Cocinar no es un juego. Lo que hagamos aquí vamos a comérnoslo; así que mucha atención, disciplina, buen gusto y ganas de trabajar. Cada quince días una historia y una receta que podéis preparar vosotros mismos. A cocinar.
El autor de esta sección participa en Libro de Notas con una sección de cocina y otra de lengua.
La Miel de Granada tiene Denominación de Origen, que es como decir que tiene alta calidad y personalidad propia, con una tradición que se remonta al menos hasta al-Ándalus, hace mil doscientos años, cuando gobernaban allí los árabes, pues los musulmanes tienen una especial devoción por la miel de abeja que es la base de sus maravillosos dulces.
Traemos hoy aquí un poema que García Lorca le dedicó a la miel, cuando tenía solo 20 años; y después una versión de una receta típica de Granada que seguramente también hizo las delicias de los árabes que allí vivieron.
EL CANTO DE LA MIEL
La miel es la palabra de Cristo,
el oro derretido de su amor.
El más allá del néctar,
la momia de la luz del paraíso.
La colmena es una estrella casta,
pozo de ámbar que alimenta el ritmo
de las abejas. Seno de los campos
tembloroso de aromas y zumbidos.
La miel es la epopeya del amor,
la materialidad de lo infinito.
Alma y sangre doliente de las flores
condensada a través de otro espíritu.
(Así la miel del hombre es la poesía
que mana de su pecho dolorido,
de un panal con la cera del recuerdo
formado por la abeja de lo íntimo)
La miel es como el sol de la mañana,
tiene toda la gracia del estío
y la frescura vieja del otoño.
Es la hoja marchita y es el trigo.
¡Oh divino licor de la humildad,
sereno como un verso primitivo!
La armonía hecha carne tú eres,
el resumen genial de lo lírico.
En ti duerme la melancolía,
el secreto del beso y del grito.
Para el que lleva la pena y la lira,
eres sol que ilumina el camino.
Equivales a todas las bellezas,
al color, a la luz, a los sonidos.
¡Oh! Divino licor de la esperanza,
donde a la perfección del equilibrio
llegan alma y materia en unidad
como en la hostia cuerpo y luz de Cristo.
Y el alma superior es de las flores,
¡Oh licor que esas almas has unido!
El que te gusta no sabe que traga
un resumen dorado del lirismo.
Federico García Lorca
Y ahora la receta del mes: Berenjenas con miel.
Necesitamos:
Además:
— Un cuchillo serrado y otro de filo recto ( o un “cutter”).
— Una sartén ancha.
— Cuchara o espátula de madera o silicona.
— Un vasito con agua.
— Freidora o sartén honda con aceite. Pala o espumadera.
— Cuenco mediano.
— Fuente ancha.
— Papel de cocina o servilletas de papel.
Comenzamos:
Picamos las berenjenas en daditos pequeños que vamos poniendo en un cuenco y las rociamos con el zumo de limón (si no la carne de la berenjena se oscurece con el aire).
Ponemos en la sartén un chorrito de aceite, lo justo para que cubra el fondo, y calentamos a fuego medio un momento antes de añadir la berenjena picada. Removemos con la cuchara de madera y dejamos hasta que vaya dorando.
Cuando esté dorada añadimos algo más de aceite (si fuera necesario, que igual no), añadimos tres cucharadas llenas de harina y dos o tres pellizcos de sal. Removemos un minuto más para que la harina se dore un poquito y luego añadimos las hojuelas de romero y por último la leche. Removemos todo suavemente hasta que vaya cuajando la bechamel (que es como se llama esa salsa de harina y leche).
Una vez haya cuajado retiramos del fuego y dejamos reposar.
Esparcimos un poco de harina sobre una superficie ancha y lisa y extendemos las hojas de pasta filo. Si son hojas cuadradas, con el cuchillo liso cortamos rectángulos de unos 15 cm de ancho y el largo que tenga la masa. (Si son redondas, mejor no hacer nada, saldrán un poco más grandes).Ahora, que la masa de berenjenas estará fría, tomamos porciones de esta con una cuchara y la ponemos cerca del borde de cada rectángulo que, con cuidado, vamos enrollando formando tubitos con las berenjenas como relleno. Para sellar el tubito pasamos los dedos mojados en agua por el borde y presionamos un poco. Hacemos lo mismo en los bordes de cada tubo.
Ponemos la freidora o sartén a fuego fuerte y, cuando esté caliente y con muchísimo cuidado, tomamos los tubitos de berenjena envuelta y los freímos, no más de tres o cuatro cada vez.
Cuando estén dorados se sacan del aceite y los apartamos a una fuente cubierta de papel absorbente. Así vamos friendo todos los tubitos.
Al final retiramos el papel que habrá quedado aceitoso y, todavía tibios, echamos sobre ellos la miel dejando caer hilos finos desde una cucharilla. O bien diluimos unas cucharadas de miel con un poco de agua caliente y, con una brocha de cocina, los enmelamos cuidadosamente.
Ojo: no es un postre, aunque lo parezca. Se come de entrante o plato principal. Así que para compensar será bueno tener fruta fresca de postre.
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