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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento cuadragésimo tercero: "Palabras" (Parte 6 de 17)

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 19 marzo 2011

Amanecía en el campamento que rodeaba Gulf. Los miembros de la guarnición de Loona que estaban de guardia se restregaban los ojos y paladeaban el momento de irse a dormir tras una noche de guardia. Otra más. Una noche más esperando el relevo, noticias. Una noche más de silencio.

El campamento se había ido descuidando día tras día. Los negociadores y los soldados reclutados habían dejado de lavarse, habían dejado que les crecieran barbas, habían perdido la compostura. Las borracheras eran más habituales que antes, los superiores miraban para otro lado. El tiempo pasaba y el sentido de la misión se iba disolviendo. Pero las guardias se mantenían.

Mientras tanto, en Gulf no pasaba nada. Nadie entraba y salía. Hacia ya un buen tiempo desde que Loona había matado al lobo y no había reacción. Lo único que les hacía mantener la paciencia era la paga semanal y la promesa de mayores riquezas futuras, cuando cayera Gulf.

Solo Loona parecía tranquila. Ya no se la escuchaba gritar en la noche, ni humillar a los soldados. Se paseaba en silencio entre sus tropas, con el pelo blanco al viento, completamente concentrada. Estaba segura de su victoria: solo era cuestión de tiempo.

Entre la bruma de la mañana apareció una figura. Primero casi fantasmal y luego más y más física hasta distinguirse perfectamente a un niño de unos 12 años, caminando por el valle. Los guardias que lo vieron no dieron la voz de alarma, pero si le gritaron que se parara de inmediato. El niño no se detuvo. Levantaron sus rifles, nerviosos. Pensando que era una trampa, pensado que estaban rodeados. El niño levantó las manos en señal de Paz. Volvieron a gritar que se detuviera. Lo hizo.

Uno de los guardias se adelantó, protegido en la retaguardia por un compañero. Paso a paso, se fue acercando hasta el niño, que permanecía inmóvil y tranquilo. Levantó su arma en dirección al muchacho.

―¿¿Qué es lo que quieres?―¿ dijo.

El chico, muy tranquilo, le mostró un sobre de color blanco.

―¿¿Qué es eso?―¿ dijo de nuevo el guardia.
―¿Es una carta―¿ contestó el muchacho―¿ Se la tengo que entregar a Loona.

El soldado agarró el arma con más fuerza y se adelantó un paso.

―¿Dámela.
―Solo se la daré a Loona― dijo el chico.

El soldado amartilló su arma y apuntó a la cabeza del chico.

―¿Dámela o será peor.

El muchacho se dio la vuelta y señaló un punto indeterminado en dirección a Gulf.

―¿¿Sabes el arma con el que Loona mató a Morg? Pues nosotros tenemos una igual.

El guardia tragó saliva y acarició el gatillo.

―¿Loona se la regaló a Brutha hace años. Y ahora mismo esa escopeta te está apuntando a la cabeza. Una sola bala que no puede fallar.

El guardia miró un segundo hacia atrás, hacia su compañero, que lo había oído todo. A pesar del frío de la mañana, estaba sudando.

―¿Solo se la entregaré a Loona, luego me marcharé por dónde he venido―¿ La voz del chico sonaba firme y tranquila- Y bien, ¿a qué esperas?

Loona caminaba en dirección al muchacho. La acompañaban los dos guardias que lo habían encontrado y otros miembros de la guarnición, incluido Gerlem, que flanqueaba a Loona. Cuando llegaron hasta el chico se lo encontraron sentado en el suelo, jugando con unas piedras con aspecto inofensivo, le estaban apuntando cinco guardias.

―¿Me han dicho que tienes algo para mi-―¿dijo Loona extendiendo la mano.
―¿¿Eres Loona?―¿ dijo el muchacho.

Los soldados se rieron, pero un gesto de Gerlem les hizo callar de inmediato.

―¿Lo soy. Loona, la Negociadora. ¿Quién eres tú?

El chico se encogió de hombros.

―¿Un mensajero.

Volvió a sacar el sobre y se lo entregó.

―¿Si ahora intentáis matarme, una bala igual a la que mató a Morg os atravesará el corazón.

Loona le sonrió.

―¿No, no lo hará. Vete.

El chico, con total tranquilidad se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos. Todo el mundo estaba mirando a Loona, que simplemente dejó que el chico se fuera. Después, dio la vuelta sobre sus talones y volvió de regreso a su tienda. Por el camino crecía un murmullo de inquietud, ¿acaso no pensaba abrir la carta? No lo haría en su presencia.

