía,
el secreto del beso y del grito.

Dulcísima. Dulce. Este es tu adjetivo.
Dulce como los vientres de las hembras.
Dulce como los ojos de los niños.
Dulce como las sombras de la noche.
Dulce como una voz. O como un lirio.

Para el que lleva la pena y la lira,
eres sol que ilumina el camino.
Equivales a todas las bellezas,
al color, a la luz, a los sonidos.

¡Oh! Divino licor de la esperanza,
donde a la perfección del equilibrio
llegan alma y materia en unidad
como en la hostia cuerpo y luz de Cristo.

Y el alma superior es de las flores,
¡Oh licor que esas almas has unido!
El que te gusta no sabe que traga
un resumen dorado del lirismo.

Federico García Lorca

Y ahora la receta del mes: Berenjenas con miel.

Necesitamos:

—Hojas o “rollo” de masa “Filo” (es una masa de harina delgada como el papel, es muy difícil de hacer en casa, pero por suerte la venden ya hecha en los supermercados, también sirve “pasta brik” que es muy parecida).
—2 Berenjenas medianas.
—Zumo de 1 limón.
— 3 cucharadas de harina, además de harina para espolvorear.
— ½ litro de leche.
—Aceite de oliva.
— Sal y un poco de romero, fresco o seco.
— Miel, si puede ser que sea “de Romero” que es blanquecina y aromática, pero la de flores, la miel dorada “normal”, también sirve.

Además:
— Un cuchillo serrado y otro de filo recto ( o un “cutter”).
— Una sartén ancha.
— Cuchara o espátula de madera o silicona.
— Un vasito con agua.
— Freidora o sartén honda con aceite. Pala o espumadera.
— Cuenco mediano.
— Fuente ancha.
— Papel de cocina o servilletas de papel.

Comenzamos:

Picamos las berenjenas en daditos pequeños que vamos poniendo en un cuenco y las rociamos con el zumo de limón (si no la carne de la berenjena se oscurece con el aire).

Ponemos en la sartén un chorrito de aceite, lo justo para que cubra el fondo, y calentamos a fuego medio un momento antes de añadir la berenjena picada. Removemos con la cuchara de madera y dejamos hasta que vaya dorando.

Importante:
La pulpa de berenjena absorbe rápidamente el aceite y la sartén queda casi seca, pero según se vaya dorando lo volverá a soltar, así que no hay por qué añadir más aceite mientras se hacen.

Cuando esté dorada añadimos algo más de aceite (si fuera necesario, que igual no), añadimos tres cucharadas llenas de harina y dos o tres pellizcos de sal. Removemos un minuto más para que la harina se dore un poquito y luego añadimos las hojuelas de romero y por último la leche. Removemos todo suavemente hasta que vaya cuajando la bechamel (que es como se llama esa salsa de harina y leche).

Una vez haya cuajado retiramos del fuego y dejamos reposar.

Esparcimos un poco de harina sobre una superficie ancha y lisa y extendemos las hojas de pasta filo. Si son hojas cuadradas, con el cuchillo liso cortamos rectángulos de unos 15 cm de ancho y el largo que tenga la masa. (Si son redondas, mejor no hacer nada, saldrán un poco más grandes).

Recuerda:
Maneja esta masa con delicadeza. Es más resistente de lo que parece, pero no la pliegues ni la estires.

Ahora, que la masa de berenjenas estará fría, tomamos porciones de esta con una cuchara y la ponemos cerca del borde de cada rectángulo que, con cuidado, vamos enrollando formando tubitos con las berenjenas como relleno. Para sellar el tubito pasamos los dedos mojados en agua por el borde y presionamos un poco. Hacemos lo mismo en los bordes de cada tubo.

Ponemos la freidora o sartén a fuego fuerte y, cuando esté caliente y con muchísimo cuidado, tomamos los tubitos de berenjena envuelta y los freímos, no más de tres o cuatro cada vez.

¡Cuidado!: los alimentos NO SE TIRAN al aceite caliente, porque salpica. Lo mejor, si es en sartén, es poner cada tubito sobre una pala o espumadera y sumergirlos en el aceite. Con la freidora hay que ponerlas en el cestillo fuera y llevarlos así al aceite.

Cuando estén dorados se sacan del aceite y los apartamos a una fuente cubierta de papel absorbente. Así vamos friendo todos los tubitos.

Al final retiramos el papel que habrá quedado aceitoso y, todavía tibios, echamos sobre ellos la miel dejando caer hilos finos desde una cucharilla. O bien diluimos unas cucharadas de miel con un poco de agua caliente y, con una brocha de cocina, los enmelamos cuidadosamente.

Ojo: no es un postre, aunque lo parezca. Se come de entrante o plato principal. Así que para compensar será bueno tener fruta fresca de postre.


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