Cocinar no es un juego. Lo que hagamos aquí vamos a comérnoslo; así que mucha atención, disciplina, buen gusto y ganas de trabajar. Cada quince días una historia y una receta que podéis preparar vosotros mismos. A cocinar.
El autor de esta sección participa en Libro de Notas con una sección de cocina y otra de lengua.
Aclaremos primero una cosa: “sopa” significaba “pan mojado” (podéis comprobarlo en vuestro diccionario), aunque hoy, en español, se use principalmente para referirse solo al caldo líquido, contenga o no pan.
Siena es una ciudad italiana preciosa, pues el centro de la ciudad se conserva casi exactamente como era hace siglos, en la época llamada “Renacimiento”, con estrechas calles de piedra y casas antiguas. No pasan coches, no hay letreros luminosos ni cables de electricidad o teléfono colgando por todas partes. ¡Ni siquiera se ven antenas de televisión!
Pues en aquellos años del Renacimiento, concretamente en 1555, los españoles estaban en guerra contra los italianos… bueno, en realidad eran los italianos que pertenecían a España contra los italianos que pertenecían a Francia… un lío. A lo que vamos.
El caso es que las tropas de Florencia, aliada de España, mantenían un asedio a la ciudad de Siena, aliada de Francia. En un asedio se intenta rodear una ciudad y esperar a que se rindan por falta de alimentos, pero tiene el inconveniente de que las tropas están allí detenidas todo el tiempo que dura el asedio, sin hacer otra cosa. Y en este caso esta situación ya estaba durando demasiado tiempo: un año y medio rodeando Siena, sin que los sieneses rindieran la plaza.
Impaciente. el Gran Duque de Florencia, Cosme de Medici, envió a dos de sus capitanes a la ciudad para pedir una vez más la rendición, pero con el encargo de que espiaran en qué situación se encontraba la población. Y esta, en realidad, era desesperada: de 40.000 habitantes que hubo solo resistían unos 6.000, el resto había huido, y los víveres almacenados solo permitirían resistir unos pocos días.Mas el gobernador de Siena no estaba dispuesto a dejarse intimidar y, previendo las intenciones de los militares, ordenó a su personal de cocina que prepararan un agasajo ostentoso para aquellos espías. Pero la despensa estaba casi vacía, sólo quedaba una especie de bizcocho seco (que llamaban “pan de España”) y una botella de aguardiente dulce; raspando restos de los sacos se pudo conseguir un cuenco de harina y otro de azúcar, y de la única granja que quedaba llegaron unos pocos huevos y leche. Así que el cocinero jefe hubo de improvisar su receta con tan escasos ingredientes.
Los capitanes quedaron impresionados por aquel dulce exquisito, suave y nutritivo y cuando regresaron al campamento le informaron al Gran Duque de que no merecía la pena continuar con el asedio: los sieneses aún comían opíparamente.
Al final, si es cierta esta historia, el Duque Cosme de Medici no cayó en la trampa y a las pocas semanas Siena se rendía al ejército toscano. Quedó, eso sí, la receta en la memoria del pueblo, y, en siglos sucesivos, cuando un Duque de Toscana visitaba Siena, siempre se le ofrecía… ¡la zuppa dil duca! (la sopa del duque).
Bueno, no la vamos a preparar con aguardiente; en la receta original (para adultos) se usa Alchermes, un licor elaborado con alcohol, azúcar, canela y otros ingredientes. Pero hoy haremos una versión sin alcohol apta para los pequeños.
Personal:
– Uno o dos benjamines (a partir de 6 años)
– Un adulto
Material:
– 1 fuente (de horno) cuadrada
– 1 bol hondo
– 1 cuchara de madera o utensilio para remover
– 1 cazo (cacerola alta para leche)
– Batidora o brazo batidor
– 1 colador
– 1 plato hondo, 1 tenedor (para batir huevos)
– 1 cuchara (o, mejor, una espátula)
Empezamos:
Entibiamos el agua (1 minuto en microondas) y disolvemos en ella dos cucharadas soperas de miel, removiendo hasta que esté bien disuelta.
Mientras se enfría preparamos una “crema pastelera” ligera:
Calentamos la leche con la canela, la vainilla y el azúcar, removiendo lentamente hasta que hierva; entonces bajamos el fuego al mínimo y dejamos que hierva un minuto para que tome el sabor de las especias.
(Recordad: la canela es la corteza de un arbusto, que al dejarla secar se queda enrollada. No se come, pero deja un aroma muy dulzón.)
Cuidado:Quitamos la leche del fuego y, con un colador o un tenedor, retiramos la canela y la vainilla. Ponemos la harina en el vaso de batidora y echamos la mitad de la leche caliente encima, y batimos para disolver la harina lo mejor que podamos (esto mejor que lo haga la persona adulta, pero un niño o niña puede hacerlo si ya sabe manejar el electrodoméstico).
Batimos los huevos y los añadimos a la leche que quede en el cazo, removiendo sin parar. Ojo: hay que esperar a que la leche se enfríe un poco porque si no los huevos cuajarían con el calor. Añadimos también la mezcla de leche y harina que hay en la batidora y volvemos todo al fuego, suave, removiendo lentamente hasta que notamos que empieza a espesarse. Retiramos la crema del fuego.
Ponemos la fuente sobre un paño, para que no resbale.
Ahora viene la parte divertida: se trata de coger las galletas, de una en una, mojarlas en el jarabe de miel (mojas y cuentas hasta tres, despacio, que empape pero que no se deshaga) e ir poniéndolas en la fuente de horno repartidas por el fondo. Cuando hayamos cubierto el fondo, echamos un chorro de crema por encima y alisamos con espátula o el reverso de una cuchara de sopa.Repetimos la operación añadiendo otra capa de galletas mojadas y otra de crema, y probablemente nos dé para una capa más, para cubrirlo al final todo con la crema sobrante. (Nota: las cantidades indicadas dan para 3 capas de 10 galletas).
Por último espolvoreamos con el cacao en polvo y lo dejamos en la nevera para que se enfríe un poco. (Truco: para espolvorear de forma que quede uniforme y bien repartido se pone el cacao en un colador de malla, bien seco, y dando golpecitos suaves el cacao “lloverá” sobre la superficie de la “zuppa”).
No hemos terminado todavía: hay que recogerlo todo y fregar los utensilios (y rebañar con un dedo la crema pastelera que haya quedado en el cazo antes de fregarlo).
¡Y hoy, de postre, “sopa”!
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