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El Intercambio Celestial de Whomba, por Guillermo Zapata y Mario Trigo

En el País de Whomba los dioses sirven a los hombres, a cambio de que estos crean en ellos. Cada semana conoceremos un poco más de este mundo y aquellos que se encargan de mediar entre los habitantes de Whomba y los dioses, los encargados de llevar a cabo el “Intercambio Celestial de Whomba”. El autor edita la bitácora Casiopea. Las ilustraciones son de Mario Trigo.

Cuento trigesimo sexto: "Teatro de operaciones"

Guillermo Zapata y Mario Trigo | 4 diciembre 2010



—En el pasado, supe que vendrías hoy aquí a saber lo que había sucedido. Soy Nansi, la espada que separa

Barlhar contuvo la respiración. Se giró en dirección a la voz, que había hablado detrás de él. De la oscuridad del despacho de Rhom, apareció Nansi. A Barlhar le pareció una criatura enorme, mucho más grande que el, aunque visto de forma objetiva, no le sacaba mucho más de una cabeza. Llevaba en las manos un cuchillo ceremonial y tenía la marca de Merher en la frente. Se movía despacio, como si flotara.

Barlhar supo nada más verle que si se enfrentaba de alguna forma a esa criatura moriría y que había muy pocas cosas que podía hacer para sobrevivir. Sin embargo, supo también, pues para eso era el Dios del conocimiento, que no estaba todo perdido. Levantó las manos en señal de paz y se dirigió a Nansi.

―Hay algo que yo sé y tu no sabes. Algo que es importante ―dijo con toda la serenidad que pudo reunir―. Si me matas, nunca lo sabrás.

Nansi siguió avanzando hacia el.

―Soy Nansi, soy hijo de dioses y muerte de dioses. Soy hermano de las moscas, no necesito saber.

Nansi empuñó el filo con mas firmeza y lo dirigió al cuerpo de Barlhar.

―Yo soy un dios y los dioses no podemos morir, Nansi. Y sin embargo, Nur, Rhom y otros han caído bajo tu filo y… si no me escuchas, tú puedes caer también.
—¿Por qué? ―dijo Nansi sin dejar de avanzar.
—Porque nada es para siempre ―dijo Barlhar.

Después cerró los ojos y se preparó para morir. Pensó en los dioses que aún quedaban con vida y pensó en su madre. Dedicó un último segundo de su tiempo en Whomba para recordar una puerta con su sello y a quién se encontraba tras esa puerta. Incluso en esa situación, el recuerdo le hizo temblar de miedo. Luego pensó que no era justa una muerte así…

Pero no sucedió nada.

Barlhar volvió a abrir los ojos y vio a Nansi muy cerca de él. Sus ojos negros, desapasionados, mirándole fijamente.

―Habla ―dijo Nansi sin cambiar la inflexión de la voz.
—¿Como sé que si te cuento lo que sé no me matarás después? ―dijo Barlhar tras pestañear un par de veces.
—No lo sabes, respondió Nansi.
—¿Cómo sabes entonces, que no voy a mentirte?

Barlhar contuvo de nuevo la respiración. Sabía que una negociación en ese momento era casi suicida, que plantear si quiera la posibilidad de un engaño contra Nansi era casi una despedida definitiva… Pero no había otra opción.

―No lo sé ―respondió Nansi.
—Te propongo algo ―Barlhar se alejó un paso diminuto del puñal de Nansi, solo para comprobar si le dejaba moverse―. Pospón mi muerte. De los dioses que vas a matar, permíteme ser el último. Mátame cuando aquello que debo decirte no te sea útil o cuando compruebes si miento. Mientras tanto, me quedaré a tu lado y te serviré.

Nansi movió el puñal hacia atrás un segundo.

―Tener todo el poder no sirve de nada, si no se tienen súbditos. Disponer de la vida y la muerte no sirve de nada si no hay nadie a quién permitir vivir o morir. Y yo prefiero ser cola de León, que cabeza de ratón.

Nansí sonrió mirando a Barlhar. Un rasgo de humanidad atravesó su rostro durante un segundo. Barlhar se tranquilizó en ese mismo momento. Nansi sentía. El arma deseaba. Si deseaba, podía temer.

―Los dioses estamos muriendo ―dijo sin esperar a que Nansi le concediera la vida de palabra―, por dos motivos. Uno, el evidente, es que tú nos estás matando. El segundo, no tan evidente, es que los habitantes de Whomba están dejando de creer en nosotros. Como no creen en nosotros, como han dejado de venerarnos, tú nos puedes matar.

Nansi no dijo nada, se limitó a bajar la punta del cuchillo y dejarla apuntando al suelo.

—No bastan con el poder, necesitas que en Whomba se te venere.
—Se me venerará ―dijo Nansi―. Soy Nansi. Mis padres fueron los dioses de la vida y la muerte. En Whomba me temerán.

Esa era la palabra que Barlahar estaba esperando.

