Pequeño LdN


Con las cosas de comer, por Miguel A. Román

Cocinar no es un juego. Lo que hagamos aquí vamos a comérnoslo; así que mucha atención, disciplina, buen gusto y ganas de trabajar. Cada quince días una historia y una receta que podéis preparar vosotros mismos. A cocinar.
El autor de esta sección participa en Libro de Notas con una sección de cocina y otra de lengua.

Leyenda gomera

Miguel A. Román | 2 abril 2011

Os cuento una leyenda (¿o una historia?) que se tiene lugar en una pequeña isla de Canarias: La Gomera.

Mira Gara:

El mar.

Mostrando sus enaguas de encaje al besar tu isla, la vieja Gumara.

Y, tras el mar, aquella otra isla. Como cada mañana, como cada tarde, la silueta de Achinech, la picuda, la que se alza al cielo más alta que las más altas nubes.

Y en aquella isla está él.

Él.

¡Jonay!

Ay, princesa Gara, belleza de Agulo, que aún sueñas con él. Y ves su rostro, y tus ojos bañándose en sus ojos, y tus lágrimas que caen al suelo, como las gotas que la niebla deja en el bosque.

Era Agosto, era el Beñesmen de Agosto, la fiesta de la cosecha, cuando Jonay llegó desde la otra isla. El hijo del Mencey, el príncipe de Abona. Casi se diría que arribó antes a tu corazón que a las playas de Gumara.

Le llevaste tras de ti, arriba, hasta Epina, donde los siete chorros mágicos, y bebisteis de uno en uno, hasta el séptimo, el de las brujas, el que ata los corazones.

Y os perdisteis, jóvenes enamorados, paseando descalzos sobre la alfombra no muerta no viva de la laurisilva, en silencio, sin más sonido que el rumor del tejo, del loro, del viñátigo y del acebuche, sin palabra alguna salvo los gritos mudos de vuestras miradas


Mira Gara:

El mar.

Y, tras el mar, la cumbre plateada. Cruel Echeyde, ¿por qué rugió el demonio? ¿Qué ganaba el viejo volcán escupiendo fuego y atemorizando a los nobles guanches? Pero se impuso el miedo al diablo del monte que parecía regocijarse maldiciendo vuestra unión y el amor recién nacido quedó vetado por un Tagoror supersticioso y medroso. Y el mar se abrió de nuevo entre las dos islas. El mar os separó, el fuego os separó.

Mira Gara:

El mar.

Fíjate bien.

¿Lo ves?

Sí, lo ves. Y te da un vuelco el corazón. Viene, Gara. Es Jonay quien atraviesa el vano del océano, sostenido sobre las olas por dos vejigas hinchadas, e impulsado por la fuerza de su corazón, que es lo único que explica el aguante de sus brazos en la agotadora travesía. Viene a por tí, Gara. Aquel que bebe del séptimo chorro de Epina siempre regresa a Gumara; pero Jonay bebió de uno más, el más poderoso, y a ese poder ni el Tagoror, ni el mar, ni el fuego del Echeyde pueden detenerlo.

Lava tus lágrimas en las aguas del Cedro y disponte a ofrecerle el dulce guarapo que probó durante el Beñesmen.

¡Huye, Gara! ¡Huye Jonay! Huid de los hombres, de sus miedos y supersticiones, de su ceguera y de su torpeza.

Ay, Princesa Gara, Ay, Príncipe Jonay… llora Gumara, por el Cedro abajo, llora el viento en Igualero, llora la cascada en Agulo, grita el mar y silba en Los Órganos una endecha fúnebre. El príncipe y la princesa, en el más alto lugar de la isla, yacen abrazados y unidos para siempre sus corazones, atravesados por la añepa de Jonay, mientras sus perseguidores lloran, sin entender nada, porque no entiende de amor quien nunca lo sintió.

Unidos para siempre, ya no son Gara y Jonay. Que son uno solo, y su nombre es ahora Garajonay.

Bueno, un final un poco triste, como muchas leyendas de amor.

Pero, a lo que vamos, hoy toca una sencilla pero exquisita receta de queso que hacen en La Gomera desde… no se sabe desde cuándo. Se llama Almogrote.

Personal:
– 1 ó 2 benjamines (más de 8 años)
– 1 adulto

Ingredientes:
– 250 gr. De queso muy curado (mejor mientras más seco y duro)
– 1 vaso de aceite de oliva virgen extra
– 6 dientes de ajo
– 1 tomate colorado mediano (o media lata de tomate triturado)
– (Puede llevar también un ají, guindilla o cayena roja picante, pero si no os gusta mucho el picante no es necesario)

Material:
– Brazo batidor y vaso para batir
– Cuchillo

Partimos el queso en trozos. También los ajos, pelados, y el tomate. Si usamos la guindilla (si es seca ponedla en remojo unos minutos) retirad al menos las semillas, que son lo que más picante tiene.

¡Cuidado!
Después de manejar una guindilla picante hay que lavarse las manos, y sobre todo no tocarse los ojos ni los labios, porque es muy irritante.

Lo ponemos todo en el vaso de batir y trituramos un poco más con el brazo batidor.

Empezamos a añadir aceite, poco a poco, y batimos un poco más cada vez, mezclando bien, hasta que quede hecho una pasta suave y untable.

Ya está. ¿Fácil no? Se come untando en pan o tostaditas, y se conserva durante meses, bien tapado en la nevera.


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