Loona entró en la tienda y, con cierto nerviosismo, abrió el sobre. En el interior había una carta escrita a mano. La leyó. Cuando hubo terminado se quedó de pié, en silencio. Luego se sentó. Pasó otro rato así, sentada sin decir nada, sin moverse, sin hablar con nadie. Se llevó las manos a la cara y se secó algunas lágrimas que se habían formado en sus ojos sin que ella se diera cuenta.

Se miró la manos, tan viejas, tan llenas de arrugas, tan aparentemente frágiles y sin embargo…

Se puso en pie y cogió su espada.

―¿¡Gerlem!―¿ dijo.

El soldado apareció de inmediato.

―¿Si, ¿Mi señora?
―¿Has sido relevado de tu puesto, puedes retirarte.

Gerlem se la quedó mirando sin llegar a comprender sus palabras.

―¿Sois libres de hacer lo que queráis, todos vosotros- dijo Loona―¿ me voy a casa.
―¿Pero… Mi señora.
―¿Ya no soy tu señora, no soy señora de nadie. Desmantelar el campamento e iros.

Loona salió de la tienda. Había más guardias a su alrededor.

―¿Pero, señora… No comprendo.
―¿Eres libre. Estáis liberados―¿ Loona miró a su alrededor y levantó la voz―¿ ¡Sois libres¡ ¡Todos vosotros! Ya no me servís a mi y no servís a los dioses. Se acabó.

Se hizo el silencio. Nadie parecía saber que era lo que debían hacer. Sin embargo, alguno de los soldados no pensaban marcharse así como así.

―¿¿Que hay de las riquezas prometidas?

Loona se dió la vuelta y miró al soldado en cuestión.

―¿Bajar a cogerlas, están en Gulf. Pero os advierto que son más y la mayoría moriréis.

Otro soldado se acercó a Loona y la agarró del brazo.

―¿¡Queremos nuestro dinero¡

Loona le apartó de un manotazo y siguió avanzando entre ellos, hacia la salida del campamento. El soldado, un negociador joven de pelo moreno, volvió a agarrarla, frustrado. Loona se revolvió y la partió dos dedos. Acto seguido hizo un arco con su espada y se la puso en el cuello.

―¿Cualquiera que intenté impedir que me vaya, morirá.

Otros dos se abalanzaron sobre ella. Loona flexionó las piernas y se apartó cuando el primero envistió. El segundo se encontró con un puñal salido de la nada clavado en su garganta. Con la mano que aún llevaba la espada, Loona atravesó las costillas del que la había atacado primero. Tres movimientos, dos patadas y al suelo. Apuntó de nuevo al resto de soldados.

-No estoy bromeando.

Gerlem vió como se daba la vuelta y se alejaba, caminando con un puñal en una mano y una espada en la otra. Sin ningún miedo, como si ninguno de ellos le importara. Había entregado su vida por aquella mujer que ahora les abandonaba. Sacó su espada y cargó contra ella. Loona, le escuchó venir y se dio la vuelta justo a tiempo. Paró un golpe, dos, tres.

―¿Gerlem, no quiero matarte. No me hagas ésto.
―¿¡No puedes abandonarnos¡

Gerlem fue a asestar un golpe fatal describiendo un arco de arriba a abajo. De pronto, sintió frío. Loona se había apartado y había clavado su espada por debajo del corazón del soldado. Se miraron un segundo a los ojos. Loona le miró con una mezcla de tristeza y compasión. Gerlem fue a decir algo, pero una burbuja de sangre le estalló en la boca. Cuando golpeó contra el suelo ya estaba muerto.

Loona levantó la vista. Otros negociadores se acercaban a por ella, chicos y chicas a los que había entrenado desde que eran niños, llenos de hambre y odio, vacíos. Agarró el arma con fuerza: “No es así como yo muerto”―¿ Se dijo.

Al atardecer, una figura atravesaba las montañas en dirección a Gulf. Era un hombre flaco, con barba tupida y fuerte, que caminaba apoyándose en un enorme palo. No parecía herido, pero si cansado. Se sorprendió al ver que el campamento de la guarnición de Loona estaba abandonado, que a su alrededor había decenas de cadáveres de soldados muertos y un rastro de sangre que huía del lugar en dirección contraria a la suya.

La mujer que huía era Loona. El hombre que llegaba era Thogos.


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