—El temor, Nansi, es pasajero. Muchos hombres y mujeres de Whomba lo sienten y los sentirán aún más, pero siempre habrá quién se resista, siempre habrá quién convierte ese miedo en furia, siempre habrá quién, podrido de miedo, desespere y se vuelva contra ti. Si quieres que Whomba esté contigo, si los quieres a tu lado… debes hacer que te amen.

Nansi deambuló por la sala, de pronto parecía un niño pequeño, casi una mascota

—Yo no sé hacer eso. Yo soy la Espada y el poder. Soy la sangre. No me amarán. Me temerán ―dijo Nansi.
—Nansi, las palabras son solo recipientes de las cosas. Hay muchas cosas que podemos meter dentro de la palabra “Amor”. Miedo puede ser una de ellas. Basta con demostrarles que tus actos los guiía el deseo de que ser amado, el deseo de paz, el deseo de orden. Ellos entenderán que haces las cosas que haces, porque les quieres.

Nansi se giró hacia Barlhar y volvió a sonréir.

—¿Hare las mismas cosas, pero las llamaré con otros nombre?.

Barlhar rió. Primero despacio, luego más fuerte. Cada vez más fuerte.

—Primero mataras a los dioses para proteger Whomba…
—¿Y luego?
—Luego acabarás con los brujos de Gulf…
—Y después te mataré a ti, Barlhar, dios del conocimiento.
—Cuando todo el poder y la gloria sean tuyos. Cuando mi palabra no sea necesaria. Cuando Whomba te ame. Hasta entonces, yo seré tu siervo.

Pero Barlhar estaba mucho más tranquilo. Había convertido esa ciega máquina de matar en casi una persona y lo había hecho tan solo contándole algunas de las muchas cosas que sabía. Volvió a pensar en el resto de los dioses, en la puerta con su sello y en su madre. Y sonrió.

—Si queremos que tu plan salga bien ―dijo Barlhar―, hay algo que debemos hacer antes.
—¿El qué? ―dijo Nansi.
—Hay que matar a otro Dios.

Hacia tiempo que Zenihd no se entretenía en aventuras locas, engaños superficiales y juegos superfluos. Se sentía viejo, viejo de victoria. ¿Acaso no era la mentira la madre que amamantaba Whomba cada mañana? ¿No era eso una gran batalla ganada? Si lo era, no parecía más que otra de las verdades que campan a sus anchas por el mundo. ¿Y sí sus mentiras eran verdades? ¿Que mentiras tenía que contar ahora? ¿Había que rebelar la verdad detrás de esas mentiras? Si eso era lo que había que hacer, él no era la persona adecuada para hacerlo.

Estaba, como casi siempre, en el escenario de su teatro infinito ensayando una vieja obra escrita por el mismo hacía ya mucho tiempo. Llevaba por título “MAGIA” y contaba bastantes mentiras que, tiempo después, se habían vuelto enormes verdades. Era una historia de guerras y enfrentamiento entre los “distintos”. Había palabras que se habían borrado de la memoria de Whomba. La palabra “Garou”, por ejemplo. Pero era una vieja obra y no podía representarla de nuevo.

Y no se le ocurría nada más.

—No se te ocurre nada más ―dijo uno voz tras él―, porque estás dejando de ser un dios, Zenihd. El Dios de las mentiras están abandonado su feudo.

Zenihd se dió la vuelta y vió a dos figuras entre bambalinas.

—¿Quién sois? ―dijo.

—Somos dos sombras, nada más. Dos actores esperando a salir a escena. Memorizando nuestras frases para decirlas bien.
—¿Tú voz…? ―Zenihd la reconoció―. No eres más que Barlhar, el hijo de Fregha. Me has asustado, niño. ¿Quien te acompaña?

Barlhar dió dos pasos al frente y entró en el escenario.

—¡Soy el dios del conocimiento¡ ―gritó.
—Bueno, si, si. No te pongas así. También eres el hijo de tu madre.

Barlhar apretó los puños.

—¿Quién te acompaña?

Rojo de ira, Barlhar miró a Zenihd a los ojos: “La muerte”- le dijo.

Nansi apareció de entre las sombras. Zenihd lo vió y levantó la mano señalándolo, aterrorizado. Notó como el corazón se le encogía, como si un puño negro le agarrara las arterías y se las retorciera. El dolor atravesó todo su cuerpo y supo que iba a morir.

—Soy Nansi. Soy el salvador de Whomba, soy el que va acabar con vuestro mal y con vuestra codicia. Soy la luz que ilumina poniente.

Zenihd cayó al suelo y su mascara cayó a su lado. Estaba sonriendo. Sus últimos pensamientos fueron alegres: “Mentiras nuevas”- pensó.

Berlhar le escupió en la cara, aún nervioso.

—Así aprenderás a tener respeto. Y ahora que estás muerto, no eres el único que puede sentarse delante de un grupo de dioses y mentir como si nada significara nada. Ahora, Nansi, estamos listos. Tú debes ocultarte durante un tiempo, prepararte para tu salida…
―¿Y tú que harás? ―dijo Nansi.
―Tengo que organizar el último consejo de los dioses. Tengo que mentir.


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