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Con las cosas de comer, por Miguel A. Román

Cocinar no es un juego. Lo que hagamos aquí vamos a comérnoslo; así que mucha atención, disciplina, buen gusto y ganas de trabajar. Cada quince días una historia y una receta que podéis preparar vosotros mismos. A cocinar.
El autor de esta sección participa en Libro de Notas con una sección de cocina y otra de lengua.

Chorizos secretos

Miguel A. Román | 6 octubre 2012

Cuentan que Zenón de Somodevilla, Marqués de la Ensenada y ministro de Felipe IV, estaba revisando las cuentas de los barcos que debían zarpar de Cádiz para América y notó que entre los víveres se incluían grandes cantidades de chorizos extremeños. Preguntado el intendente por la causa de esto, le respondió:
– Dicen los marineros que comer chorizo les protege del escorbuto.
– ¡Ahí va! –respondió el marqués- Si eso es cierto, la receta de esos chorizos debería ser secreto de estado.

Y es que el escorbuto era la enfermedad más temida por los marineros de aquella época, pero la causa era desconocida y solo se sabía que se evitaba comiendo determinados alimentos, especialmente fruta fresca, algo muy difícil en largas travesías cuando no había neveras. Fue un científico húngaro, el doctor Szent-Györgyi, quien descubrió, ya en el siglo XX, que el escorbuto era la falta de vitamina C, una substancia que él mismo encontró en la paprika, que es como llaman en Hungría al pimentón (también llamado ají molido, en América), uno de los alimentos más ricos en esta vitamina (¡mucho más concentrado que en las naranjas!).

Así que lo que libraba a los marinos españoles de la enfermedad, poniéndoles en ventaja frente a piratas y barcos enemigos, era el pimentón que llevan los chorizos. En aquella época, solo en Extremadura le ponían pimentón al chorizo (en otros sitios se ahumaban), pero tal vez por esta fama de saludable, tal vez por su buen sabor o por su apetitoso aspecto (los ahumados quedaban secos y negros) pronto casi todos los chorizos se elaboraron con pimentón.

Sobre si la receta llegó a ser secreto militar, no se sabe nada, pero lo que sí es cierto es que solo en España, Portugal e Iberoamérica le ponen pimentón a los embutidos (bueno, también en Hungría hay unas salchichas con paprika).





Historia curiosa también es la de los chorizos de Candelario, un pueblo de Castilla-León.

Cuentan que estaba Carlos IV por la provincia de Ávila cazando jabalíes. Andando tras la presa se le hizo la hora de comer muy lejos del lugar donde se había preparado la comida. Carlos IV, que era un glotón, gordo e insaciable, comenzó a gritar a sus sirvientes, llamándoles inútiles y diciendo que tenía hambre y que le buscaran pronto algo para comer.
Y, por casualidad, apareció en aquel momento por el camino un hombre alto y flaco, con unas alforjas al hombro.
– ¡Buen hombre! ¿No tendrá usted algo de comer?
– Chorizos llevo, señor, que ando desde Candelario a venderlos en el mercado de la ciudad.
El rey, que escuchó “chorizos”, no se lo pensó dos veces.
– Venga usted acá, que yo le he de comprar sus chorizos si son buenos.
– Señor, los chorizos de Tío Rico, que así me llaman, son los mejores del reino. Pruebe usted. – y con un cuchillo cortó unas rodajas del embutido que el rey engulló con ansia y deleite.

De hecho, se dice que se comió una cuerda entera de chorizos él solo, y algunos más los de su séquito que también los alabaron. Tan satisfechos quedaron que no solo se los pagaron bien, sino que Tío Rico fue nombrado proveedor de chorizos de la Casa Real.

Fuera o no de esta forma, lo cierto es que Tío Rico fue retratado por el pintor Ramón Bayeu, y hoy nos muestra sus alforjas y chorizos desde las paredes del Museo de El Prado y El Escorial, lo que no es poco honor para un fabricante de chorizos.





La receta más fácil con chorizos es, por supuesto, como los comía Carlos IV: en rodajas y con pan. O bien en bocadillo: simple y delicioso. Pero bueno, vamos a intentar hacer algo más elaborado.

Se llama chorizos “a la sidra” y es un plato muy típico de Asturias y Euskadi.

Necesitaremos:
– Chorizos, no muy gruesos (unos 3 cm de diámetro). Deben ser muy tiernos, nada de chorizos curados, pero si es picante o no, ahumado o no, es a vuestro gusto.
– 1 botella de sidra natural de manzana. No “sidra navideña” (espumosa), sino una sidra artesanal, típica del norte de España, pero que también podéis encontrar en algunos supermercados o tiendas de vinos. (Es ligeramente alcohólica, pero al cocinarla perderá todo el alcohol).
– Una cazuela de metal no muy grande o sartén honda (es más “típico” una cazuela de barro, pero es difícil de manejar, así que podemos prescindir de ella o, si la tenemos, usarla solo para servir).

Procedamos:
Ponemos los chorizos, enteros, en la cazuela (si son muy largos, cortados en trozos que quepan) y añadimos la sidra hasta cubrirlos.

Ponemos fuego medio y cocinamos, contando 15 o 20 minutos desde que empiece a hervir. Deben quedar muy tiernos, es decir, que si los pinchamos con un tenedor se desprende fácilmente. Podemos comprobar cómo la grasa del chorizo y el pimentón se van disolviendo en la sidra y la van volviendo roja. Ojo: si el fuego está muy fuerte la sidra se evaporará muy rápido; en este caso añadir un chorrito más.

Cuando estén bien tiernos, apagamos el fuego y… ya está. Podemos dejar que se enfríen un poco y cortarlos en rodajas antes de ponerlos en un plato o una cazuelita de barro para que luzcan más.




Seguro que en el pueblo o comarca donde vivís hacen un tipo de chorizos distintos a los demás. Contadme ¿cómo son los chorizos de vuestro pueblo?


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